lunes, 29 de abril de 2024

Mc 12,1

 Entonces se puso a hablarles en parábolas: <<Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar, construyó una atalaya, la arrendó a unos labradores y se marchó al extranjero>>.

Sin interrupción (Entonces), Jesús se dirige a sus adversarios utilizando un lenguaje parabólico: se puso a hablarles en parábolas. "Hablar en parábolas" es el modo como Jesús se había dirigido a "los de fuera" cuando trataba del reinado de Dios (cf. 4,2.11.33). Aunque en esta ocasión no se habla expresamente del Reino, como se verá en la exposición que sigue, la parábola de "los viñadores homicidas" tiene una estrecha relación con él.

En el episodio anterior (11,27-33), Jesús ha puesto en evidencia la mala fe de los dirigentes, al preguntarles sobre la misión de Juan Bautista; su respuesta interesada ("No lo sabemos") los incapacita para juzgar el caso de Jesús. Ahora, con la parábola que sigue y su aplicación, va a responder a la cuestión sobre su autoridad que le habían planteado los representantes del Sanedrín (11,28), mostrándoles que son ellos los que, por su infidelidad a Dios, no tienen autoridad divina; es él, el Hijo amado de la parábola, el que la tiene.

En la parábola alegórica que les propone, Jesús empieza citando el conocido pasaje de Is 5,1-2. La cita es libre; elige los trazos principales de Isaías, pero introduciendo cambios. El texto del profeta es el siguiente: "Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña: Mi amigo tenía una viña en fértil collado; la entrecavó, la descantó y plantó buenas cepas; construyó en medio una atalaya y cavó un lagar. Esperó que diera uvas, pero dio agrazones".

El enfoque de Mc es distinto al de Isaías. En el texto profético, junto al propietario ("mi amigo"), aparece sólo la viña, objeto de todos sus desvelos, pero que, en vez de responder a ellos, produce un fruto inaceptable (agrazones). La viña lo es todo: objeto, primero, de amor y, luego, de rechazo. Ella es la culpable de la mala calidad del fruto, por eso su destino final será la destrucción (cf. Is 5,5-6).

Mc, en cambio, desdobla el contenido del símbolo, separando el aspecto positivo (la viña plantada y cuidada) del negativo (los malos frutos) que, en Isaías, estaban concentrados en la viña misma. La parábola no dice que la viña no produjera frutos apropiados, sino que el dueño no los percibe, porque los arrendatarios se niegan a dárselo. La culpa de esta situación no es achacable a la viña, sino a los labradores, que so los responsables de ella; por eso, al final, el castigo recae sobre éstos. En Mc, la viña es objeto únicamente de la solicitud del propietario, quien la planta y no escatima nada para que prospere y produzca fruto; con relación a ella, no se habla de rechazo o destrucción.

Para Isaías, el propietario ("mi amigo") representa a Dios y la viña, como era tradicional, a Israel: "La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel, son los hombres de Judá su plantel preferido" (Is 5,7a). Para Marcos, también el dueño (cf. v. 9) designado primero como un hombre, representa a Dios, pero la viña no se identifica, sin más, con el pueblo de Israel. Por dos razones: porque Mc, como ya se ha indicado, al distinguir entre la viña y los arrendatarios, hace de ella una realidad enteramente positiva; y porque, en la aplicación de la parábola, la viña se trasfiere a otros (v. 9).

Teniendo esto en cuenta, puede decirse que, para Mc, la viña es figura del Israel fundado sobre la elección divina y la alianza con Dios (plantó una viña), y, como tal, llamado a constituir una sociedad modélica para todos los pueblos de la tierra. En efecto, esa elección y esa alianza estaban en función de un proyecto: hacer de Israel un pueblo ejemplar, en el que reinara el derecho y la justicia (cf. Is 5,7b), y a través del cual los demás pueblos pudieran llegar al conocimiento del verdadero Dios, estableciendo unas relaciones humanas acordes con su designio. Apuntaban, por tanto, a la implantación del reinado de Dios no sólo sobre Israel, sino sobre la humanidad entera. Por eso, cuando el proyecto divino fracasa con Israel, Dios no desiste de él, sino que lo ofrece a otros para que sean ellos los encargados de realizarlo. Esto explica que, al final, la viña no sea destruida por el dueño (Dios), sino trasferida a otros (12,9).

Como en Isaías, también en Mc el propietario se desvive por su viña (la rodeó de una cerca, cavó un lagar, construyó una atalaya). Las atenciones y los cuidados que ésta recibe de él son, en Isaías, la prueba del amor de Dios para con su pueblo, Israel; en Mc, la muestra de que el proyecto divino de vida y plenitud para todos (la viña), empezando por Israel, expresa el amor de Dios no sólo por este pueblo, sino también por toda la humanidad.

Un rasgo peculiar de Mc respecto a Isaías es que el dueño arrendó la viña a unos labradores. Éstos no son los propietarios de la viña; hay un dueño (Dios) que está por encima de ellos y al que tienen que rendir cuentas. El desarrollo de la parábola hará ver que "los labradores" representan a todo Israel, aunque de manera particular a los dirigentes, encargados de conducir al pueblo para que produzca el fruto que Dios espera de él. Es decir, Dios ofrece su proyecto (la viña), primero, a Israel (los labradores), pero no a título de patrimonio, sino para que éste responda a su don dando el fruto adecuado.

La marcha del dueño a otro país (y se marchó al extranjero), innecesaria para el desarrollo de la parábola, significa que Dios reconoce y fomenta la libertad y responsabilidad de los hombres en su conducta y destino.

La parábola refleja una práctica corriente en Palestina y, en particular, en Galilea: la de un propietario que arrienda una finca (un viñedo) a unos labradores, estableciendo las condiciones del arriendo: que le entreguen una parte de la cosecha. Lo deja todo en manos de los labradores; ellos serán responsables de cultivar la viña para que produzca sus frutos, en conformidad con la voluntad del arrendatario.

LA BIBLIA

domingo, 28 de abril de 2024

Mc 11,27b-33

 

Mc 11,27b

Mc 11,33

 Y respondieron a Jesús: <<No lo sabemos>>. Jesús les replicó: <<Pues tampoco yo os digo con qué autoridad actúo así>>.

Finalmente, responden a Jesús, pero, en la alternativa, optan por no pronunciarse (No lo sabemos), mostrando su mala fe y el predominio de su interés personal. Ellos rechazan la enmienda, son opresores conscientes de su injusticia y no quieren rectificar. Sus motivaciones nada tienen que ver con Dios, cuya invitación han rechazado en la persona de Juan. Su táctica es política: buscando sólo conservar su poder y proteger sus intereses, se mantienen en una postura ambigua que no los compromete. Pero eso les lleva de momento a no poder condenar, como pretendían, la actividad de Jesús ni desautorizarlo públicamente. Tendrán que tolerar su enseñanza y tenderle trampas para cazarlo; más tarde, utilizar la traición de un discípulo para prenderlo. Su respuesta es una retirada que los juzga, desenmascarando sus verdaderas intenciones.

Utilizando de nuevo la formulación que emplearon sus adversarios (con qué autoridad actúo así, cf. v. 28), Jesús se niega categóricamente a responder a la mala fe (Pues tampoco yo os digo...). Para introducir las palabras de Jesús, Mc no emplea tampoco aquí el verbo "responder", pero, tanto en la respuesta evasiva de los dirigentes (lit. "dicen a Jesús"), como en la negativa de éste a darles cuenta de su actuación (lit. "les dice"), usa de nuevo el evangelista el presente histórico, aludiendo sin duda a la situación de la comunidad cristiana de su tiempo respecto a los dirigentes de Israel.

Ha fracasado el primer ataque de las autoridades contra Jesús. Aparentemente, se ha llegado a un punto muerto. Pero de suyo Jesús ha respondido en modo más clamoroso que si hubiese hecho una declaración solemne: confundiendo a sus adversarios con la pregunta sobre el bautismo de Juan, afirma el origen divino de su propia misión. Ellos no tienen más remedio que admitirlo.

