Pero él les conminaba una y otra vez a que lo le dieran publicidad.
Jesús no expulsa a estos espíritus, como ha hecho otras veces (1,25s.34.39), aunque sí les impone silencio (1,25.34). No acepta la oferta que le hacen y no quiere que la idea se difunda entre la gente, lo que podría crear falsas expectativas sobre su propia misión.
En la perícopa aparece un contraste: Dos veces se ofrece a Jesús un liderazgo: la primera, por coacción, queriendo imponérselo, para obtener de él una liberación prodigiosa sin colaboración humana; la segunda, por la persuasión, atribuyéndole también un papel liberador, pero con dos diferencias: aduciendo como motivo su condición de Hijo de Dios y mostrando la disposición a colaborar con él.
Al primer intento respondió Jesús con la amenaza de marcharse; al segundo, en cambio, sólo imponiendo silencio; no satisface el deseo de los espíritus inmundos, pero, de momento, no los fuerza a renunciar a su idea; ésta encontrará su verdadero cauce en la alternativa que más adelante propondrá Jesús.
En este episodio se abre el horizonte de la misión universal liberadora, con judíos y paganos, que se anunciará en el episodio siguiente, la constitución del grupo de los Doce.
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