martes, 31 de octubre de 2023

Mc 2,20

 Pero llegaran días en que les arrebaten al novio; entonces, aquel día ayunarán.

Jesús prevé su muerte, a la que se había comprometido en su bautismo (1,9 Lect.) y que será el sello de su alianza (14,24: <<Ésta es la sangre de la alianza mía>>, cf. Jr 31,31). El día que lo maten será cuando ayunen los amigos del esposo. Es un día bien determinado; la frase inicial imprecisa: <<llegarán días>>, queda concretada por una acción (<<arrebaten>>) que interrumpe su presencia. Hay que notar que una frase equivalente (<<llegan días>>) anuncia en el profeta Jeremías varios acontecimientos liberadores y, en particular, el establecimiento de la nueva alianza de Dios con Israel; dado que la denominación <<el esposo/novio>> señala precisamente un cambio de alianza, es muy probable que el uso del plural, en cierta manera incongruente, pretenda aludir a este pasaje profético.

El momento se convierte en un <<entonces>>, determinado aún por <<aquel día>> (en el AT, el día de una intervención divina en la historia, llamado a veces <<el día de Yahvé>>), que coincide con el de su muerte.

Jesús no habla, por tanto, de un período de ayuno para los suyos, sino de la expresión ocasional del dolor causado por su muerte violenta (la fórmula <<aquel día>> excluye repetición). Concibe el ayuno como una expresión espontánea de luto nacida de un sentimiento interior de tristeza, que, en este caso particular, expresa solidaridad con su propia muerte; no lo concibe como una práctica impuesta por obligación ni establecida como sistema. Respecto a él, no está en relación con una ausencia continua, sino con un momento histórico determinado.

La boda/alianza va a ser una realidad permanente. La comunidad cristiana va a tener en toda época experiencia del amor de Jesús, presente en su centro; su ambiente será de alegría.

En adelante, el sentido del ayuno será meramente humano y circunstancial; como el llanto o el grito, podrá ser expresión individual en un momento de dolor, o el hombre podrá tener otros motivos para ayunar. Pero Jesús niega su valor religioso; Dios no necesita el dolor del hombre. Por eso no será el ayuno una práctica que exprese la actitud del cristiano en cuanto tal, pues la certeza del favor divino excluye la angustia e impregna su vida de gozo.

Pero la nueva relación del hombre con Dios a través de Jesús, que excluye la práctica del ayuno penitencial, tiene consecuencias más generales, que se exponen en los dichos siguientes.

LA BIBLIA

Mc 2,19

 Les replicó Jesús: <<¿Es que pueden ayunar los amigos del novio mientras el novio está con ellos? En tanto tienen al novio con ellos no pueden ayunar.

En contraste con el presente que introduce la pregunta (lit.; <<Le dicen/preguntan>>), la respuesta de Jesús se introduce con un pasado (<<les dijo/replicó>>). Además, ahora se menciona su nombre, subrayando la importancia de lo que va a decir (cf. 2,5,17). Estos dos datos hacen ver a los lectores del evangelio que la respuesta a esa cuestión presente había sido ya dada por Jesús mismo en el pasado y que no hay por qué volver sobre el asunto.

Aunque los interlocutores habían establecido un contraste entre la práctica de sus discípulos y la de los grupos religiosos de la época, Jesús no alude al contraste ni se justifica criticando a los que obran de otra manera; lo que hace es cambiar el planteamiento de toda la cuestión. Para ellos, el ayuno es un medio de expiación, para Jesús es solamente un medio de expresión; por tanto, para juzgar de su validez hay que situarlo en la circunstancia concreta. Habrá que ver si, como tal medio de expresión, cuadra con el ambiente en que vive su comunidad.

Para mostrar el cambio de enfoque empieza Jesús con una pregunta retórica que exige una respuesta negativa. Su argumento apela a la experiencia; les propone el caso de una fiesta de boda.

El simbolismo nupcial había sido utilizado por los profetas para describir la relación entre Dios y el pueblo. El término <<esposo/novio>> alude, por tanto, a la alianza, pero sustituyendo esta formulación contractual por la nupcial, en la que ocupan el primer plano el amor y fidelidad mutuos.

El tema de la boda/alianza había sido insinuado por Juan Bautista (1,7: <<desatar las sandalias>>, véase Lect.). Por otra parte, el cambio de época quedó expresado en el pregón de Jesús (1,15: <<Se ha terminado el plazo, está cerca el reinado de Dios>>). Ahora se unen los dos temas: el reinado de Dios, la nueva época, implica una alianza nueva, caracterizada por el mutuo amor y fidelidad entre Dios y los hombres.

En los profetas, con la metáfora <<el Esposo>> se designaba a Dios. Al aplicarla a sí mismo, Jesús anuncia una alianza en la que él ocupa el lugar que ocupaba Dios en la antigua (cf. 14,24: <<la alianza mía>>), es decir, donde la relación del hombre con Dios se mide por su relación con Jesús. El Hijo de Dios (1,11) ejerce las funciones de Dios en la tierra (cf. 2,10).

De este modo, en la alianza que Jesús propone, Dios no queda separado y externo a la humanidad, sino que, en Jesús, el Hombre-Dios, se hace miembro de ella. Esta alianza, por tanto, no centra al hombre en una esfera divina exterior al mundo, lo hace profundizar en la realidad humana al vincularlo con la máxima expresión de esa realidad, el Hombre-Dios. Esa vinculación, que tiene a la semejanza con Jesús, ha de tener como efecto final la ruptura de los límites de la condición humana.

El pueblo de esta alianza o pueblo mesiánico está representado en esta perícopa por los que los interlocutores de Jesús han llamado <<sus discípulos>>, que en la alegoría de la boda aparecen bajo la figura de <<los amigos del esposo/novio>>.

El personaje central es el novio, a quien, según el uso de la época en Oriente, sus amigos se ofrecían para acompañarlo, organizar la fiesta y mantener el clima de alegría los días que duraban las festividades nupciales.

Nótese como describe Mc la presencia de Jesús con los suyos: <<el novio está con ellos>> (sujeto, el novio), <<tienen al novio con ellos>> (sujeto, los amigos). La primera frase expresa la iniciativa de Jesús; la segunda, su accesibilidad.

La pregunta de Jesús: <<¿Es que pueden ayunar...?>>, hace patente la incongruencia entre el ayuno y el clima de alegría propio de la boda y, en particular, del banquete, que se identifica con el banquete del reino de la perícopa anterior.

Termina la frase con una negación rotunda: <<En tanto tienen al novio con ellos no pueden ayunar>>, El ayuno no es expresión adecuada para los que viven la nueva realidad.

De hecho, la figura divina del novio/esposo, ahora trasladada a Jesús, quien considera a sus discípulos como amigos íntimos, supone una relación con Dios muy diferente a la antigua. Dios, presente en Jesús, no está lejano ni es ya un desconocido; su presencia es inmediata, y se hacen superfluas las instituciones mediadoras. El perdón está concedido por la adhesión a Jesús (2,5) y su favor asegurado, con lo que cesa la conciencia de pecado y la necesidad de expiación. Desaparece así el motivo religioso del ayuno y resulta improcedente la expresión de tristeza y luto.

En la alegría de la boda, usada como imagen, sería irracional pedir a los amigos del novio que ayunasen. Paralelamente, en la comunidad del Reino, la certeza del perdón y la experiencia del amor de Jesús, que es el de Dios, excluyen todo motivo de tristeza y, con él, su expresión con el ayuno.

La nueva cercanía de Dios en Jesús quita al ayuno su antiguo carácter religioso. La buena noticia del reinado de Dios (1,14s) hace caducar la praxis anterior. Empieza una nueva época, que no depende de la antigua ni sigue su línea.

Los interlocutores han hecho a Jesús responsable del modo de proceder de <<sus discípulos>>, a los que consideran subordinados a él como maestro y sometidos a sus normas.

También en esto cambia Jesús los términos: al llamar a los suyos <<los amigos del novio>> muestra que discípulo no quiere decir subordinado; seguirlo a él no significa someterse, sino proceder como él. Aunque es el centro del grupo (<<el novio>>), la relación que establece con los suyos es la de amistad.