Jesús desafía así a las autoridades supremas de Israel, que se le han acercado con ánimo inquisitorial, intentando abrumarlo con su prestigio (los tres grupos que componen el Sanedrín). No les reconoce autoridad alguna, ni responde al autoritarismo. No acepta que, movidos por malas intenciones, pretendan juzgar su actividad y oponerse a ella.

El enfrentamiento es formidable: un carpintero de pueblo (cf. 6,3), que desde hace algún tiempo se dedica a reunir un grupo de seguidores y a ponerse de parte de los oprimidos social y religiosamente cuestiona los fundamentos del sistema religioso judío; una especie de líder carismático procedente de la despreciada Galilea, se permite desafiar al Consejo supremo de Israel, a los garantes de las instituciones, a las autoridades legítimamente constituidas, a los representantes de Dios. Y lo más sorprendente es que los reduce a la impotencia y al silencio.

LA BIBLIA

Mc 11,31-32

 Ellos razonaban entre sí, diciéndose: <<Si decimos "de Dios", dirá: <<Y entonces, ¿por qué razón no le creísteis?>>; pero si decimos "cosa humana"...>> (Tenían miedo de la multitud, porque toda la gente pensaba que Juan había sido realmente un profeta).

Los dirigentes se muestran inseguros, y ponderan entre ellos los pros y los contras de cada alternativa. Descartan desde el principio el primer miembro del dilema, que el bautismo de Juan hubiera sido cosa de Dios, pues, admitirlo, habría significado autoinculparse y poner a Jesús en bandeja el reproche (¿por qué razón no le creísteis?). De hecho, si hubieran reconocido que era de Dios, habrían debido aceptar la predicación de Juan y expresar con el bautismo el cambio de vida. Pero el dominio que ejercen sobre el pueblo y la explotación religiosa a que lo tienen sometido es la prueba evidente de que no habían renunciado a su injusticia. Han puesto sus ambiciones e intereses personales por encima de Dios y están dispuestos a defenderlos como sea.

Para justificar su falta de fe en Juan, desearían declarar que lo que él pedía no era cosa de Dios; es decir, que Juan era un falso profeta. Pero tampoco se atreven; también esto iría contra ellos, pues el pueblo, al que tienen sometido, se les pondría en contra. Aunque la multitud no aparece en la escena, el temor que muestran los dirigentes a la opinión pública insinúa que la discusión entre ellos y Jesús se desarrolla en medio de la gente.

Es la segunda vez que aparece el miedo de los dirigentes: antes tenían miedo a Jesús, que podría arrastrar a la multitud en contra de ellos (11,18); ahora tienen miedo a la multitud misma, si contradicen una persuasión arraigada en ella (toda la gente pensaba que Juan había sido realmente un profeta).

Jesús los ha puesto en una difícil alternativa: o delatar su propia injusticia o desafiar la opinión de la gente.

LA BIBLIA

Mc 11,29-30

 Jesús les replicó: <<Os voy a preguntar una sola cuestión; contestádmela y entonces os diré con qué autoridad actúo así. El bautismo aquel de Juan, ¿era cosa de Dios o cosa humana? Contestadme>>.

Ante la actitud inquisitorial de los dirigentes y su pretensión de juzgar con autoridad divina sobre la legalidad o no de cualquier actuación, Jesús va a proponerles una pregunta que descubra sus verdaderas intenciones y saque a la luz sus intereses reales. El hecho de que Mc no introduzca sus palabras con el verbo "contestar" o "responder" (en gr. apokrinomai), que se encuentra dos veces en la contrapregunta de Jesús (v. 29: contestádmela; v. 30: Contestadme), sino que utilice el simple "decir" (en gr. eipen, aoristo), indica que Jesús se dirige a sus oponentes en tono brusco, en consonancia con la brusquedad con que éstos se han dirigido a él, y es señal de que no está dispuesto a dejarse intimidar por ellos (les replicó). Los dirigentes le han hecho dos preguntas; él, para desenmascarar su mala fe, les hace una sola, que va a centrar el problema, aunque sospecha que no van a contestarla (contestádmela = "si me la contestáis").

En su réplica, retoma Jesús las palabras que los dirigentes han usado en su primera pregunta: v. 28a: os diré con qué autoridad actúo así. Con eso llama Mc la atención del lector sobre el punto central del episodio: la autoridad de Jesús. Éste no se deja intimidar; se muestra dispuesto a responder sobre la autoridad que le asiste en su actuación, si ellos, a su vez, le contestan a la pregunta que él les hace (contestádmela y entonces os diré...). Que responda a lo que le han preguntado depende ahora de la decisión de ellos. Pero, además, les exige la respuesta (Contestadme), manifestando implícitamente que posee una autoridad superior a la de los dirigentes. Es él quien lleva ahora la iniciativa.

Al proponerles que se pronuncien sobre si el bautismo de Juan era cosa de Dios o cosa humana, Jesús los está poniendo ante el mismo dilema que estaba implícito en la segunda pregunta de ellos: si su autoridad proviene o no de Dios (v. 28b). Ha comprendido perfectamente que sus inquisidores quieren llevarlo al terreno jurídico, en el que él, por carecer de títulos oficiales que respalden su actuación, estaría perdido. Por eso, con el dilema que les plantea, los sitúa en otro terreno: el profético o carismático. Si los dirigentes reconocieran que Juan, que carecía de títulos oficiales, era un enviado de Dios, podrían también aceptar que la autoridad que tiene Jesús proviene de Dios.

Los dirigentes querían juzgar sobre el origen de la autoridad de Jesús, pero él les dice que no pueden hacerlo sin decidir antes cuál era el del bautismo de Juan. De hecho, el comienzo de la frase: el bautismo aquel de Juan, enfoca la cuestión de la autoridad de Jesús desde una nueva perspectiva, la de la autoridad divina frente a la autoridad humana. Por otra parte, el relieve dado en el texto griego a las palabras del cielo, colocadas antes del verbo (lit. "¿del cielo era o de los hombres"?) insinúa cuál es la respuesta correcta al dilema que les plantea.

Es decir, la opinión que se tenga sobre Jesús depende de la que se hubiera tenido sobre Juan Bautista, que no poseía credenciales jurídicas. Jesús menciona "el bautismo de Juan", pero no se refiere exclusivamente al rito, ya que éste no era más que la expresión de la enmienda o cambio de vida que pedía el Bautista; el objeto de la cuestión es el mismo Juan y su ministerio. Juan anunció la llegada de Jesús como "el más fuerte que él" (1,8), y la enmienda predicada por él (1,4) fue asumida por Jesús como condición para el reinado de Dios (1,15). Quien no hubiese hecho caso del mensaje de Juan no podía aceptar a Jesús.

De hecho, nadie puede juzgar ni comprender el mesianismo de Jesús si no ha entrado en la vía de la enmienda predicada por Juan (1,4), es decir, si previamente no ha roto con la injusticia. Los dirigentes son precisamente aquellos a los que Jesús ha tachado de "bandidos", los que practican la injusticia y la explotación del pueblo valiéndose de la institución religiosa que dirigen (11,17); y está claro que ellos, los administradores de la "cueva de bandidos" en la que han convertido el templo, habían hecho caso omiso de la exhortación de Juan a la enmienda. De ahí, el aprieto en el que los pone Jesús con su pregunta.

LA BIBLIA

miércoles, 17 de abril de 2024

Mc 11,28

 ... y se pusieron a preguntarle: <<¿Con qué autoridad actúas así?, o sea, ¿quién te ha dado a ti la autoridad esa para actuar así?>>

Se acercan a Jesús como una comisión oficial, con propósito de investigar. Ellos, como representante4s del supremo órgano de gobierno de la nación (el Sanedrín) se consideran la autoridad legítima, avalada por Dios. Por eso, se creen con derecho a someter a Jesús a un interrogatorio.

