Cuando entró en casa sus discípulos le preguntaron aparte: <<¿Por qué no hemos podido expulsarlo nosotros?>> Él les replicó: <<Esta ralea no puede salir más que pidiéndolo>>.
Como en dos ocasiones anteriores (3,20; 7,17), la casa (gr. oikos) donde están solamente los discípulos y en la que entra Jesús es figuradamente la del nuevo Israel, constituido por los discípulos/los Doce; por eso, en esta casa nunca está presente el otro grupo de seguidores.
Los discípulos toman la iniciativa, conscientes de su fracaso anterior. Preguntan <<aparte>> a Jesús, circunstancia que Mc siempre asocia con la incomprensión que reina en ellos (cf. 4,34; 6,31.32; 7,33; 9,2). No se explican su propia incapacidad, muestran extrañeza, sin entender que la eficacia de su acción depende de su identificación con Jesús. No han sido capaces de liberar al chiquillo porque su adhesión a Jesús era insuficiente, dado que no aceptan su programa mesiánico.
La respuesta de Jesús no es directa. Aludiendo a la petición de ayuda del padre (v. 24), que obtuvo la liberación del hijo, Jesús le insinúa que debe recurrir a él (<<pidiéndolo>>) para que les ayude a llegar a la fe plena. Sólo cuando le pidan, como el padre, que los libre de su falta de fe (9,19) serán capaces de liberar a los demás, pues <<todo es posible para el que tiene fe>> (9,23).
<<Esta ralea>> (genos) de espíritus remite a la falta de fe propia de aquella <<generación>> (genea)>>: el mal espíritu no se expulsa más que reconociendo su existencia y recurriendo a Jesús. Pero ellos no le han pedido ni le piden ayuda.
El obstáculo que impedía actuar a los discípulos era la doctrina de los letrados, que los reducía a la impotencia, porque esa dependencia de la ideología del judaísmo les impide dar la plena adhesión a Jesús. En el ánimo de los discípulos sigue existiendo el conflicto entre dos manifestaciones del designio divino: la de las Escrituras tal como las interpretan los letrados, y la de Jesús, el Hijo, el único al que deben escuchar (9,7).
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