Jesús se niega, pues, a imponer obligaciones y, de hecho, nunca aparece en Mc una regla dada por Jesús que el grupo deba observar; él sólo propone ideales y actitudes, análogos a los suyos propios. Educa a sus seguidores en la plena libertad, guiada por la adhesión a su persona y mensaje. No ocupa el puesto del padre que dirige a sus hijos, sino el del amigo que trata con sus compañeros e incondicionales.

En la comunidad, el elemento indispensable es su presencia; con ella, toda la concepción antigua queda superada. La disciplina no viene impuesta desde fuera, será el resultado espontáneo de la adhesión a él y a su tarea. El hombre, así centrado, encontrará por sí mismo maneras de regularse y modos de expresar la realidad que vive.

LA BIBLIA

domingo, 29 de octubre de 2023

Mc 2,18b

 Fueron a preguntarle: <<Los discípulos de Juan y los fariseos discípulos ayunan, ¿por qué razón tus discípulos no ayunan?

Unos innominados van a preguntar a Jesús. A primera vista, parecen ser miembros de los grupos antes mencionados, discípulos de Juan y fariseos, pero al tenor de su pregunta, que se refiere a ellos en tercera persona, muestra que no lo son.

El texto usa los verbos en presente (lit.: <<van y le dicen>>) haciendo resaltar la actualidad de la pregunta. Esto, unido al uso del plural y al anonimato de los que proponen la cuestión, señala la recurrencia de la misma en la época de Mc. Apunta la incesante tentación de volver a las prácticas del pasado, olvidando la novedad de Jesús.

Expresan una fuerte extrañeza (<<¿Por qué razón?>>) ante la diferencia de comportamiento entre los discípulos de los grupos mencionados y los de Jesús; el modo de vida de estos últimos es insólito y les choca. La insistencia del texto sobre el término <<discípulos>> (4 veces) indica que la cuestión debatida es precisamente el modo de formar a los adeptos. El responsable de la formación es el maestro, que debería trazar un programa de vida e imponerlo a los que lo siguen. Por eso se dirigen a Jesús, para que él les dé una explicación.

Aunque entre los seguidores de éste (cf. 2,15) hay <<discípulos>> (los que proceden del Israel institucional) y <<pecadores>> (los excluidos de Israel), los objetores se refieren exclusivamente a los primeros. Los discípulos, que pertenecen a Israel, deberían seguir las prácticas tradicionales de la mejor piedad judía.

Comparan desfavorablemente a los discípulos de Jesús en primer lugar con los de Juan Bautista y en segundo lugar con los fariseos, en cuanto éstos son discípulos de los letrados de su facción. Al presentan a los fariseos mencionados al principio como discípulos de los letrados, que son los maestros de la sinagoga (1,22), se deduce que la doctrina sobre el valor del ayuno penitencial pertenece a la enseñanza que ellos imparten.

Al mismo tiempo, la mención de los dos grupos muestra que Mc no tiene en vista meramente la práctica de un círculo determinado, sino una idea extendida. Con su pregunta, los objetores parecen reprochar a Jesús un notable defecto de su dirección como maestro, no imponer a sus seguidores una praxis ascética penitencial que propicie la relación con Dios, como hacen las escuelas reconocidas. 

De hecho, los que preguntan han notado en Jesús una ruptura con la tradición que les resulta incomprensible. No se profesan fariseos ni discípulos de Juan; tampoco pertenecen al grupo de Jesús. Son gente que, dando por indiscutible la validez de aquellas prácticas, fundadas en determinado concepto de la relación del hombre con Dios, se extrañan de la novedad que representa el grupo cristiano y reprochan implícitamente a Jesús no ajustarse a la doctrina tradicional.

LA BIBLIA

Mc 2,18a

 Los discípulos de Juan y los fariseos estaban de ayuno.

En el AT, el ayuno era sinónimo de mortificación y humillación ante Dios, un acto de renuncia y sufrimiento que tenía por objeto aplacar a un Dios airado por los pecados propios y ajenos y apoyar las propias peticiones. Era así el ayuno una manifestación de luto y tristeza; se omitía incluso el arreglo personal para expresar exteriormente la aflicción (cf. Mt 6,16).

Entre los grupos religiosos, eran los fariseos los que daban más importancia al ayuno. La Ley prescribía solamente un ayuno al año, el día de la Expiación (Lv 16,29ss; Nm 29,7), cuyos transgresores eran excluidos del pueblo (Lv 23,27ss). Los fariseos, en cambio, al menos los más fervientes, practicaban dos ayunos por semana, los lunes y los jueves.

En el texto, sin embargo, como practicantes del ayuno se mencionan en primer lugar <<los discípulos de Juan>>, hecho inesperado, pues en este evangelio no se dice que Juan Bautista formara un grupo de discípulos. Es más, la conciencia de ser solamente precursor del que llegaba detrás de él (1,7) le habría impedido crear un círculo de adeptos suyos personales. Esto no obstante, después que ha terminado su actividad, hay un grupo de individuos que se llaman <<discípulos de Juan>>.

Juan había sido predicador de masas, con una doble actividad: la de pregonero del arrepentimiento/enmienda (1,4), en la línea de los profetas del AT, y la de precursor (1,7). La ruptura con el pasado propuesta por él se convertía en condición para recibir el Espíritu del que llegaba (1,8). Los que se llaman discípulos suyos son, por tanto, en Mc, gente que ha aceptado el primer mensaje de Juan, pero no su papel de precursor ni el cambio de alianza (1,7), puesto que no han dado su adhesión a Jesús. Su ayuno pretende, pues, apoyar el arrepentimiento, para asegurar el perdón de los pecados. Se quedan en la praxis de la antigua alianza, no se acercan a Jesús para obtener el perdón (2,5).

Al colocar a los fariseos después de los discípulos de Juan, el texto muestra que su ayuno responde a los mismos motivos. Se trata, pues, de un ayuno expiatorio, en vista de obtener el perdón. Son <<los fariseos discípulos>>, que siguen la doctrina de sus letrados (2,16). Los discípulos de Juan, grupo reciente, han derivado hacia la espiritualidad farisea.

El ayuno penitencial o expiatorio responde a la concepción de un Dios de cuyo amor y perdón el hombre no puede estar seguro. Pone en evidencia la conciencia de culpa, que crea un sentimiento de tristeza.

LA BIBLIA

sábado, 28 de octubre de 2023

Mc 2,15-17

 

Mc 2,15


Mc 2,17

 Lo oyó Jesús y les dijo: <<No sienten necesidad de médico los que son fuertes, sino los que se encuentran mal. No he venido a invitar justos, sino pecadores>>.

El reproche de los letrados llega a oídos de Jesús, y éste sale en defensa de su actuación. Responde a los letrados con dos antítesis paralelas, construidas de la misma manera negativa-afirmativa: <<no ... sino>>.

La primera antítesis toma pie de la actividad del médico, aludiendo a las curaciones efectuadas por Jesús (1,34). Sin embargo, no habla de <<sanos>> y <<enfermos>>, sino de <<los que son fuertes>> y <<los que se encuentran mal>>.

<<Los que son fuertes>> designan en seis pasajes de Isaías a los jefes y opresores del pueblo. <<Los que se encuentran mal>>, por alusión a Ez 34,4, son el pueblo abandonado por sus dirigentes, insensibles a su dolorosa situación (cf. Mc 1,32 Lect.). Son, pues, conceptos correlativos: opresores-oprimidos.

De esta manera, el proverbio tradicional del médico y los enfermos se convierte en este pasaje en una denuncia de la opresión. Son los oprimidos del pueblo, entre los que se encuentran los <<pecadores>>, excluidos por la sociedad religiosa y civil, los que sienten necesidad de un liberador; los instalados en el poder, los opresores, en cambio, con clara alusión a los letrados, prescinden gustosos de él, no les interesa. Lo que está en juego no es, por tanto, una mera cuestión religiosa, sino sobre todo una injusticia social con pretexto religioso; la religión apoya y justifica la opresión.