No vienen a dialogar con Jesús de forma amistosa, ni a informarse de las razones que le llevan a actuar así. Su pretensión va más allá. A la vista de la actuación de Jesús en el templo y de su enseñanza, los sumos sacerdotes y los letrados buscaban desde el día anterior una manera de acabar con él (11,18); ahora, los representantes del Consejo en pleno van a pedirles cuentas de su comportamiento, a desenmascararlo públicamente como un falso profeta y, a ser posible, a obtener de él una declaración imprudente que les permita poder denunciarlo y condenarlo.

Se dirigen a Jesús omitiendo toto título, ni siquiera le dan el de <<maestro>> (cf. 12,14). No le reconocen autoridad alguna. Tampoco usan fórmulas de cortesía (v.g. "quisiéramos hacerte una pregunta").

Le hacen directa y bruscamente dos preguntas: la primera (¿con qué autoridad actúas así?) pretende averiguar qué clase de autoridad se atribuye Jesús para hacer lo que hace; la segunda (¿quién te ha dado a ti la autoridad esa para actuar así?), que explicita la anterior (o sea), el origen de esa autoridad. Ambas preguntas se formulan en el texto griego con tono despectivo, como si Jesús fuera la última persona de quien podría pensarse que tuviera autoridad alguna.

También en la sinagoga de su tierra la gente se había hecho dos preguntas insidiosas sobre el origen del saber y de las actuaciones portentosas de Jesús (6,2b, Lect.). La misma desconfianza muestran ahora los dirigentes sobre la autoridad que se atribuye Jesús en su actuación y el origen de ésta.

Por otra parte, la cuestión de la autoridad de Jesús ha aparecido ya antes en Mc. Al comienzo de su ministerio, los fieles de la sinagoga de Cafarnaún reconocieron en su modo de enseñar una autoridad que no tenían los letrados, sus maestros oficiales (1,22.27b, Lect.). Y el pasaje de la curación del paralítico (2,1-13 Lect.) ha mostrado claramente que la vida nueva que Jesús ofrece a los hombres dimana de la autoridad divina que posee (2,10). Por eso, puede él conferir a los Doce autoridad sobre los demonios (3,15) y los espíritus inmundos (6,7). Ahora, sin embargo, los representantes del Sanedrín con su interrogatorio ponen en entredicho esa autoridad.

Los dirigentes no consideran ni por un momento si la actuación de Jesús estaba justificada, si su denuncia del templo el día anterior (11,17) correspondía a un abuso real o si cumplía textos de la Escritura (Zac 14,21; Jr 7,11). Como representantes del Consejo y encargados del buen funcionamiento de las instituciones se creen con derecho a pedirles explicaciones. Le exigen que justifique su actuación declarando qué clase de autoridad es la suya y quién la respalda. Intentan llevarlo al terreno jurídico. De hecho, piensan que la actuación de Jesús ha sido una usurpación de su poder. Son ellos los garantes y custodios del orden y organización del templo; Jesús no es nadie para interferir en eso.

Hay que ver, sin embargo, en su insistencia sobre "las cosas" que hace Jesús (actuar así) un contenido más amplio que las acciones del día anterior. La actuación de Jesús en el templo, centro de la institución judía, no ha hecho más que culminar una actividad y un enfrentamiento que se había prolongado durante toda su labor en Galilea (2,6-11.16-17.23-27; 3,1-6.22-30; 7,1-13); las autoridades no pueden tolerarla y pasan a la acción. Quieren saber qué títulos ostenta Jesús para actuar así; no les importa la opinión favorable de la gente que lo ha aclamado como Mesías a su llegada a Jerusalén (11,9-10) y que ha acogido favorablemente su denuncia del día anterior (11,18b). Ellos no están dispuestos a reconocerlo por Mesías; han optado ya contra Jesús y buscan sólo cómo llevarlo a la ruina (11,18a).

Considerándose custodios del orden establecido por Dios, piden credenciales a Jesús. Pero éste no tiene credenciales jurídicas. Su única credencial es su mensaje y actividad liberadoras, y lo pertinente de su denuncia del templo, apoyada por los profetas antiguos. Su caso es parecido al de estas grandes figuras carismáticas, de las que el Mesías había de ser la culminación. 

LA BIBLIA

Mc 11,27b

 En el templo, mientras él iba andando, se le acercaron los sumos sacerdotes, los letrados y los senadores...

Tercera y última vez que Jesús entra en el templo. Aunque los dirigentes traman su muerte (11,18), Jesús camina solo por el recinto, sin que se mencionen sus discípulos ni algún otro acompañante. No busca el apoyo popular ni se aprovecha de la simpatía de la multitud. Aparece solo entre la gente. Mientras que los dirigentes tienen miedo de él (11,18), Jesús no lo tiene de ellos. El texto, desde el primer momento, centra su atención en los dos protagonistas del relato: Jesús y sus adversarios.

Mientras caminaba por el templo, Jesús es abordado por la autoridades supremas de Israel. El movimiento de aproximación a Jesús de esas autoridades (se le acercaron) se describe en el texto griego en presente: "se le acercan". Insinúa así Mc, que la actitud hostil de los dirigentes judíos respecto a la persona, mensaje y actividad de Jesús sigue vigente en su época y que, como entonces, procede de la mala fe.

Se le acercan los tres grupos que componían el Sanedrín o Gran Consejo (cf. 8,31), es decir, los exponentes del poder religioso-político ("los sumos sacerdotes", aristocracia sacerdotal), del legal-intelectual ("los letrados o escribas", teólogos y juristas) y del económico ("los senadores o ancianos", grandes terratenientes, aristocracia civil). El hecho de que sea el Consejo en pleno el que aborda a Jesús para enfrentarse con él, indica la gravedad de la situación.

Mc menciona las tres categorías anteponiendo a cada una el artículo determinado: "los sumos sacerdotes, los letrados y los senadores", que gramaticalmente totaliza a cada grupo. No es verosímil, sin embargo, que quiera indicar que los 71 miembros del Sanedrín se acercaron a Jesús; hay que pensar, sin duda, en una delegación. Pero, al utilizar el artículo totalizante, quiere expresar el evangelista la unanimidad de las facciones del Consejo en su oposición a Jesús.

De los tres grupos, los senadores son mencionados en último lugar, al contrario que en 8,31, donde ocupaban el primero. Allí se hablaba del rechazo de Jesús y su muerte en el plano de la decisión: los senadores parecían ser los instigadores principales; aquí se trata del enfrentamiento personal con él en el templo, y los sumos sacerdotes, administradores de éste, y los letrados cuyas escuelas se encontraban dentro de él, pasan a primer plano. De hecho, Jesús había anunciado que su condena a muerte y la entrega a los paganos serían obra de estas dos categorías (10,33). Los senadores representan para Mc algo así como el poder en la sombra, que utiliza a los otros dos grupos para llevar a efecto sus propósitos criminales contra Jesús.

Por otra parte, el hecho de que los tres grupos coincidan en el mismo lugar y momento y se acerquen juntos a Jesús, sugiere que estaban esperando a que éste se presentase en el templo para abordarlo. No describe, pues, Mc un encuentro casual, sino el primer acto de un enfrentamiento preparado y calculado. Es casi una emboscada.

LA BIBLIA

martes, 16 de abril de 2024

Mc 11,20-27a

 

Mc 11,20

Mc 11,27a

 Y llegaron de nuevo a Jerusalén.

Tercera y última vez que se menciona una entrada de Jesús en Jerusalén, entrada que tendrá de nuevo como meta el templo. Ha dado tiempo para que las diversas facciones judías saquen sus conclusiones de la acción de Jesús el día anterior. Se prevén reacciones a la denuncia del templo.

El presente histórico (lit. "llegan"), puede indicar que, todavía en la época de Mc, los discípulos necesitan actualizar las escenas que siguen, para rectificar desde ellas su concepción mesiánica.

LA BIBLIA

Mc 11,25

 Y cuando estéis de pie orando, perdonad si tenéis algo contra alguien, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras faltas.

