Yo os he bautizado con agua, él os bautizará con Espíritu Santo.
La diferencia de <<fuerza>> entre Juan y Jesús se manifiesta también en la diferencia de bautismo. El de Juan necesita ser completado por otro muy superior. Son los mismos individuos los que han de recibir uno y otro bautismo (<<os he bautizado, os bautizará>>). No podrán recibir el Espíritu los que no hayan roto con la injusticia del pasado.
La actividad del que llega, <<bautizar con Espíritu Santo>>, no se pone en relación con el sistema religioso judío, como no se ha puesto la de Juan.
<<Espíritu>> equivale originalmente a <<viento/aliento>>. En cuanto <<viento de Dios>> expresa metafóricamente su fuerza; en cuanto <<aliento>>, su vida; ambas metáforas van unidas. Por comunicar vida, adopta también el simbolismo del agua fecundante. El verbo <<bautizar>>, asociado al Espíritu, lo asimila al agua, y la oposición al bautismo de Juan (agua destructora, símbolo de muerte) le imprime el sentido de <<agua vivificante>>. Se concibe el Espíritu como una lluvia que empapa la tierra/hombre, comunicándole vida y fecundidad.
Aparece así la complementariedad de los bautismos, el de Juan y el del que llega. El bautismo/inmersión en agua significaba la muerte a un pasado; el bautismo/lluvia de Espíritu Santo significa vida para el futuro. Se formula aquí, por boca de Juan, el contenido en el plano individual de <<la buena noticia>> (1,1): la comunicación al hombre, por medio de Jesús, de la vida de Dios.
La forma de tríptico en que dispone Mc la sección introductoria pone el acento en la perícopa central, en la que se explica por primera vez el contenido de la buena noticia, en su doble aspecto: el social (<<el Esposo>>, la nueva alianza y nueva sociedad) y el individual (la infusión del Espíritu, el hombre nuevo), mediante el cual tendrá efecto la alianza. El primer cuadro del tríptico (1,2-5) exponía la condición indispensable para ella: la ruptura con la injusticia, proclamada por Juan. El tercer cuadro (1,9-13) mostrará la investidura de Jesús para realizar esta misión; de hecho, sólo el que posea el Espíritu podrá comunicarlo, para crear el hombre nuevo que será miembro del nuevo pueblo.
El Espíritu es llamado <<Santo>>, calificación poco frecuente en el AT (Sal 51,13; Is 63,10.11). Según los pasajes proféticos antes citados, el efecto típico del Espíritu es hacer que el hombre pertenezca a Dios. En este contexto, pues, el calificativo <<Santo>>, además de indicar la calidad divina del Espíritu, denota su acción, introducir al hombre en la esfera divina, dar firmeza a su propósito de cambio, consagrarlo en la fidelidad a Dios (<<santificador/consagrador>>).
En el judaísmo, la fidelidad a Dios se aseguraba con la observancia de la Ley, norma externa considerada la expresión de la voluntad divina. Ahora, en cambio, la fidelidad a Dios nacerá del Espíritu, principio interior de vida comunicado al hombre. La norma externa quedará sustituida por el impulso interno: el Espíritu será la característica de la nueva alianza.
El bautismo de Juan era insuficiente para asegurar la fidelidad a Dios en el futuro; no bastaba el propósito de cambiar de vida ni el perdón de los pecados personales, se requería el cambio interior que efectúa el Espíritu. El pregón de Juan, como las exhortaciones de los profetas, estaba aún dentro de la antigua alianza. Sólo el que puede comunicar el Espíritu podrá cambiar la situación definitivamente. Dentro del pueblo judío, su actividad beneficiará a los que aceptan el mensaje de Juan. No va a renovar, por tanto, a la nación como tal, sino a los que opten contra la injusticia.
Los efectos del bautismo con Espíritu Santo se explicitan a continuación, al describir el bautismo de Jesús.
La efusión del Espíritu era característica del tiempo final. Apunta en este pasaje la concepción escatológica de Mc: la escatología se realiza en la historia.
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