El <<médico>> designa a Jesús. Su acción con los <<pecadores>> se ha descrito en la figura del paralítico (2,1-13): liberar del pasado (2,5: <<los pecados>>) e infundir vida (2,10.12). Tal es el sentido de su actividad.

La segunda antítesis: <<No he venido a invitar justos, sino pecadores>>, alude al banquete del que Jesús es anfitrión. <<He venido>> describe la misión de Jesús y recuerda el anuncio del reinado de Dios (cf. 1,14: <<fue a Galilea>>). El verbo <<invitar/llamar>> ha sido usado antes, referido a Santiago y Juan (1,20). Significa, por tanto, invitar al seguimiento, a formar parte de la comunidad de Jesús, primicia del Reino.

Los letrados fariseos han pronunciado la palabra <<pecadores/descreídos>> distinguiéndolos de sí mismos, los no pecadores, <<los justos>>. Jesús acepta su terminología y afirma que él, el enviado de Dios, no tiene por misión invitar a los que se tienen por justos basándose en la observancia de la Ley. Excluye del Reino a sus interlocutores, que se creen tales. Se produce así una subversión teológica: los que piensan pertenecer por propio derecho al pueblo de Dios y excluyen de él a otros, quedan fuera del Reino, mientras los excluidos por ellos son admitidos en él. El reino de Dios y la institución y Ley judía son inconciliables.

De hecho, <<los justos>> piensan estar a bien con Dios porque observan la Ley están satisfechos de sí mismos, no creen necesitar cambio. Pero hay una ironía en la denominación <<justos>>. Como ha aparecido en el episodio del leproso (1,39-45), la ley es injusta porque prescribe la marginación, y no refleja lo que es Dios porque justifica la falta de amor (1,44 Lect.). El <<justo>>, que piensa ser tal porque se esfuerza en ser fiel a la Ley, se hace precisamente por eso cada vez más injusto y se aleja más de Dios.

En su pregón inicial (1,15), Jesús había exhortado a todos a la enmienda, indicando que todos tienen necesidad de ella y que a todos es posible cambiar de vida. Pero los maestros de la Ley, sus guardianes y defensores, creyendo conocer hasta el detalle la voluntad de Dios, no están dispuestos a rectificar. <<Los pecadores>>, por el contrario, reconocen su propia situación e injusticia y están dispuestos a cambiar de vida y seguir a Jesús.

LA BIBLIA

Mc 2,16

 Los fariseos letrados, al ver que comía con los descreídos y recaudadores, decían a los discípulos: <<¿Por qué come con los recaudadores y descreídos?>>.

Aparecen por primera vez los fariseos, representados por los que entre ellos son letrados, es decir, maestros e intérpretes de la Ley. Los letrados habían sido mencionados antes (1,22; 2,6 Lect.), pero ahora aparecen por primera vez en persona y Mc los presenta como categoría. Los fariseos ordinarios son los observantes, los fariseos letrados son además los estudiosos que interpretan la Ley y fundamentan la observancia.

La pregunta de los letrados se dirige a los discípulos, que son miembros de Israel, pero no les reprochan haber participado ellos en el banquete; su hostilidad se centra en Jesús. Interponen su autoridad, para desprestigiarlo ante ellos mediante una pregunta que implica que Jesús, al tratar con gente impura, está violando la Ley.

En la enumeración de los no israelitas que participan en el banquete se ponía en primer término la calificación religiosa, <<pecadores/descreídos>> (impuros); en segundo lugar, una profesión de mala fama, <<recaudadores>>, detestada socialmente. En la pregunta de los letrados, en cambio, aparecen primero los recaudadores, haciendo resaltar el motivo <<profesional>> del rechazo; parece un intento de racionalizarlo poniendo en primer término la discriminación social, no la religiosa. Sin embargo, implícitamente acusan a Jesús de apartarse de Dios, por no respetar las discriminaciones prescritas. No pronuncian siquiera su nombre; su tono es despectivo.

La conducta de Jesús, que aún no ha roto con el Israel oficial, resulta escandalosa para los tutores de la ortodoxia, que se sienten obligados a pedir explicaciones.

Dado que el episodio anticipa una situación existente en tiempo de Marcos, la pregunta de los letrados, más que una incitación a los discípulos para que abandonen a Jesús, el maestro que hace caso omiso de la tradición de Israel, podría representar una polémica de Mc contra la actitud de los grupos judeocreyentes, que sostenían la necesidad de que los paganos observaran la Ley judía para poder formar parte de la comunidad mesiánica.

LA BIBLIA

jueves, 26 de octubre de 2023

Mc 2,15

 Sucedió que, estando él recostado a la mesa en su casa, muchos recaudadores y descreídos se fueron reclinando a la mesa con Jesús y sus discípulos; de hecho, eran muchos y lo seguían.

En el texto de Mc, el verbo introductorio <<Sucedió que>> se encuentra en presente: <<Sucede que>> (única vez en este evangelio). Este detalle tiene su importancia, pues coloca la escena en el tiempo del evangelista: lo que va a ser descrito, la incorporación de los excluidos de Israel, y virtualmente de los paganos, a la comunidad de Jesús es un hecho que está sucediendo cuando Mc escribe. El episodio pierde así su carácter anecdótico y adquiere validez para todo tiempo, en consonancia con el significado programático del episodio del paralítico.

la frase <<estando él ... en su casa>> es doblemente ambigua; puede preguntarse, en efecto, si el pronombre <<él>> se refiere a Leví o a Jesús, mencionados en la perícopa anterior, y lo mismo cuál de los dos es el dueño de la casa (<<en su casa>>). La duda se refuerza si se tiene en cuenta que inmediatamente después aparece el nombre de Jesús, que podría haber figurado al principio, suprimiendo la ambigüedad.

La ambigüedad del posesivo (<<en su casa>>) parece indicar precisamente que la casa es tanto de Jesús como de Leví. Por una parte, y en primer lugar, de Jesús, como lo muestra la frase final de la perícopa: <<No he venido a invitar justos, sino pecadores>> (2,17). Es Jesús el anfitrión de los <<pecadores>>, representados en la comida por los recaudadores y descreídos. Pero la casa de Jesús es también la de su seguidor.

Jesús está <<recostado/yaciente>>. Este verbo ha sido usado por Mc para indicar la postura de dos enfermos, de la suegra de Pedro (1,30: <<yacía en cama>>) y del paralítico (2,4: <<yacía>>); se usa también de los que duermen; es decir, indica la postura acostada y la inmovilidad propia del enfermo o del durmiente. Difiere del verbo usado para describir la postura de los que comen con él (<<reclinados>>), indicando una diferencia de matiz. Probablemente señala así Mc que el Jesús que va recibiendo a su mesa a los excluidos de Israel y a los paganos es el que ha pasado por la muerte, significada por la metáfora del sueño. Esta interpretación concuerda con el presente inicial <<sucede que>>, que coloca la escena en tiempo del evangelista. La escena anticipa lo que está ocurriendo cuando Mc escribe: se está realizando el programa universalista de Jesús. La nueva comunidad es fruto de su muerte.

En este pasaje, <<casa>> (gr. oikía) significa <<casa/hogar>> (cf. 1,29) y connota las relaciones de familia que en ella existen. Esta <<casa/hogar>> representa a la comunidad de Jesús, constituida aquí por primera vez, distinta de <<la casa (gr. oikos) de Israel>> (2,1).

En esta casa, la suya, Jesús está en la mesa. La primera vez que aparece la comunidad de Jesús está caracterizada por el comer juntos con él, expresión de amistad, familiaridad e intimidad. Esta concepción se basa en la naturaleza del alimento, que es factor de vida: participar del mismo alimento es participar de la misma vida, lo que crea un vínculo de hermandad entre los comensales.

La postura de Jesús y de los comensales (<<recostado>>, <<reclinados>>) indica que se trata de un banquete presidido por Jesús mismo. Sólo podían comer reclinados los hombres libres; esa postura era característica de la cena pascual, como signo de liberación.