La oración de que habla ahora Jesús rebasa la petición anterior, se extiende a toda clase de oración. El texto puede traducirse "cada vez que estéis de pie orando". Orar de pie era la costumbre de los judíos.

Jesús les advierte de que hay una condición para poder comunicarse con Dios: no sentir rencor u hostilidad contra nadie. El que, en vez de perdonar, aborrece al que le ha hecho daño, se cierra al amor, y Dios no puede expresarle su amor con el perdón. Jesús excluye así de sus seguidores toda actitud de resentimiento y todo espíritu de violencia. La especificación contra alguien, sin distinción, incluye a los enemigos; el discípulo desea la ruina del sistema, no la de las personas. Hay una posible alusión a la persecución que puede surgir como consecuencia de la ruptura.

El nombre de <<Padre>> significa que Dios es amor y vida; esto funda la fe-confianza del discípulo. Pero esta fe debe asimilar el comportamiento del hombre al del Padre; no estará en sintonía con él sin una actitud de amor hacia los demás.

Vuestro Padre del cielo se opone al grito que resonaba durante la entrada en Jerusalén, en boca de los que identificaban a Jesús con el mesías davídico: "¡Bendito el reinado que llega, el de nuestro padre David!" (11,10). Aparece de nuevo la oposición entre dos mesianismos: el del reinado de David y el del reinado de Dios (1,15).

Al decir Jesús vuestras faltas, y no "vuestros pecados", implica que en sus seguidores auténticos no existen "pecados". "Los pecados" son las acciones que dimanan de la opción por la injusticia; la enmienda (1,4) o la fe (2,5) rectifican esa mala opción y liberan de los pecados del pasado. La adhesión a Jesús conlleva la opción por el amor a los demás, lo opuesto a la injusticia; por eso, en la comunidad cristiana no hay "pecados", solamente "faltas" o "fallos".

LA BIBLIA

Mc 11,24

 Con motivo de eso, os digo: todo cuanto pidáis para vosotros en oración, tened fe en que lo habéis recibido y lo obtendréis.

Primero ha hablado Jesús de la ruptura de cualquier creyente con el sistema opresor ("quien diga al monte"); ahora habla de la petición a Dios, pero considerando solamente el grupo de discípulos (os digo: todo cuanto pidáis...), como si fueran ellos los únicos que necesitaran hacerla. El primer dicho da pie a éste (Con motivo de eso), y el vínculo de unión entre los dos es la fe (v. 23: tenga fe; v. 24: tened fe).

Aunque Jesús se dirige al grupo entero como un bloque, sin distinguir entre los individuos, la petición a Dios es un acto personal. El sentido del dicho es, por tanto, distributivo: cada discípulo puede pedir a Dios con la confianza de que obtendrá lo que pide. Ahora bien, el hecho de enunciarlo de todos ellos como grupo significa que el objeto de la petición no es arbitrario ni depende del capricho personal; es algo que todos ellos necesitan obtener y que cada uno necesita pedir.

También este dicho tiene un tinte hiperbólico: todo cuanto pidáis. Quiere decir Jesús con esto que aun lo que parece más difícil está al alcance del que ora. Teniendo en cuenta el contexto anterior y el reciente comentario de Pedro a la vista de la higuera seca de raíz, puede deducirse qué es esto tan difícil que los discípulos pueden y deben conseguir. De hecho, Pedro, que erróneamente ha admirado la fuerza de la palabra de Jesús, ha puesto de manifiesto la mentalidad del grupo: todos siguen aspirando a un poderoso Mesías reformista que procure la gloria de Israel. Este ideal común a todos es el gran obstáculo que tienen en ellos mismos para tomar la decisión que ha propuesto Jesús de romper radicalmente con la institución judía, representada por el monte del templo.

Jesús les asegura que la fuerza de Dios está a disposición de ellos para superar toda dificultad y, en particular, la ideología que les impide la necesaria ruptura con su pasado reformista y nacionalista. La orden al monte suponía la certeza de que Dios está con el que sigue a Jesús; la petición de los discípulos ha de basarse en la misma certeza, creyendo que su efecto es infalible.

Tened fe en que lo habéis recibido, significa que, por parte de Dios, todo está hecho; el discípulos debe tener fe plena en que Dios le ha concedido lo que pedía y actuar en consecuencia, es decir, dar el paso y romper con su ideología pasada. Es la fe-confianza la que da fuerza a la petición y asegura su éxito; da la total certeza de haber sido escuchado, lo que equivale al "no dudar interiormente" del dicho anterior (11,23).

Enlazan estas palabras con lo que Jesús dijo a los discípulos después de la expulsión del espíritu mudo: "Esta ralea no sale más que pidiéndolo" (9,29). Los discípulos siguen en la postura de entonces. Jesús ha instado a la ruptura con el sistema judío; solamente pidiéndoselo a Dios conseguirán los discípulos vencer la resistencia que oponen a ello por causa de la ideología que los domina.

En el primer dicho, la fe en Dios convencía de que la ruptura con la institución no es un gesto vano ni un idealismo irreal, sino que tiene su efecto. En el segundo, la fe en Dios convence de que todo obstáculo interior puede ser superado. El fundamento de ambos casos es la certeza de que Dios está con el que sigue a Jesús.

LA BIBLIA

Mc 11,22-23

 En respuesta, les dijo Jesús: <<Tened fe en Dios>>. <<Os aseguro que quien diga a ese monte: "Álzate y arrójate al mar", y no vacile en su interior, sino tenga fe en que lo que está diciendo va a suceder, lo obtendrá>>.

Pedro esperaba una salvación milagrosa por la fuerza de la mera palabra. Por eso Jesús previene a los discípulos contra esa falsa creencia. Les habla a todos (les dijo), señal de que Pedro expresaba de nuevo el sentir del grupo; en todos pervive la antigua ideología. Una vez más emplea aquí Mc el presente histórico (lit. "les dice"); insiste así en que, en su tiempo, la asimilación de la enseñanza de Jesús por parte de los discípulos sigue dejando mucho que desear.

La mención de la fe (Tened fe en Dios) es inesperada, pero se justifica por lo que sigue. Antes de exponer algo aparentemente imposible, Jesús prepara a los discípulos exhortándoles a tener plena confianza en Dios.

El siguiente dicho de Jesús es solemne: Os aseguro..., y subraya la certeza de lo que va a decir. Para expresar su pensamiento usa una hipérbole proverbial, la de ordenar a un monte que deje su sitio y se arroje al mar; con ella indica Jesús que puede ser posible lo que parece imposible. Como es sabido (cf. 3,13 Lect.), <<el monte>> es en Mc figura de la esfera divina en contacto con la historia humana. Pero las palabras de Jesús tienen en este caso una aplicación concreta; no habla de un monte cualquiera, sino de uno bien determinado: ese monte. Como ese es un deíctico, designa naturalmente el monte al que se dirigen todos, sobre el que se halla construido el templo, y que los discípulos ven enfrente.

La frase: álzate y arrójate al mar, no es una oración a Dios, sino una orden dada al monte por cualquier hombre (quien diga) que tenga fe en Dios. No habla Jesús de un suceso físico; la orden al monte es una metáfora que da forma a una decisión individual, la de romper totalmente con lo que el monte representa; con ella el seguidor expresaría el deseo de la desaparición definitiva del monte/templo. Éste debería haber sido la "casa de Dios" el centro de la historia de Israel, destinado a ser lugar de oración, es decir, de encuentro con Dios, para todos los pueblos (11,17a); pero, como Jesús ha denunciado, se ha convertido en el máximo exponente de la explotación económica que el sistema religioso judío ejerce sobre el pueblo (11,17b). La orden a ese monte significa, ante todo, la completa ruptura personal con una institución que falsea la imagen de Dios y que, en su nombre, oprime al pueblo. Para el que pronuncia esas palabras (álzate y arrójate al mar), esa institución deja de contar para él, no tiene ningún influjo en su vida; él vive como si ya no existiera, afrontando todas las consecuencias de su ruptura con ella.

