Sucedió que en aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea, y Juan lo bautizó en el Jordán.
La fórmula <<en aquellos días>>, utilizada aquí por primera vez, indica en Mc el principio de una época, la del cumplimiento de las promesas (Jr 31,31.33, de la nueva alianza; Jl 3,2, de la efusión del Espíritu) y, por consiguiente, la etapa final de la historia. Esta época se abre con la predicación de Juan, de quien se afirma explícitamente que cumple los vaticinios proféticos (1,2s). Juan, el precursor (1,2.8), anuncia al que llega y el Espíritu que será infundido por él (1,8). El acontecimiento que marca la nueva época es, por tanto, la presencia de Jesús, su actividad, muerte y exaltación.
La llegada de Jesús se relata con toda sencillez. En griego, el nombre de Jesús no lleva artículo, única vez en el evangelio además del título (1,1). Marcos presenta a Jesús como a un hombre hasta el momento desconocido y sin relieve en la sociedad (<<cierto Jesús), como a uno más de los que se bautizan. Su nombre, que significa <<Dios salva>>, es en hebreo y en griego el mismo que el de Josué, el que, coronando el antiguo éxodo, introdujo a los israelitas en la tierra prometida. Con Jesús se presenta el protagonista del relato de Marcos, anunciado en el título (1,1).
Según lo expresaba el texto de Éx 23,20-Mal 3,1 citado en Mc 1,2 (<<Mira, envío mi mensajero delante de tí, él preparará tu camino>>), texto actualizado por la presencia y actividad de Juan Bautista, Jesús llega al Jordán consciente de su misión, que se formula, en términos de éxodo, como <<recorrer su camino>> (1,2), que es <<el camino del Señor>> (1,3). Jesús está llamado, por tanto, a liberar a un pueblo de la opresión para conducirlo a una nueva tierra prometida. Ante todo, tiene que llevar a término su <<éxodo>> personal, para que, tras él, puedan realizarlo también sus seguidores.
Mientras Mc no ha dicho nada sobre el origen de Juan Bautista, señala que Jesús viene de un pueblo de la región del norte. Ofrece dos precisiones geográficas: Nazaret y Galilea. Galilea, separada de Judea y de su capital Jerusalén por la Samaría judío-pagana, era la provincia religiosamente menos observante, socialmente más oprimida y políticamente más inquieta. Había sido la cuna y el reducto del movimiento zelota, fuertemente nacionalista y antirromano. Sus habitantes tenían fama de vigorosos, bravos y amantes de la libertad.
En particular, la región montañosa donde se encontraba Nazaret era considerada un foco de exaltados (cf. Jn 1,46). Nazaret estaba situada a poca distancia de Séforis, a la que el procurador Gabinio había hecho capital de Galilea el 57 a.C, quitando al Gran Consejo de Jerusalén la jurisdicción en aquella comarca. Dejó de ser capital el 4 a. C.
Jesús procede <<de Galilea>>, no de Judea, en contra de lo que se esperaba del Mesías. Llega al Jordán para bautizarse. Al acudir al pregón de Juan, reconoce Jesús la misión divina de éste y muestra su solidaridad con el movimiento suscitado por él; refrenda su actuación, que ha despertado la conciencia de la masa, y confirma la necesidad de ruptura con la injusticia dominante haciendo suya la aspiración general por una sociedad justa. Con ello se coloca, como Juan, al margen de la institución judía.
Hay, pues, una estrecha relación entre el bautismo de Jesús y el de los demás, pero existe al mismo tiempo una diferencia esencial: Jesús no confiesa sus pecados (cf. 1,5). Su bautismo adquiere así un significado distinto de los anteriores. De hecho, en la escena aparece solo, no mezclado con otros.
La gente, al bautizarse, manifestaba abiertamente su ruptura con la injusticia en la esfera personal (los pecados) y se comprometía a ponerle fin (la enmienda). Esto significaba, en primer lugar, una autocrítica, es decir, una toma de conciencia de la propia responsabilidad respecto a la situación injusta; al mismo tiempo, manifestaba el propósito de acabar con tal situación en cuanto dependiera de cada uno. La confesión de la propia complicidad con el mal, y el bautismo, que simbolizaba la ruptura definitiva con él, expresaban públicamente el deseo de una sociedad justa.
Jesús recibe el bautismo de Juan, símbolo y compromiso de muerte, pero en su caso no se trata de una muerte al pasado (a los pecados) ni es expresión de enmienda (no se declara cómplice de la injusticia); es, en cambio, un símbolo de muerte en el futuro; por eso, más adelante, hablará de su muerte como de un <<bautismo>> (cf. 10,38s). Su bautismo expresa, pues, su disposición a la entrega total. Es decir, Jesús se compromete a cumplir su misión (1,2: <<recorrer su camino>>) en favor de los hombres, y para llevar adelante esta empresa está dispuesto a no escatimar ni su propia vida. Mediante su entrega personal, el Mesías va a realizar el éxodo definitivo, para constituir el nuevo pueblo y comenzar una sociedad nueva. Va a recoger así la aspiración de la gente, que, rompiendo con la injusticia, ha demostrado su deseo y su disposición.
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