Este banquete es, pues, símbolo de amistad, libertad, comunión, alegría: es el banquete mesiánico, el del reino de Dios, representado con la figura del banquete en los escritos de la época. La causa presenta un ambiente de fiesta, de amistad y libertad en torno a Jesús. 

La nueva hermandad, que no excluye a nadie de la mesa y que iguala a todos, representa la nueva tierra prometida, destinada no solamente a Israel, sino abierta a los pueblos paganos: el Reino se va realizando en la historia. El banquete insinúa la participación en la eucaristía de los que proceden del paganismo.

Obsérvese la construcción de la frase siguiente, donde el nombre de Jesús se intercala entre la mención de dos grupos, el de <<los recaudadores y descreídos>> y el de <<los discípulos>>, como vínculo de unión entre ellos. A los excluidos de Israel, primicia de los pueblos paganos, no los recibe Jesús situándose en <<la casa de Israel>>; al contrario, los discípulos, que proceden de Israel, han de estar con los otros en la casa común de la humanidad nueva.

El término <<descreídos>> podría traducirse literalmente <<pecadores>>, pero esa traducción no tendría la fuerza que aquella sociedad daba al término. En el judaísmo denotaba al hombre sin religión que no hacía caso de la Ley de Moisés, negando así radicalmente el orden y la moralidad encarnados en ella y colocándose en oposición a Dios. El <<pecador/descreído>> no participa de la santidad del pueblo escogido, compartida por cada israelita en cuanto miembro de ese pueblo. Su conducta lo asimilaba a los paganos, a los que eran <<pecadores de origen>> por haber rechazado la Ley desde el principio (cf. Gál 2,15).

Los <<recaudadores y descreídos>> del evangelio eran gente de conducta inmoral conocida o bien que ejercían una profesión deshonrosa. Para los judíos observantes no podía haber con ellos comunidad de mesa ni de culto, por miedo a ser contagiados de su impureza. De ellos se distanciaban no sólo los fariseos, sino también el pueblo.

La inclusión del <<recaudador>> entre los <<descreídos>> aparece claramente por los datos históricos, pero también en el evangelio mismo, por la sucesiva inversión que hace Mc en el orden de los dos términos: así, en 2,15 pone en primer lugar a los recaudadores, enlazando con la escena de Leví (2,14); en 2,16 los menciona dos veces, la primera comenzando por <<los descreídos>>, la segunda por <<los recaudadores>>, en cada caso bajo un solo artículo, indicando que no se trata de dos grupos enteramente separables. Todos ellos se compendian en el término <<pecadores>> usado por Jesús en la frase final de la perícopa (2,17b).

Los <<pecadores>> eran considerados por la mayoría excluidos de la misericordia divina; en opinión de sus connacionales, para estos judíos que, por su profesión o conducta, se habían hecho como paganos, la conversión era poco menos que imposible.

Los más intransigentes frente a los <<pecadores>> eran los fariseos, que se preciaban de observar hasta las minucias de la Ley. Según ellos, las culpas de los descreídos iban siempre en aumento e imposibilitaban el perdón de Dios. Viendo en la Ley la manifestación de la voluntad divina y el único medio de salvación, trazaban sin vacilar una línea divisoria entre los que agradaban a Dios y los demás: el no observante no podía ser grato a Dios. Y como la falta de observancia era un hecho constatable, este principio tenía una consecuencia social inmediata: los observantes evitaban todo trato con descreídos, como rechazados por Dios e impuros. 

Pues bien: esta clase de gente, condenada en bloque como prácticamente pagana, es la que va a <<reclinarse a la mesa con Jesús y sus discípulos>>.

De esta escena se deduce claramente que no todos los seguidores de Jesús reciben en Mc el nombre de <<discípulos>>, sino solamente los que proceden del Israel tradicional. Tanto Leví como los <<muchos recaudadores y descreídos>>, aun siendo seguidores de Jesús, no son designados como discípulos. Es más, cuando a continuación los fariseos letrados reprochan a los discípulos que su maestro come con recaudadores y descreídos (2,16), es claro que Leví, que ha recibido la invitación de Jesús a seguirlo (2,14), no está incluido en el número de los discípulos, sino en el de los pecadores.

La llamada de las dos parejas de hermanos israelitas (1,16-21a) había precedido a la de Leví, el excluido de Israel (2,14). Paralelamente, en la escena de la casa, para estar a la mesa con Jesús, los discípulos han tenido precedencia respecto a los <<recaudadores y descreídos>>. Para formar parte de la nueva comunidad, la primera opción pertenece a Israel; pero la prioridad de este pueblo es sólo en el tiempo, no indica superioridad sobre los demás pueblos. El texto sitúa a unos y a otros en torno a Jesús, en la misma postura, en la misma casa y banquete. Los excluidos de Israel gozan de la misma amistad y comunión con Jesús que el grupo israelita.

Es la primera vez que Mc utiliza la denominación <<los discípulos>>. Puede preguntarse por qué llama Mc <<discípulos>> solamente a los seguidores de Jesús que proceden de Israel y no a todo seguidor, como hacen los demás evangelistas. Para Mc, esta denominación cumple la promesa expresada en Is 54,13, en el contexto de la restauración de Jerusalén: <<y haré de todos tus hijos discípulos/alumnos de Dios>>. Se tiene aquí otro caso de transferencia de una función divina a Jesús (cf. 2,10). <<Los hijos de Jerusalén>>, es decir, los que pertenecían al Israel institucional y habían de ser discípulos de Dios, lo son de Jesús. Por otra parte, la relación maestro-discípulo implica una enseñanza que expone la doctrina tomando pie de las Escrituras judías y apta, por tanto, solamente para los iniciados en ellas (1,21b Lect.). La distinción entre los dos grupos continuará a lo largo de todo el evangelio.

El inciso <<de hecho, eran muchos y lo seguían>> insiste sobre el gran número de los <<muchos recaudadores y descreídos>>, aclarando que el hecho de participar en el banquete se debe al del seguimiento. Continúan y amplían así la figura de Leví, llamado por Jesús a seguirlo (2,14). La doble mención de <<muchos>>, mientras nada se dice del número de discípulos, indica que los seguidores no israelitas son bastante más numerosos que los israelitas. Aparece así que, en tiempos de Marcos, la comunidad de Jesús crece mucho más por el acceso de individuos procedentes del paganismo o excluidos de Israel que procedentes del judaísmo.

El gran número de estos seguidores realiza en la historia el ansia de la humanidad pecadora por encontrar salvación, según se representaba en los portadores del paralítico (2,3s). La invitación de Jesús a Leví ha abierto las puertas a los excluidos de Israel, que no tardan en acudir.

En esta escena, los discípulos, que son israelitas, aceptan la presencia de los excluidos de Israel y la comunión con ellos, en contra de la interpretación de la Ley propuesta por los letrados. En torno a Jesús se inicia un movimiento que no respeta los tabúes religiosos ni las convenciones de la sociedad.

Ante este hecho surge una propuesta, pero ésta no procede del pueblo, que ha aceptado el mensaje universalista de Jesús (2,13), sino de los fariseos letrados, maestros de la teología oficial.

LA BIBLIA

martes, 24 de octubre de 2023

Mc 2,14

 

Mc 2,14a


Mc 2,14b

 ... y le dijo: <<Sígueme>>. Él se levantó y lo siguió.

Con su invitación abre Jesús una nueva y decisiva brecha en la discriminación religiosa y social. En la primera llamada había invitado a pescadores, hombres de buena reputación. Ahora, en cambio, después que la multitud de <<la casa de Israel>> ha escuchado y aceptado su mensaje universalista (2,1-13), invita sin vacilar a un hombre de pésima reputación, a un indeseable excluido de la alianza. Jesús no reconoce la validez a las barreras levantadas en nombre de Dios o de la opinión pública.

Leví, prototipo de los <<pecadores>> o <<impuros>> que están fuera de Israel, es llamado por Jesús a formar parte del reino de Dios. Con su llamamiento empieza la puesta en práctica del mensaje de la universalidad del Reino, anunciado inmediatamente en el episodio del paralítico.