Como se ha visto, no limita esta decisión al grupo de discípulos, incluye a otros partidarios o seguidores (quien diga); tampoco propone una decisión colectiva, sino individual, de cada uno. Y esta ruptura radical con el sistema religioso, encarnado en el templo, no es solamente interior, sino pública, como la de Jesús. El que no vacile en su interior y tenga la valentía de llevarla a cabo prescindirá de todo lo que pueda significar adhesión o miedo a ese sistema y debe creer en la eficacia de su opción, que, a su debido tiempo, dará su fruto (lo obtendrá). Con las sucesivas rupturas el sistema se irá viniendo abajo. La formulación que le da Jesús expresa la seguridad absoluta (Os aseguro), porque sabe que Dios está con el que hace esa ruptura y que todo es posible para el que tiene fe (9,23).

El rechazo, expresado por la orden: álzate y arrójate al mar, realiza en el individuo las palabras que Jesús dirigió a la higuera: "Nunca jamás coma ya nadie fruto de ti" (11,14). Cada uno debe renunciar a buscar nada positivo (fruto) en la higuera/institución. De forma figurada, la desaparición del monte traduce a nivel personal la muerte de la higuera (seca de raíz). De este modo, formula Jesús para cada seguidor lo que hizo él mismo el día anterior, cuando denunció la realidad del templo. Se propone quitar todo apoyo al sistema.

El monte es el símbolo de lo inamovible pero, con su dicho, Jesús asegura que la firmeza de las instituciones opresoras depende de la adhesión de los hombres. No tienen más solidez que la que les prestan los seres humanos con su adhesión y su reconocimiento, pues no son más que una objetivación hecha por los que las aceptan. Si éstos niegan con su modo de vivir la existencia del sistema injusto, éste acabará por desaparecer. Al quitarles la base del reconocimiento, las instituciones opresoras caerán por sí mismas.

El plazo del cumplimiento de la caída o desaparición no se señala, pero no por eso es menor la certeza. El hombre que colabora con el plan de Dios, es decir, con la liberación de la humanidad y la construcción del Reino, sabe que ese plan se está realizando y que llegará el momento en que se cumpla por completo. No dice Jesús "lo verá", sino lo obtendrá: el deseo llegará a realizarse. La fe no es una magia de efecto instantáneo, sino una actitud que abre cauce a la fuerza de Dios; ésta se manifestará a través de los que creen, provocando la caída de toda realidad histórica que impida la realización del hombre y el reinado de Dios.

La ruptura tendrá eficacia si el que la hace no duda al ver la magnitud de la empresa (y no vacile en su interior), olvidando la fe-confianza. Por otra parte, su decisión tendrá consecuencias personales, pues, como en el caso de Jesús, la institución judía se propondrá suprimir a los que no se le someten. El dicho de Jesús implica, por tanto, que sus seguidores deben estar dispuestos a jugarse la vida por negarse a reconocer a esa institución injusta u otra semejante.

Vuelve aquí el eco del dicho de Jesús en el que mostraba su táctica para derrocar al "fuerte": no pretendía ocupar su lugar, sino reducirlo a la impotencia y dejar su casa vacía (3,27 Lect.). "El fuerte" es el sistema opresor; "sus enseres" son los seres humanos que están sometidos a él; cuando los hombres abandonan por convicción y decisión personal ese sistema, éste carece de medios para impedirlo y se viene abajo.

Jesús invita, pues, a los discípulos a que, como seguidores suyos, rompan radicalmente con la institución judía ("el monte" del templo). Pero ésta es el prototipo de los sistemas opresores presuntamente legitimados por la divinidad, por lo que, en la perspectiva de la futura misión, deberán oponerse sucesivamente a otros sistemas opresores político-religiosos (cf. "los montes" en país pagano de 5,5 Lect.).

LA BIBLIA

Mc 11,21

 Se acordó Pedro y le dijo: <<Rabbí, mira: la higuera que maldijiste se ha secado>>.

Vuelve Pedro a salir a primer plano (cf. 8,29.32; 9,5; 10,28). Se acuerda de lo sucedido el día anterior y pone en conexión la falta de vida de la higuera con las palabras de Jesús.

Pedro no se dirige a Jesús llamándolo "Maestro" (gr. didaskale, 9,38; 10,35) o "Rabbuní" (10,51), sino que lo designa, por segunda vez (cf. 9,5), como Rabbí, título que se daba a los doctores de la Ley; lo considera, pues, como un maestro que se atiene a la tradición del judaísmo. Muestra así Pedro que sigue en su antigua postura. El uso del presente histórico (lit. "le dice"), que transfiere el dicho a la época de Mc, hace ver que el grupo de discípulos, representado por Pedro, no tiene claro aún la verdadera identidad de Jesús.

La frase de Pedro delata su sorpresa (Rabí, mira). Interpreta equivocadamente las palabras de Jesús como una maldición (la higuera que maldijiste) y se admira de su eficacia, pensando que es Jesús quien ha hecho morir a la higuera. Pero, teniendo en cuenta lo dicho por Jesús el día anterior (11,14: "Nunca jamás coma ya nadie fruto de ti"), la higuera, figura del sistema religioso judío, centrado en el templo, no se ha secado de raíz directamente por causa de sus palabras, sino porque los seres humanos han comprendido que es incapaz de dar vida (verdadero fruto) y que, por tanto, es inútil ir a buscarla en ella; es decir, por haber perdido hipotéticamente la adhesión y el apoyo de los hombres.

Basándose en su falso supuesto, Pedro hace notar a Jesús (mira) el poder de su palabra, queriendo hacerle ver que con ese poder puede vencer cualquier obstáculo e insinuando que del mismo modo que ha dejado sin vida a la higuera, podría, si quisiera, aniquilar a sus enemigos. Que la higuera se haya secado de raíz, le resulta contradictorio con lo que había anunciado Jesús sobre la condena de que va a ser objeto y la muerte que va a padecer (10,33-34; cf. 8,31; 9,31). Quiere que Jesús, dada la fuerza que posee, se de cuenta de que puede evitar ese destino. Vuelve a ver en él un Mesías de poder, y su llamada de atención constituye, en el fondo, un nuevo intento de desviar a Jesús de su camino (cf. 8,32s).

Dicho de otro modo, después de la denuncia del templo hecha por Jesús el día anterior (11,17), Pedro estima que un hombre que tiene la fuerza mostrada, a su parecer, con la higuera, puede fácilmente renovarlo todo y enfrentarse con éxito a cualquier adversario. Ve en Jesús un poder capaz de eliminar la corrupción y de instaurar un nuevo orden dentro del judaísmo.

En realidad, Pedro no ha asociado el hecho de la higuera (primero sin fruto y, luego, seca) con la situación y el destino final del templo, encarnación del sistema religioso judío, sino sólo la fuerza de Jesús con la reforma de las instituciones de Israel. No entiende que la muerte de la higuera/institución se debe a la hipotética falta de apoyo de los hombres. No comprende que lo sucedido equivale al fin de todas sus esperanzas de restauración nacional por obra de un Mesías triunfante. No percibe la novedad radical del reino de Dios. Sigue en la mentalidad que mostró en la transfiguración: la de integrar la obra de Jesús en las categorías del AT (9,5: Jesús, Moisés y Elías), para hacerla compatible con las esperanzas mesiánicas del judaísmo, que se apoyaban en él.

LA BIBLIA

Mc 11,20

 Al pasar por la mañana vieron la higuera seca de raíz.

A la mañana siguiente, Jesús, acompañado de sus discípulos, se dirige de nuevo a Jerusalén. En su camino a la capital, pasan por el mismo sitio que el día anterior y se topan con la higuera sin fruto que fue objeto de unas palabras de Jesús (11,12-14).

La higuera, a la que Jesús había deseado que nadie buscase alimento en ella (11,14), está seca de raíz, es decir, completamente muerta; no hay vida en ella ni tiene esperanza de retoñar.

