Lo acompañaba cierto joven que iba desnudo, envuelto en una sábana, y lo prendieron. Pero él, dejando la sábana, huyó desnudo.
La escena del prendimiento termina con este extraño episodio que introduce un nuevo personaje e interrumpe el curso de la narración. El episodio, a primera vista superfluo y sin consecuencias para el relato que sigue, cobra, sin embargo, un interés particular si se compara con otros pasajes del evangelio; ellos nos dan la clave para determinar la identidad del joven y lo que sucede con él.
En primer lugar, el verbo "acompañar" (gr. synakoloutheô) aparece sólo aquí y en el episodio de la resurrección de la hija de Jairo (5,37). Este verbo que, a diferencia del simple "seguir" (gr. akoloutheô), indica igualdad de itinerario y proximidad, pero no subordinación, pone la figura del joven de nuestro episodio en estrecha relación con Jesús (Lo acompañaba). Sigue con él, después que todos los discípulos han huido, luego no pertenece a ese grupo ni a la turba que rodea a Jesús; no se separa de él ni siquiera cuando éste es detenido, y participa de su suerte: como Jesús (14,49), también el joven es apresado (lo prendieron). Tras su detención, consigue huir (Pero él... huyó), pero su huida es diferente de la de los discípulos: no se indica, como de ellos, que abandonara a Jesús, luego no supone alejamiento de éste, y, además, huye después de ser apresado, mientras que los discípulos lo hacen antes de que los apresen (14,50).
El joven aparece, pues, como figura de Jesús y anticipo de los discípulos, incapaces de llegar en el seguimiento de Jesús hasta el final.
Además de estos paralelos, una serie de términos comunes ponen este episodio en relación con otros pasajes posteriores del evangelio.
El término joven (gr. neaniskos), que denota un ser humano en la flor de la edad, se encuentra únicamente aquí y en el pasaje de la visita de las mujeres al sepulcro, cuando éstas, al entrar en él, ven "un joven" sentado a la derecha (16,5) que les anuncia la resurrección de Jesús (16,6). También el participio envuelto (gr. peribeblêmenos) aparece solamente en estos dos episodios: el joven del v. 51 está envuelto en una sábana, el de 16,5 "en una vestidura blanca".
El término sábana (gr. sindôn), que aparece aquí dos veces (vv. 51.52), se encuentra otras dos en la narración de la sepultura de Jesús (15,46bis). La sábana se usa allí como mortaja para envolver su cadáver. Es signo, por tanto, de la condición mortal de Jesús, de su vida física, que, como la de cualquier ser humano, está destinada a la muerte. Sobre esa vida los demás hombres pueden tener algún dominio y, como en el caso de Jesús, pueden llegar hasta destruirla (9,31: "lo van a entregar en manos de ciertos hombres, y lo matarán"; 14,41: "va a ser entregado en manos de los pecadores"). De esa condición mortal es de la que se despoja el joven que huye desnudo (dejando la sábana, huyó desnudo). Por oposición a la sábana, la "desnudez" representa, pues, la realidad esencial del ser humano, que escapa del dominio de los otros hombres y que ni siquiera la muerte es capaz de destruir.
Las innegables conexiones de este pasaje con los que acaban de señalarse fuerzan a admitir su sentido simbólico. Todo apunta a la resurrección. El joven que huye desnudo y el que se encuentra en el sepulcro sentado a la derecha (cf. 14,62), revestido de blanco, aparecen así como figuras paralelas y en contraste: el joven que aquí se despoja de la sábana, propia de la sepultura, en el sepulcro del resucitado estará envuelto en una vestidura blanca, símbolo de la vida divina. La figura del "joven" puede, por tanto, identificarse en ambos episodios: aquí designa a Jesús que, apresado por sus enemigos para matarlo, deja su vida física (la sábana que lo envuelve = la condición mortal) en manos de éstos, pero que sigue vivo a pesar de la muerte (escapa desnudo); en el sepulcro, a Jesús que, después de morir en la cruz, ha vencido a la muerte (16,6: "ha resucitado"). En los dos casos, "el joven" representa la esperanza de futuro, la vida nueva y pujante, la promesa de fecundidad.
La escena ofrece, pues, la interpretación teológica del prendimiento de Jesús, que desembocará en su crucifixión: "el joven" es el doble de Jesús mismo; por eso lo prenden como a él, corre su misma suerte. Pero, hecho prisionero, deja voluntariamente su vida mortal (dejando la sábana) en manos de sus enemigos y "escapa" a la gloria (huyó desnudo); sigue vivo y libre, fuera del dominio de sus perseguidores. Es decir, la pérdida de la vida física a manos de los hombres no interrumpirá la vida de Jesús (resurrección). De este modo, en el momento de empezar la Pasión, Mc señala simbólicamente su desenlace.
El episodio responde a lo dicho por Jesús en 8,35: "el que pierda su vida por causa mía y de la buena noticia, la pondrá a salvo". Tras la entrega de la vida física, subsiste la realidad profunda del hombre, el "yo" vivo y consciente. Los discípulos han querido poner a salvo su vida y así la pierden; Jesús la entrega y la pone para siempre a salvo.
Hay que notar, que, en el texto de Mc, el verbo lo prendieron se encuentra en el presente histórico (lit. "lo prenden"). Insinúa así el evangelista que también en su tiempo hay enemigos de Jesús que intentan eliminarlo en la persona de sus seguidores, pero que éstos, por su fe en la resurrección, siguen libres su camino hacia la gloria.
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