Al llamarlo al seguimiento, Jesús propone a Leví recorrer con él su camino. Esto implica el cambio radical de conducta y la adhesión a Jesús, que libera al hombre de su pasado pecador (2,5) y le comunica nueva vida. No importan sus antecedentes: haber vivido al margen de la ley religiosa o tenido una conducta moral más o menos turbia no impide la llamada de Jesús.

Leví sigue a Jesús igual que los pescadores: <<se levantó>> indica que deja su profesión (cambio de vida), como Simón y Andrés habían dejado las redes (1,18), y Santiago y Juan al padre en la barca con los asalariados (1,20). Con su gesto, Leví cumple la condición para el seguimiento, la ruptura con el pasado, y manifiesta su adhesión a Jesús, que lo libera de ese pasado que lo constituía <<pecador>> (cf. 2,5). Comienza una vida nueva.

LA BIBLIA

Mc 2,14a

 Yendo de paso vio a Leví de Alfeo sentado al mostrador de los impuestos...

La semejanza de este episodio con el de la llamada de las dos parejas de hermanos (1,16-21a) salta a la vista. Prueba de ello son la frase <<yendo de paso vio>> (1,16.20), la invitación de Jesús al seguimiento (cf. 1,17) y la respuesta positiva a dicha invitación (cf. 1,18.20).

Como en aquel episodio, se describe un encuentro causal, esta vez con un hombre llamado Leví, un funcionario ocupado en su trabajo. Sin introducción alguna ni pregunta sobre su persona o actitud, Jesús lo invita a seguirlo.

Tanto el nombre, <<Leví>>, como el patronímico, <<de Alfeo>> (cf. 3,18: <<Santiago de Alfeo>>) muestran que se trata de un judío. Su profesión es recaudador de impuestos o tasas. El hecho de hallarse <<sentado al mostrador>> indica que era un empleado subalterno (cf. Lc 19,2: <<Zaqueo, jefe de recaudadores>>) de los que cobraban los derechos de entrada o peaje de mercancías o esclavos en los límites de una provincia, distrito o ciudad, o incluso en puertos, puentes, etc.

Los recaudadores subalternos eran frecuentemente judíos y, en Galilea, estaban al servicio de la administración real; su nacionalidad judía los hacía doblemente odiosos a sus compatriotas, quienes los consideraban instrumentos de los romanos. De hecho, Herodes Antipas era rey/tetrarca de Galilea ratificado por el emperador romano y vasallo suyo.

La profesión de recaudador era considerada deshonesta, pues se les tenía por ávidos de dinero, interesados y explotadores, renegados religiosa y políticamente. Por eso estaba prohibido aceptar limosnas de ellos e incluso cambiar dinero en sus despachos, dado que, en la opinión común, su dinero provenía del robo. No se cuidaban ni poco ni mucho de la Ley religiosa y, por otra parte, tenían trato frecuente con paganos, considerados <<pecadores e impuros>>.

Por todo eso, los observantes de la Ley los tachaban de <<pecadores>> y <<descreídos>>; como a los paganos, los creían rechazados por Dios y evitaban cuidadosamente su compañía y su contacto. Los maestros de la Ley colocaban a los recaudadores en el rango de los ladrones, usureros, jugadores de oficio, pastores y esclavos. Carecían de derechos civiles y no se les admitía como testigos en los procesos. No sólo ellos personalmente, también sus familias eran tratadas como impuras.

Se discutía incluso hasta qué punto una casa quedaba impura cuando un recaudador entraba en ella. Por el hecho de su profesión estaban excomulgados, y tenían que abandonarla para ser readmitidos en la sinagoga. La gente no les mostraba simpatía, porque veía en ellos la pesada mano del Estado y la voluntad de enriquecerse a costa del pueblo.

Según ciertos maestros de la Ley, era imposible para ellos el arrepentimiento; según otros, poco menos que imposible. Era muy dudoso, por tanto, que pudieran salvarse.

Desde el punto de vista religioso, el recaudador era, pues, un increyente, socialmente, un despreciado, tanto por la gente ordinaria como por los círculos de exaltados, que lo tenían por instrumento de la clase dominante y lo consideraban políticamente sospechoso. Si era de origen judío, quedaba automáticamente excluido de Israel y de la alianza.

La elección del nombre de Leví (en Mc y Lc; en Mt recibe el nombre de Mateo) para encarnar la figura del judío excluido tiene sin duda un significado teológico, basado en textos del AT. En efecto, cuando Dios ordenó hacer el censo de los israelitas (Nm 1,1-46), dijo a Moisés: <<No incluyas a los levitas en el censo y registro de los israelitas>> (Nm 1,49); hablando con Aarón sobre la tribu de Leví, le dice Dios: <<Tú no recibirás heredad en su tierra ni tendrás una parte en medio de ellos: Yo soy tu parte y tu heredad>>; <<no recibirán heredad en medio de los israelitas>> (Nm 18,20.24); y en el segundo censo en vista del reparto de la tierra se dice: <<[Los levitas] no fueron registrados como los demás israelitas porque no habían de repartirse la heredad con ellos>> (Nm 26,62).

La alusión a esta tribu separada del resto y que no tiene lugar propio en la tierra prometida puede explicar la diferencia con el caso de los pescadores, cuya llamada por parejas de hermanos aludía a Ez 47,13ss y era figura del reparto igual de la tierra (el reino de Dios) entre todos los israelitas, en cuanto miembros del pueblo. El hecho de que a los <<pecadores>> y, en el horizonte, a los paganos no se les llame por parejas significa que no están incluidos en ese reparto de la tierra, porque no pertenecen al pueblo de Israel ni van a integrarse en él. Como en la figura del paralítico, cada uno participa del reino de Dios directamente, por su adhesión a Jesús.

Aparece así la intención teológica de Mc: Leví representa a los excluidos del Israel oficial, que no van a formar parte del Israel mesiánico, representado por la lista de los Doce (3,13-19). La figura de Leví es así la primicia de los que están fuera de Israel, judíos o paganos, quienes formarán el segundo grupo de la comunidad de Jesús. La identidad de patronímico con uno de los Doce (3,18: <<Santiago de Alfeo>>) pretende probablemente señalar la hermandad de los dos grupos.

El episodio es, por tanto, paradigmático: lo mismo que la llamada de los pescadores era figura de la de Israel, la de Leví lo es de la de los excluidos de Israel, equiparados de hecho a los paganos, y preludia la incorporación al Reino de hombres de todos los pueblos.

LA BIBLIA

Mc 2,1-13

 

Mc 2,1


Mc 2,13

 Salió esta vez a la orilla del mar. Toda la multitud fue acudiendo adonde estaba él, y se puso a enseñarles.

Jesús no se detiene en la reunión mientras la gente expresa su asombro. Sale de Cafarnaún como hizo después del primer entusiasmo popular (1,35), pero esta vez no se va <<a despoblado>>, pues no ha habido reacción contraria a su mensaje. Se dirige <<a la orilla del mar>>, dando la posibilidad de reunirse de nuevo con él.

Como se ha visto antes (1,16 Lect.), <<el mar>> es el camino hacia el territorio pagano; <<salir en dirección al mar>>, como hace Jesús, equivale a insistir en la universalidad expresada en el mensaje; acudir a Jesús, que se sitúa <<a la orilla del mar>>, será señal de que los que estaban <<en la casa>> aceptan la universalidad de la salvación propuesta bajo la figura de la curación del paralítico. Ir a la orilla del mar inicia el éxodo fuera del exclusivismo judío. Nótese que ya no se habla de <<el mar de Galilea>> (1,16), sino sencillamente de <<el mar>>, acentuando su valor figurado.

Ya no <<se congregan>> donde está Jesús, como al principio (2,2), cuando todavía profesaban la ideología del judaísmo; es decir, ya no ven en él al renovador de <<la casa de Israel>>. Ahora, en vez de <<congregarse>>, <<van acudiendo>> adonde está él. Otros habían acudido a Jesús cuando éste, después de la curación del leproso, tenía que quedarse en descampado; mostraban así su rechazo de los principios discriminadores de la sociedad judía (1,45b). Ahora, esta multitud, al acudir a la orilla del mar, muestra su aceptación de la universalidad y su actitud favorable hacia los paganos; dan así un paso más en contra de la discriminación: no la rechazan solamente dentro de Israel, sino también respecto al resto de la humanidad.