Con esta figura de la higuera seca, Mc anticipa al presente de la narración el efecto futuro del deseo expresado por Jesús el día anterior. No se trata, pues, de algo anecdótico, sino de un recurso literario que da pie al desarrollo de la perícopa.

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domingo, 14 de abril de 2024

Mc 11,15b-19

 

Mc 11,15b

Mc 11,19

 Cuando llegó el anochecer, salió fuera de la ciudad.

La estancia de Jesús en el templo se prolonga durante todo el día. A pesar de la reacción de los dirigentes, que podía preverse, Jesús no abandona la ciudad hasta el final de la jornada. Los dirigentes tienen miedo de él, pero él se siente seguro en medio de la multitud. Sin embargo, no pernocta en Jerusalén. No se dice esta vez que vaya a Betania (cf. 11,11), de la que se había alejado (cf. 11,12); se subraya, en cambio, que abandona la ciudad, para dar a entender el peligro que corre en ella y quizás también su distanciamiento de todo lo que Jerusalén representa.

No se mencionan los discípulos.

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Mc 11,18

 Lo oyeron los sumos sacerdotes y los letrados y buscaban cómo acabar con él; es que le tenían miedo, porque toda la multitud estaba impresionada de su enseñanza.

La enseñanza de Jesús hace reaccionar de inmediato a dos de los grupos que componían el Sanedrín: los sumos sacerdotes y los letrados, señal de que se han sentido directamente aludidos por la denuncia pública de Jesús (v. 17). El primer grupo, formado por la aristocracia sacerdotal o alto clero, constituía la suprema autoridad del templo; el segundo, integrado por los doctores o especialistas de la Ley, estaba encargado de la interpretación de la misma. Son precisamente los dos grupos que se mencionan en el tercer anuncio de la Pasión (10,33s) como los responsables de la condena a muerte de Jesús y de su entrega a los paganos para que lo ejecuten.

Los sumos sacerdotes eran los que más se beneficiaban con el comercio del templo; los letrados los que, con su interpretación de la Ley, justificaban los abusos que se cometían en él. Ambos grupos, ante la actuación de Jesús (vv. 15b-16) y su denuncia pública (v. 17), dan por descontado que hay que eliminarlo. Consideran lo que hace y lo que dice tan peligroso para sus intereses que buscan sólo la manera de darle muerte. No piden explicaciones a Jesús ni intentan dialogar con él y, mucho menos, están dispuestos a reconocer su culpabilidad y a enmendar su conducta. El poder no dialoga ni rectifica, sólo reprime o elimina.

La reacción de los sumos sacerdotes y letrados recuerda la de los fariseos y herodianos que en Galilea se pusieron a maquinar contra Jesús para acabar con él (3,6). El hecho de que ahora no se hable de planes para matarlo, sino únicamente del modo cómo hacerlo, muestra hasta que punto aquel alborotador provinciano se ha vuelto un peligro para las autoridades religioso-políticas de la capital. Ya en dos ocasiones letrados llegados de Jerusalén han denigrado a Jesús, presentándolo como enemigo de Dios (3,23s) o entablando una controversia con él acerca del respeto a la tradición (7,1-13). Las autoridades centrales, por tanto, estaban al corriente de su enseñanza y actividad. Pero Galilea quedaba fuera de su control político. Ahora que Jesús se encuentra en Jerusalén, lugar donde ejercen directamente su autoridad y disponen de la policía del templo, pueden llevar a cabo su propósito criminal. La actuación de Jesús en el templo es la gota que colma el vaso.

La enseñanza de Jesús en el templo y la reacción de los dirigentes ante ella recuerdan también lo narrado en Jr 26, donde los sacerdotes y los falsos profetas intentan por todos los medios dar muerte al profeta por haber reprochado al pueblo su mala conducta y anunciarle que, si no se enmienda, el templo será destruido. En Mc, los que se proponen dar muerte a Jesús son los sumos sacerdotes y los letrados, como en el caso de Jeremías eran los sacerdotes y los falos profetas.

Según Mc, la razón por la que los dirigentes quieren matar a Jesús es el miedo que le tienen. Pero ese miedo tiene a su vez una causa: la acogida favorable que la enseñanza de Jesús ha encontrado en la gente. La multitud congregada en el templo no se ha sentido ofendida por esa enseñanza; al contrario, está unánimemente (toda) impresionada de forma positiva por ella. Ha comprendido la verdad de lo que enseña Jesús y está de su parte. La posición y el dominio de los dirigentes se ven seriamente amenazados. El influjo que Jesús ejerce sobre el pueblo supone para ellos un peligro. Como los dirigentes piensan sólo en categorías de poder, temen que Jesús, que los ha denunciado públicamente, incite a la multitud contra ellos y encabece una revuelta para deponerlos. Pero el que denuncia la corrupción del templo e insinúa su fin no pretende hacerse con el control de éste, ni imponerse por la fuerza a sus adversarios. En la actuación de Jesús no hay el menor atisbo de una actitud zelota ni de una táctica de violencia. Como se ha notado, los discípulos no han tomado parte en la acción de Jesús; éstos han aparecido solamente como acompañantes en el camino de ida a Jerusalén (11,15a). Ni siquiera se señala su presencia en el templo.

La reacción positiva de la multitud, tal como la describe Mc, está en paralelo con la de los fieles de la sinagoga de Cafarnaún al comienzo del ministerio público de Jesús (1,22). En uno y otro caso se señala la impresión favorable que causa la enseñanza de Jesús en la gente (los asistentes a la sinagoga, por un lado; la multitud congregada en el templo, por otro) y el peligro que esa buena acogida supone para los dirigentes. En Cafarnaún es la autoridad de los letrados la que se ve cuestionada; aquí la de los sumos sacerdotes y los letrados. Es posible que Mc haya querido poner en paralelo las dos reacciones para que el lector no espere demasiado de esta acogida favorable de la multitud. Los fieles de la sinagoga acabaron rechazando a Jesús (6,1b-6); la multitud terminará pidiendo que lo crucifiquen (15,6-15).

LA BIBLIA

Mc 11,17b

 Vosotros, en cambio, la tenéis convertida en una cueva de bandidos.

Después de citar a Isaías, Jesús formula su acusación. Lo hace poniendo de relieve el contraste entre lo que el templo debería haber sido ("casa de oración para todos los pueblos") y lo que en realidad es: una cueva de bandidos. Pone así de manifiesto cómo el sistema religioso judío, que tiene en el templo su expresión suprema, ha traicionado el designio de Dios.

En continuidad con lo dicho anteriormente sobre los destinatarios de la enseñanza de Jesús, el pronombre vosotros, puesto enfáticamente al principio de la frase no designa al pueblo llano, que es la víctima de la institución, sino a las autoridades del templo, que son las que han hecho de él lo que denuncia Jesús.

La expresión que usa Jesús para designar la realidad del templo, una cueva de bandidos, está tomada de Jr 7,11a: <<¿Creéis que es una cueva de bandidos este templo que lleva mi nombre?>>. Con estas palabras termina Jeremías una invectiva contra la conducta del pueblo, en la que denuncia el culto hipócrita: "<<Robáis, matáis, cometéis adulterio, juráis en falso, quemáis incienso a Baal, seguís a dioses extranjeros y desconocidos y después entráis en este templo (Jr 7,8-10)>>". En el mismo contexto anuncia el profeta la destrucción del templo: "<<Andad, id a mi templo de Siló, al que di mi nombre antaño, y mirad lo que hice con él, por la maldad de Israel, mi pueblo. Pues ahora, por haber cometido tales acciones,... trataré al templo que lleva mi nombre... lo mismo que traté a Siló>>" (Jr 7,12-14).