Jesús reanuda su enseñanza, interrumpida en la sinagoga de Cafarnaún (1,21b-28). Una vez que el mensaje universalista ha sido aceptado, puede apoyarlo de nuevo con textos del AT, sin temor a equívocos. La doctrina oficial, que proponía el nacionalismo exclusivista, ignoraba los textos universalistas de la Escritura, afirmando, en cambio, la supremacía de Israel y el rechazo de Dios a los paganos.

El mensaje propuesto por Jesús es revolucionario para la teología del judaísmo: en síntesis, afirma que Dios, al invitar a su Reino, no tiene en cuenta la pertenencia de los hombres a una u otra religión ni se basa en su conducta moral. Él quiere salvar a todos los pueblos, sin obligarlos a abrazar la religión judía, hasta entonces la única que reconocía al Dios verdadero. Todos, judíos y paganos, están al mismo nivel ante el reinado de Dios: todos han de romper con su pasado de injusticia para dar la adhesión a Jesús y recibir vida. Israel tiene solamente una precedencia cronológica en el conocimiento del mensaje. No se trata de una preferencia arbitraria: Israel era el único pueblo que a lo largo de su historia había tenido experiencia del Dios verdadero y de su amor por los hombres; era por ello el más preparado para recibir el mensaje de Jesús.

LA BIBLIA

Mc 2,12

 Se levantó, cargó en seguida con la camilla y salió a la vista de todos. Todos se quedaron atónitos y alababan a Dios diciendo: <<Nunca hemos visto cosa igual>>.

La orden de Jesús se realiza a la letra: el hombre se levanta y, cargando inmediatamente con la camilla, se marcha. Ahora el texto dice <<la camilla>> en lugar de <<su camilla>> (2,9.11; cf. 2,4: <<la camilla donde yacía el paralítico>>). La camilla, figura de su pasado, deja de ser suya: su pasado ya no lo tiene sujeto e inmovilizado; el hombre se ha hecho independiente de él, tiene libertad de movimientos y puede disponer de su vida.

La ejecución de la orden muestra la nueva vida y fuerza que ha infundido Jesús. Todos los presentes han sido testigos de lo sucedido; lo que se reputaba imposible se ha hecho realidad. Con esto ha demostrado Jesús la veracidad de sus palabras y la realidad del perdón. Queda deshecha la acusación de blasfemia; la teología de los letrados, que abría un abismo entre Dios y el hombre, ha quedado refutada: Dios se comunica al hombre y lo hace presencia y agente suyo en la tierra. No es Jesús quien ha blasfemado; es la doctrina oficial la que, por no valorar al hombre, está contra Dios.

Ahora la reacción es unánimemente positiva y se expresa en voz alta. Dado que la presencia de los letrados era una mera figura, el pronombre <<todos>> designa a los <<muchos>> que habían acudido a la casa (2,2), a <<la multitud>> (2,4). La reacción de la gente (<<se quedaron atónitos>>) es la más intensa de las registradas hasta ahora en el relato evangélico (cf. 1,22.27) y expresa el asombro ante lo absolutamente inesperado, como lo muestra la frase que pronuncian: <<Nunca hemos visto cosa igual>>; es un asombro positivo, pues los lleva a <<alabar a Dios>>.

Como se ve, la reacción no se dirige directamente a Jesús, autor de lo sucedido, ni lo menciona; reaccionan alabando a Dios. Han comprendido que, al actuar como Dios mismo, Jesús no se constituye en su rival, sino que revela lo que Dios es y su amor a toda la humanidad; de este nuevo conocimiento de Dios surge la alabanza.

El Dios que se manifiesta en Jesús es muy distinto del presentado por la teología de los letrados: es el Dios-amor, que da la seguridad del perdón y comunica nueva vida y libertad. No es ya un Dios lejano, inapelable e inescrutable, de cuyo favor no se tiene garantía. Ha terminado la angustia: en Jesús, Dios está cerca del hombre y le manifiesta su amor incondicional.

Cambia con esto el concepto de la salvación que Dios ofrece a la humanidad: no va a consistir en la hegemonía de Israel sobre los demás pueblos ni se realizará por obra de un Mesías guerrero; la salvación es universal y consiste en dar vida, no es quitarla. Además, es obra de todos los que quieran seguir a Jesús (significado colectivo de <<el Hombre>>).

Nótese que el comentario que acompaña a la alabanza no se refiere a una doctrina o un saber, sino a una experiencia, a lo que <<han visto>>: han constatado que la humanidad <<pecadora y paralítica>> puede recobrar vida y fuerza; comprenden que el amor y la vida de Dios se ofrecen a todos los hombres. Esto es para los israelitas <<lo nunca visto>>. Ha desaparecido el fantasma de los letrados, sus antiguos maestros (2,6).

El texto ha dado a entender que la curación del paralítico es una escenificación del mensaje que está exponiendo Jesús. Resumiendo ahora los datos de la narración, este mensaje afirma, pues, que Dios, por su amor universal, ofrece su Reino a todos los hombres por igual, sin distinción de pueblo o raza, por medio de Jesús. Por la adhesión a éste queda borrado el pasado pecador del hombre y se le comunica el Espíritu. El relato muestra la resistencia e incredulidad inicial de los oyentes judíos ante este mensaje, pero la nueva vida que aparece (<<se levantó>>) en el que se suponía indigno y excluido del Reino (<<paralítico/pecador>>), la independencia respecto a su pasado (<<cargó con la camilla>>) y su nueva libertad (<<salió/echó a andar>>), es decir, la realidad visible del hombre nuevo, demuestran la realidad interior del perdón/salvación. El texto refleja, sin duda, la experiencia que se tiene en tiempo de Marcos de la vitalidad de las nuevas comunidades formadas por los antes excluidos de Israel (<<pecadores/descreídos>>) y por los paganos que han dado su adhesión a Jesús.

LA BIBLIA

Mc 2,10-11

 Pues para que veáis que el Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados ... -le dice al paralítico-: <<A ti te digo: levántate, carga con tu camilla y márchate a tu casa>>.

Jesús pasa a la acción. A la invisibilidad de la liberación interior va a oponer la visibilidad de la nueva vida (<<para que veáis>>), que será perceptible y constatable. Va a demostrar que la prerrogativa divina de cancelar el pasado pecador ha sido comunicada por Dios <<al Hombre>>.

Para designar al sujeto de la <<autoridad>>, Jesús no habla en primera persona, <<yo>>, sino que utiliza por primera vez en Mc la expresión <<el Hijo del hombre/el Hombre>>. <<Hijo de hombre>> es una locución aramea que significa <<individuo humano, hombre>>, pero en la forma articulada <<el Hijo del hombre>> adquiere un rasgo de excelencia, <<el Hombre en su plenitud>>. En la escena del bautismo (1,10 Lect.) se ha visto que la plenitud humana de Jesús es efecto de la comunicación del Espíritu; el Hombre es, pues, el que, por tener el Espíritu de Dios, tiene autoridad divina y actúa en nombre de Dios en la tierra.

La expresión alude al libro de Daniel y, en particular, al sueño descrito en el cap. 7. Después de la visión de los imperios simbolizados por fieras, Daniel ve en el cielo <<una figura humana>> (7,13: <<como un hijo de hombre>>) a quien Dios da la autoridad para dominar a todas las naciones.

Como en Daniel, el contexto trata de la relación de los paganos con el reino. Pero el dicho de Jesús se opone a la visión de Daniel: Dios no da la autoridad para dominar a los paganos, sino para darles vida. Cambia el sentido de la <<autoridad>> divina: no se ejerce como dominio, sino como facultad de perdón (rehabilitación) y comunicación de vida. El contacto del Reino con los paganos no va a ser para someterlos, sino para integrarlos.

Este pasaje define, pues, el significado de la expresión <<el Hijo del hombre>> en Marcos. Designa al que es Hijo de Dios y, por eso, cima de la condición humana. Pero en el texto de Daniel se especifica poco después (7,27) que la figura humana (<<como un hijo de hombre>>) representa a una colectividad, <<el pueblo de los santos del Altísimo (= los consagrados por Dios)>>, es decir, a Israel.

En paralelo, también <<el Hijo del hombre>> de Mc incluye en sí una colectividad. En primer lugar designa a Jesús, el Hombre-Dios y prototipo de Hombre. Pero la relación del ser y la autoridad del Hombre con la posesión del Espíritu (1,10) hace que incluya a todos los que de él lo reciben (1,8: <<él os bautizará con Espíritu Santo>>) y constituyen la humanidad nueva.

La frase <<tiene autoridad>> está en paralelo con la de 1,22, donde se expresaba el juicio de los presentes en la sinagoga sobre el modo de enseñar de Jesús: <<como quien tiene autoridad>>. Como en aquel pasaje (1,22 Lect.), es la autoridad del que posee el Espíritu de Dios. No es, pues, una autoridad humana o comunicada por hombres, sino divina. Es independiente de la institución judía y se coloca fuera de ella.

El ámbito de la autoridad del Hombre es <<la tierra>>, el lugar donde habita la humanidad, por oposición al <<cielo>>, lugar simbólico de la morada de Dios. Esta oposición corresponde a la que establece el Sal 115,16: <<Lo alto del cielo para el Señor, pero la tierra se la dio a los hombres (lit. "a los hijos de los hombres")>>. La autoridad del Hombre no está limitada a Israel ni va a ejercerse solamente en favor de este pueblo, es universal y se extiende al mundo entero, conforme al significado de la figura del paralítico y sus portadores (v. 3 Lect.).

La actividad divina que ha ejercido <<el Hombre>> ha sido la de cancelar o perdonar los pecados. Dios es presentado, por tanto, no como el que va a castigar a los pueblos paganos, sino como el que borra el pasado que los privaba de vida. Sin embargo, para vencer el escepticismo y rebatir la acusación tácita de sus oyentes, propone Jesús, bajo la figura de la curación del paralítico, una nueva acción, ahora visible y mucho más extraordinaria que el perdón concedido: comunicar vida a la humanidad sin fuerzas y sin futuro. De hecho, Mc no habla de <<curación>> ni utiliza el verbo <<curar>> (cf. 1,34), describe la acción de Jesús con el hombre por sus efectos: levantarse, cargar con la camilla y echar a andar. El que estaba prácticamente muerto volverá a vivir y será capaz de disponer de sí mismo.

La comunicación de vida a los que no pertenecen a Israel (los excluidos de él y los paganos), simbolizada por la curación del paralítico, es también obra de la <<autoridad>> del Hombre; de hecho, si ésta deriva del Espíritu, que es la fuerza de vida de Dios mismo, la comunicación de vida ha de ser su acción más característica.

Pero además, la idéntica fórmula empleada por Mc para introducir los dos dichos de Jesús, la declaración del perdón y la orden de levantarse ( vv. 5.10): <<le dice al paralítico>>), sin añadir precisión alguna que distinga los dos actos de Jesús (<<entonces>>, <<esta vez>>, <<de nuevo>>), indica la identidad de su acción. Borrar el pasado y comunicar vida no son dos actos separados, aunque Mc, con artificio literario, los presente como sucesivos, para describir el doble efecto del don del Espíritu, respecto al pasado y respecto al futuro del hombre. En realidad, la misma comunicación del Espíritu es la que borra el pasado; de este modo puede el hombre empezar una vida nueva.

El doble ejercicio de la autoridad de Jesús, perdón de los pecados y comunicación de vida, está en paralelo con los dos bautismos, el de Juan, con agua, para el perdón de los pecados, y el <<del que llega detrás de él>>, con Espíritu, que infunde vida (1,8). Al mismo tiempo señala el punto de partida y el de llegada del nuevo éxodo: la cancelación de los pecados (liberación del pasado y ruptura con la sociedad injusta) es la salida de la tierra de opresión; la comunicación de vida/Espíritu es el reinado de Dios, que abre la nueva tierra prometida.

Ahora todo se reduce a uno: la adhesión a Jesús, que implica la ruptura con el pasado, recibe en respuesta el don del Espíritu, que purifica y vivifica al hombre.

Jesús pronuncia las palabras que van a probar la validez de su declaración anterior (v.5). La orden de Jesús consta de tres imperativos: <<levántate, carga con tu camilla y márchate a tu casa>>; el último difiere del de la expresión anterior (2,9: <<echa a andar>>), aunque lo contiene. La fuerza de vida que va a comunicar al paralítico le va a permitir levantarse por sí solo y transportar <<su camilla>>.

La última orden, <<márchate a tu casa>>, establece una oposición entre <<la casa>> del paralítico y <<la casa de Israel>>, donde está Jesús. La primera representa, pues, cualquier lugar fuera de Israel. Aunque la humanidad <<pecadora>> y pagana, que buscaba la salvación, ha <<descubierto>> y encontrado a Jesús en <<la casa de Israel>>, no tiene que permanecer en ella. Los <<pecadores>> y paganos que entren en el Reino no han de integrarse en Israel ni aceptar su cultura religiosa ni depender de él. El Reino de Dios puede existir en cualquier cultura y pueblo. Todos participan del Reino con el mismo derecho que los judíos.

Invalida así Jesús uno de los principios más tenazmente sostenidos por la doctrina oficial: no hay salvación fuera de Israel, y los paganos que quieran encontrarla han de integrarse en el pueblo elegido, acomodarse a su Ley, renunciando a su antigua cultura. Según esto, el reinado de Dios y los bienes mesiánicos estaban destinados a Israel, y los paganos estarían subordinados a éste. Por el contrario, la acción de Jesús muestra que para Dios no hay pueblo privilegiado, que toda discriminación queda suprimida y que los que no pertenecen a Israel participan del Reino con el mismo derecho que los israelitas.

LA BIBLIA

Mc 2,8-9

 Jesús, intuyendo cómo razonaban dentro de ellos, les dijo al momento: <<¿Por qué razonáis así en vuestro interior? ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico "se te perdonan tus pecados" o decirle "levántate, carga tu camilla y echa a andar"?

Jesús intuye el rechazo oculto de sus oyentes y lo afronta inmediatamente, poniendo al descubierto su actitud. No quiere disimular la gravedad de la situación. Si quieren adherirse a él, tienen que optar por su mensaje y descartar definitivamente la teología oficial del judaísmo. El desprestigio de los letrados y de la institución comenzado en la sinagoga (1,22) no había llegado al abandono de su doctrina, como apareció anteriormente por el respeto al sábado (1,32 Lect.). Ahora se confirma esa actitud: Jesús está en <<la casa de Israel>>, y los israelitas, que se congregan en torno a él, esperan que respete los principios de su tradición. Nuevo maestro, pero sin ruptura con el pasado.

Para solventar el conflicto Jesús no entabla una discusión teórica ni combate directamente el prejuicio teológico. Por el contrario, los desafía a medir el alcance de su autoridad: <<¿Qué es más fácil?>> Ellos tendrán que juzgar y sacar las consecuencias.

Para la multitud, la curación del inválido sería prueba de que Dios había perdonado sus pecados, pero hacer andar a un paralítico se consideraba imposible; nunca en el AT se habla de paralíticos y, mucho menos, de su curación. Teniendo en cuenta que el paralítico representa a la humanidad pagana, negar la posibilidad de su curación equivalía a negar que esa humanidad pudiera obtener el perdón de Dios. Mc describe la situación de la humanidad pagana tan desesperada como la de un incurable paralítico.

En la segunda parte de la disyuntiva: <<¿o decirle "levántate, carga con tu camilla y echa a andar"?>>, propone Jesús hacer algo enteramente nuevo: que el paralítico se levante, cargue con la camilla y eche a andar serán signos de salud total, del paso de la muerte a la vida. Serán la prueba decisiva de la autoridad de Jesús; de rechazo éste rebatirá la acusación de blasfemia y demostrará sin lugar a dudas que Dios está con él y él con Dios.