No hace Jesús una pregunta, como en Jr 7,11a, sino que afirma un estado existente: el templo se ha convertido en el lugar (una cueva) donde los bandidos ocultan su botín.  La denuncia de Jesús es fortísima: acusa a los dirigentes del templo de ser unos bandidos y a lo que en él atesoran de constituir el producto de lo que en nombre de Dios han robado al pueblo. El profeta Jeremías acusaba a todo el pueblo; Jesús, a los dirigentes. Al llamarlos <<bandidos>> equipara su actividad a la de los salteadores de caminos; como ellos, no son más que unos ladrones y unos expoliadores.

Aunque Jesús no la mencione, para los que conocen el texto de Jeremías resuena en el ambiente la amenaza de destrucción del templo.

Es de notar que la actuación de Jesús acaba en enseñanza, no en un intento de desbancar a las autoridades del templo para llevar a cabo una reforma dentro de él. Jesús no pretende apoderarse del control del templo ni reformar esa institución. Como lo puso de manifiesto el pasaje de la higuera sin fruto (11,12-15a), la situación del templo es irreversible; el tiempo de ponerle remedio ha pasado ya. Lo que quiere Jesús es denunciar públicamente en qué han convertido los dirigentes la casa de Dios y hacer tomar conciencia al pueblo de la explotación de que es objeto. Su pretensión de fondo es dejar vacía "la casa del fuerte" (3,27 Lect.).

LA BIBLIA

Mc 11,17a

 A continuación se puso a enseñar; y les decía: <<¿No esta escrito: Mi casa ha de llamarse casa de oración para todos los pueblos?>>.

La actuación de Jesús (vv. 15b-16) va seguida de una enseñanza que explica su comportamiento.

La enseñanza que transmite Mc es extraordinariamente breve. De hecho, como lo indica la construcción se puso a enseñar y les decía, su duración ha sido mayor de lo que refleja el evangelista, pero Mc quiere poner de relieve solamente lo más importante de ella.

El texto no señala de forma explícita quiénes son los destinatarios de la enseñanza de Jesús, por lo que podría pensarse que va dirigida a todos los que se encontraban en el templo, es decir, al pueblo en general. Sin embargo, la pregunta retórica con que comienza la enseñanza (¿No está escrito...?) es del género que Jesús usa solamente con oyentes instruidos, conocedores de la Escritura. Por eso, es más lógico suponer que las palabras transcritas por Mc se dirigen directamente a las autoridades del templo, que son las responsables de lo que ocurre en él, y sólo de forma indirecta al resto de los presentes.

En su enseñanza, Jesús cita en primer término, en forma interrogativa, un texto de Isaías que describe el designio de Dios sobre el templo: "ser casa de oración para todos los pueblos" (Is 56,7c). Aunque el contexto de la cita profética restringe ese horizonte universalista a los prosélitos del judaísmo, es decir, a aquellos que sirven al Señor, observan el sábado y son fieles a la alianza (Is 56,6-7a.b.), Jesús, sin embargo, al citar sólo el v. 7c, lo amplía a los paganos en general, viendo en el texto profético la expresión de la misión universal que el templo estaba llamado a desempeñar. Destaca así Jesús la finalidad primordial del templo: ser un lugar donde hombres de todas las razas y naciones pudieran encontrarse con el verdadero Dios y relacionarse personalmente y directamente con él. Todo lo demás debía estar en función de esa finalidad. Si lo principal no se cumple, el resto carece de sentido.

Ahora bien, para atraer a los paganos al conocimiento del único Dios, Israel debía haber constituido una sociedad justa, según el espíritu de su Ley; pero, como lo demuestra el templo mismo, se ha vuelto una sociedad explotadora que no es modelo para nadie. Por culpa de sus dirigentes, Israel ha traicionado su misión. El templo, que encarna a la nación, en vez de ser un foco de atracción para todos los pueblos, se ha convertido, como a continuación denunciará Jesús (v. 17b), en "una cueva de bandidos". La vocación universalista de Israel se ha visto frustrada.

LA BIBLIA

sábado, 13 de abril de 2024

Mc 11,16

 y no consentía que nadie transportase objetos atravesando por el templo.

Simultáneamente con las acciones anteriores, realiza Jesús una nueva: impedir el transporte de objetos o utensilios a través del templo. Cualquiera que sea la naturaleza de los mismos, lo que está claro es que una prohibición de este género sólo se explica desde el profundo respeto que Jesús siente por el templo; con ella quiere evitar que el lugar santo sea profanado y, al mismo tiempo, evidenciar en qué se ha convertido.

En efecto, a pesar del carácter sacro que le atribuía la teología oficial, el templo se usaba como lugar de tránsito de una parte a otra de la ciudad, como un atajo para transportar cualquier cosa, sin respeto alguno por la pretendida sacralidad del lugar. Este comportamiento irreverente era consecuencia de la desacralización introducida en el templo por los sacerdotes responsables de él con el comercio autorizado. Al hacer del templo un mercado, la gente ha acabado perdiéndole el respeto y convirtiéndolo en una vía pública como otra cualquiera.

Se produce así una paradoja: el sistema religioso judío, que en teoría tendía a sacralizarlo todo, ha acabado profanando lo que él mismo consideraba como lo más sagrado (el templo).

Contra lo que a primera vista pudiera parecer, la nueva acción de Jesús (no consentía que nadie...) está en consonancia con las dos anteriores (v. 15bc). En el fondo, también ellas manifiestan la gran consideración que Jesús tiene por el templo, pero no por lo que éste en realidad es (un mercado), sino por lo que debería haber sido: el signo de la presencia de Dios en medio del pueblo y, como aparecerá a continuación (v. 17a), el lugar de encuentro de todos los hombres con él ("casa de oración para todos los pueblos").

Por consiguiente, la actuación de Jesús en el templo no tiene nada de irreverente (los irreverentes son los que consienten lo que ocurre en él); al contrario, si Jesús reacciona de un modo tan enérgico es por la indignación que le produce verlo profanado. No son las autoridades del templo las que tienen respeto y veneración por él; es Jesús, que, aparentemente, se comporta de forma tan escandalosa.

LA BIBLIA

Mc 11,15b

 Entró en el templo y empezó a expulsar a los que vendían y a los que compraban en el templo; volcó las mesas de los cambistas y los asientos de los que vendían las palomas.

Al llegar a Jerusalén (cf. 11,15a), Jesús sin más dilación entra en el templo, que ya había inspeccionado detenidamente el día anterior y que, para Mc, compendia el significado de <<la ciudad santa>> (11,11 Lect.).

Aunque se supone que Jesús llega a Jerusalén acompañado de sus discípulos (11,15a), Mc prescinde de ellos y se concentra en Jesús; el texto sólo contempla su entrada en el templo y su actuación en él. La triple mención del templo (dos veces en el v. 15 y una en el v. 16) indica que la atención del relato está puesta en la reacción de Jesús ante él.

Como la tarde anterior se había hecho cargo de todo (11,11), Jesús entra directamente para actuar. Se enfrenta él solo con el comercio autorizado del templo; no asocia a los discípulos a su acción, para que ésta no se interprete como un acto de fuerza que pretende hacerse con el control del templo para establecer dentro de él un nuevo orden, sino como una acción profético-mesiánica, que puede calificarse en toda regla de subversiva.

El comercio autorizado se situaba en el atrio o patio de los gentiles, el más exterior del templo y que lo rodeaba; era lo primero que veía el visitante. Allí se permitía a los paganos, en particular a los prosélitos, orar al Dios de Israel; pero, tanto ellos como los demás peregrinos, no encontraban en aquel atrio un ambiente que favoreciera la oración, sino el bullicio de un mercado.

La acción de Jesús se dirige primero contra las personas (los vendedores y los compradores); después, contra las cosas (las mesas y los asientos).