LA BIBLIA

Mc 2,6-7

 Pero estaban sentados allí algunos de los letrados y empezaron a razonar en su interior: <<¿Cómo habla éste así? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar pecados más que Dios solo?>>

Mc señala la presencia de letrados, maestros de la doctrina oficial, en <<la casa de Israel>> ("allí"), o sea, en el judaísmo de Galilea; para indicar esta limitación territorial pone <<algunos>>, en lugar del genérico <<los letrados>>. La indicación <<sentados>> (= <<asentados>>, <<instalados>>) señala su situación estable en la comunidad judía y alude a la doctrina que enseñan y a su condición de jueces de la ortodoxia.

Mc no señala reacción de los oyentes, sólo la de los letrados. La describe como meramente interior, sin manifestación externa, pero la formula en estilo directo, como si hablasen. Hay que notar que los letrados no se han mencionado al principio de la reunión (2,2) ni vuelven a mencionarse; no hay reacción por parte de ellos después de la curación (2,12) ni se dice que salgan del local (2,13). Su presencia se hace sentir sólo cuando reaccionan negativamente ante la declaración de Jesús (2,5). Es decir, están presentes en el episodio únicamente en cuanto representan un pensamiento adverso a él.

Con esto indica Mc que la presencia de los letrados, objetores mudos, personifica en esta escena el influjo de la doctrina oficial, enseñada por ellos, en la mente de los que escuchan a Jesús. Son la figura de la autoridad religiosa interiorizada por los judíos de Cafarnaún y de Galilea, de su conciencia colectiva. La objeción atribuida a los letrados es, en realidad, la que ha surgido espontáneamente en la mente de los oyentes y que no nace de la experiencia o convencimiento personal, sino de la doctrina inculcada por los maestros de la Ley; por eso Mc la atribuye a los letrados mismos. Éstos representan, pues, el dominio que ejerce la doctrina religiosa oficial en la mente de los israelitas.

El juicio emitido sobre Jesús es extremo. La declaración hecha por él choca contra los principios teológicos admitidos, e inmediatamente lo condenan, aunque sin manifestarlo con palabras. La gente ha aceptado el perdón de los pecados anunciado por Juan Bautista en la línea de los profetas (1,4 Lect.), pero ahora su mentalidad, formada por los letrados, se rebela ante la afirmación de Jesús. El tono es despectivo: <<¿Cómo habla éste así?>> No pide explicaciones, dan un juicio definitivo: <<¡Está blasfemando!>> Juzgan con absoluta seguridad, porque la doctrina oficial no se cuestiona; lo que la contradice es blasfemia.

Teniendo en cuenta que el sujeto que emite este juicio son en realidad los oyentes, se ve que el momento es crítico. Se aprecia también lo precario de la adhesión que habían dado a Jesús; siguen dominando en ellos las categorías religiosas tradicionales. Según ellas, la distancia entre Dios y el hombre es insalvable, y Dios, celoso de sus privilegios, no autoriza a nadie a tomar su puesto. La concepción del hombre como imagen de Dios, expresada en Gn 1,26s, ha desaparecido de la teología oficial.

De hecho, uno de los dogmas de Israel, profesado por todos los partidos religiosos sin distinción, era que sólo Dios puede cancelar los pecados. La diferencia entre las diversas tendencias estribaba solamente en los medios que debían usarse para obtener esa liberación. Con todo, nadie podía tener la certeza de estar a bien con Dios, pues nadie podía garantizar que los pecados hubiesen sido realmente perdonados; para ello habría hecho falta una declaración de Dios mismo.

Con esta inseguridad contrasta la certeza expresada en la declaración de Jesús: <<Se te perdonan tus pecados>>. Es precisamente esta afirmación categórica, que, según ellos, sólo Dios mismo habría podido pronunciar, la que los lleva a tacharlo de blasfemo. Interpretan la declaración de Jesús como una usurpación del privilegio divino, como si se constituyese en rival de Dios.

LA BIBLIA

viernes, 20 de octubre de 2023

Mc 2,5

 Viendo Jesús la fe de ellos, le dice al paralítico: <<Hijo, se te perdonan tus pecados>>.

La tenacidad que han mostrado los portadores en superar los obstáculos que impedían llegar hasta Jesús recibe el nombre de <<fe>>. Ésta es una disposición interior que se hace visible (<<viendo>>) en la manera de obrar.

Es la segunda vez que Mc menciona la fe. La primera vez (1,15: <<tened fe en esta buena noticia>>, en forma verbal) significa reconocer la verdad de la cercanía del reinado de Dios, lo que suponía dar fe al que lo anunciaba, Jesús. Aquí, la llegada del paralítico/humanidad hasta Jesús, superando todo obstáculo, implica aquella fe, es decir, el deseo del reinado de Dios y la confianza en Jesús que lo propone.

Sin embargo, en este pasaje, el término de las acciones que muestran la fe es Jesús mismo /v.3: <<llevándole>>; v.4: <<acercárselo>>); la fe se describe como el deseo de proximidad a él, proximidad que es figura de la adhesión. La fe es, pues, la adhesión a Jesús como persona y mensaje. Incluye el deseo de salud/salvación y la confianza en que Jesús puede y quiere darla (cf. 1,40); es la confianza en el amor de Jesús (1,41: <<Conmovido>>) y en su potencia para dar vida.

El anhelo de salvación que muestra la humanidad pagana, figurada por los portadores, indica que está dispuesta al cambio de vida que es condición para el reinado de Dios (1,15: <<enmendaos>>). Esta disposición funda las palabras que Jesús dirige al paralítico.

La primera palabra de Jesús al inválido es de afecto: <<Hijo>>, término que usa Jesús en este evangelio para designar a los israelitas (7,27) y a sus discípulos (10,24). Los judíos se consideraban los únicos con derecho a llamarse <<hijos de Dios>>. Para Jesús, en cambio, los paganos son tan <<hijos>> como los judíos. Al dirigirse así al paralítico, muestra de nuevo el ámbito universal de su mensaje y del reinado de Dios, que no hace diferencia entre hombres o pueblos.

El término <<los pecados>>, que había aparecido en relación con el bautismo de Juan (1,4.5), aparece de nuevo en esta perícopa (2,5.7.9.10), para no volver a mencionarse en el evangelio. Por las dos ocasiones en que se encuentra el término, <<los pecados>> denotan acciones injustas del hombre, judío o pagano, antes de cambiar de vida (1,4.5) o antes de la adhesión a Jesús (2,5). Son la expresión en la conducta de una opción perversa que ha viciado el pasado del hombre, y representan el pasado con el que hay que romper.

El dicho de Jesús: <<se te perdonan (cancelan) tus pecados>>, implica que el pasado de injusticia (<<tus pecados>> indica totalidad) deja de pesar sobre el hombre, que éste puede comenzar una vida nueva. Por la adhesión a Jesús, que incluye el propósito de cambio, la humanidad pagana <<pecadora>>, <<impura>>, queda totalmente purificada y reconciliada con Dios.

Jesús habla en forma declarativa: <<se te perdonan tus pecados>>. Hay una ambigüedad: ¿perdona Jesús o declara simplemente el perdón de Dios? Como se verá más adelante, la ambigüedad es pretendida, Jesús y Dios están incluidos en ella. La declaración de Jesús está refrendada por Dios, es efectiva: Dios perdona porque Jesús así lo declara.

Para el perdón, basta la palabra de Jesús. Es instructivo comparar su actuación en este contexto con la de Juan Bautista: Juan no declaraba que los pecados estuviesen perdonados, simplemente expresaba la condición para ello (<<enmienda>>), que obtendría el perdón de Dios. Jesús, en cambio, declara el perdón sin poner condición alguna: para el cambio de vida basta la fe, y él mismo toma el puesto de Dios.

Por otra parte, las palabras de Jesús son sorprendentes. Se habría esperado que curase al paralítico, pero lo que hace es declarar perdonados sus pecados. Esto confirma la interpretación dada: la parálisis no es tanto una invalidez física como una invalidez del espíritu del hombre provocada por su pasado <<pecador>>.

LA BIBLIA

Mc 12,18-27

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