En primer lugar, echa del templo a vendedores y compradores: empezó a expulsar a los que vendían y a los que compraban en el templo, desautorizando así el comercio organizado dentro de él e, indirectamente, a aquellos que lo legitiman (la jerarquía del templo). Fuera de la venta de palomas, que se menciona a continuación (v. 15c), no se especifica lo que se compraba y se vendía, pero por los documentos de la época se sabe que eran animales destinados a los sacrificios y otros dones (vino, aceite y sal), que se ofrecían junto con ellos. El precio de las licencias para la instalación de los puestos comerciales revertía al sumo sacerdote. Había tiendas que pertenecían a la familia de éste, y la jerarquía del templo no se limitaba sólo a autorizar el comercio, sino que, en parte, ella misma lo dirigía. Incluso es posible que el comercio de animales para los sacrificios estuviese en tiempos de Jesús en manos de la poderosa familia del sumo sacerdote Anás.

Es significativo que Jesús no expulse únicamente a los vendedores, sino también a los compradores. Si lo que pretende es sólo evitar que el templo se convierta en un mercado, hubiera bastado con echar de él a los vendedores; así los fieles se verían obligados a adquirir los animales y los dones destinados a los sacrificios fuera del reciento sacro. Pero, al expulsar también a los compradores, el texto está indicando que Jesús no sólo condena la venta en el templo de animales y productos para los sacrificios, con las ganancias que ella reporta, sino que desaprueba igualmente su compra; es decir, que está en desacuerdo con la creencia de los compradores en la validez de los sacrificios. Con su actuación, pues, se opone tanto al comercio autorizado en el templo, como al culto sacrificial que se realiza en él. Para Jesús, Dios no puede ser el pretexto para organizar un lucrativo negocio religioso, ni ofrece su favor o su perdón a cambio de sacrificios y dones materiales.

El final de la frase: "a los que vendían y a los que compraban en el templo", pone una nota de indignación que preludia el tono de las palabras de Jesús en la escena siguiente (v. 17).

En la actuación de Jesús con vendedores y compradores se cumple el texto de Zac 14,21b: "Y ya no habrá mercaderes en el templo del Señor de los ejércitos aquel día". Su enérgico gesto es al mismo tiempo denuncia profética y manifestación mesiánica ("aquel día" = el día del Señor).

Según el pensamiento de los profetas, el culto sacrificial, en función del cual se justifica y organiza el comercio del templo, no había existido en la primera época de Israel; como se ve, por ejemplo, en Jr 7,22: "Cuando saqué a vuestros padres de Egipto, no les ordené ni hablé de holocaustos y sacrificios", y en Am 5,25: "¿Es que en el desierto, durante cuarenta años, me traíais ofrendas y sacrificios, casa de Israel?". La tienda del desierto, antecesora del templo, había sido el signo de la presencia salvadora de Dios, de su actividad en favor del pueblo. Pero, en el templo que Jesús conoció, el culto sacrificial y el mercantilismo religioso, derivado de él, habían eclipsado la presencia de Dios y desvirtuado su verdadero rostro: el Dios liberador y salvador había pasado a ser un Dios exigente y explotador, que, en vez de dar vida, la exige para sí; el Dios generoso y misericordioso se había vuelto un Dios cicatero e interesado que ofrece sus favores a cambio de que se le sacrifiquen animales o se le ofrezcan dones materiales.

Tras la expulsión de vendedores y compradores se describe una nueva acción de Jesús: volcó las mesas de los cambistas y los asientos de los que vendían las palomas. Aunque a los cambistas y a los vendedores de palomas no los expulsa del templo, los deja dentro de él sin función; al echar por tierra las mesas y los asientos que utilizaban para realizar su oficio, les impide ejercer su actividad. Es una forma tan contundente como la utilizada antes con vendedores y compradores de desautorizar el negocio que unos y otros tenían montado en el templo y de oponerse a sus prácticas.

Los cambistas garantizaban que todos los ingresos económicos que entraban en el templo (impuestos, aranceles, donativos, etc.) se efectuaran con la moneda apropiada; no la griega o romana de uso corriente, considerada profana o impura, sino únicamente la antigua moneda hebrea o la acuñada por la ciudad de Tiro, en cuyas caras no había ninguna efigie humana. Con su actividad hacían posible el pago de lo que constituía la principal fuente de riqueza del templo: el impuesto anual de medio siclo (o dos dracmas) que obligaba a todos los judíos mayores de veinte años, incluidos los de la diáspora, y que no podían hacerse con dinero corriente. Jesús, al volcarles las mesas e impedirles su actividad, no reconoce la distinción entre monedas profanas y sagradas, y muestra su rotunda oposición (volcar) al impuesto anual que obligatoriamente había que pagar al templo y, en general, a que el culto a Dios se asocie con el dinero. Para Jesús, lo mismo que para Dios, no hay monedas que sean más aceptables que otras; lo único importante con relación al dinero es qué uso se hace de él y a qué intereses sirve. Como puede apreciarse, la insólita actuación de Jesús atenta contra el sistema económico que hacía del templo la mayor empresa financiera de la época.

Hay un comercio con el que Jesús se enfrenta de manera especial: el de los vendedores de palomas. Mc, al separar a éstos de los demás vendedores que expulsa Jesús, les concede una particular importancia. La paloma era el animal que ofrecían los más pobres (Lv 5,7; 14,21-22.30s) en los holocaustos propiciatorios (Lv 1,14-17) y en los sacrificios de purificación y expiación (Lv 15,14.29). Es decir, las leyes sobre los sacrificios permitían en nombre de DIos la explotación de la gente del pueblo con menos recursos económicos. Jesús se opone a esta práctica y con su gesto (volcar) la reprueba. El Dios defensor de los pobres y los desvalidos (Éx 22,24-26; 23,6; Is 3,14-15; 10,1-2; Am 4,1-3; 5,12; 8,1-7; Sal 82,2-4, etc.) no puede ser su explotador.

Es llamativo el contraste entre la realidad del templo y la profunda veneración por el lugar santo manifestada en muchos salmos. Entre otros, Sal 42,5: "Recordando otros tiempos desahogo mi alma: cómo entraba en el recinto y me postraba hacia el santuario entre cantos de júbilo y acción de gracias"; 6,15: "Habitaré siempre en tu morada, refugiado al amparo de tus alas"; 63,3: "¡Cómo te contemplaba en el santuario viendo tu fuerza y tu gloria!"; 122,1: "¡Qué alegría cuando me dijeron: <<Vamos a la casa del Señor>>!". Ahora en cambio, el espectáculo que ofrece el templo es lamentable. Se ha convertido en un auténtico mercado donde se trafica con lo religioso, se despoja a los fieles de sus recursos económicos, se explota a los más pobres, y se ofrece a Dios un culto que no es el que él quiere. En medio de este ambiente, la presencia divina no se percibe; todo está centrado en el dinero y en el sacrificio de animales.

Resumiendo: Las dos primeras acciones que Jesús realiza al entrar en el templo (expulsar y volcar) muestran la realidad de éste. El templo no es más que un sistema de explotación económica que, falsamente, se proclama avalado por Dios. Ese sistema se basa en la creencia que los dirigentes han inculcado al pueblo de que para tener una buena relación con Dios y obtener su favor o su perdón hay que ofrecerle a cambio sacrificios y dones materiales.

En su primera acción (expulsar), Jesús se enfrenta, por un lado, con los que trafican con lo religioso (vendedores), incluyendo a los que organizan y aprueban dicho tráfico (la jerarquía del templo) por otro, con el pueblo (compradores), que cree que con los sacrificios y ofrendas puede ganarse el favor divino, sin darse cuenta de que, en el culto sacrificial que se realiza en el templo, la verdadera víctima es el pueblo mismo.

En su segunda acción (volcar), se opone Jesús a la actividad de cambistas y vendedores de palomas, deslegitimando sobre todo la fuente principal de financiación del templo (el impuesto anual obligatorio que hacían posible los cambistas) y condenando, en particular, la explotación que sufren en él los más pobres (la venta de palomas).

LA BIBLIA

Mc 11,12-15a

 

Mc 11,12

Mc 12,29-30

  Respondió Jesús: <<El primero es: <<¡Escucha, Israel!: El Señor nuestro Dios es el único Señor; amarás al Señor tu Dios con to...