Y los espíritus inmundos, cuando percibían su presencia, se postraban ante él y gritaban: <<Tú eres el Hijo de Dios>>.
Vuelven a mencionarse los espíritus inmundos (1,23.27), pero en este caso sin indicar el sujeto humano al que afectan. Hay que deducir, por consiguiente, que hay poseídos diseminados por la multitud. De hecho, el inciso <<cuando percibían su presencia>> indica encuentros ocasionales. Están presentes, por tanto, en la muchedumbre globalmente considerada, judía y pagana. Los sujetos poseídos por los espíritus son parte de los que han intentado imponer a Jesús su programa.
La denominación <<inmundos/impuros>> los opone radicalmente al designio de Dios; su ideología y su propuesta son, por lo mismo, necesariamente contrarias al compromiso hecho por Jesús; no conciben la liberación de la humanidad como fruto de la entrega personal, sino de su opuesto, el poder dominador.
Sin embargo, estos espíritus no se presentan como enemigos de Jesús ni le reprochan su proceder (cf. 1,23). Al contrario, a medida que se verifican los encuentros (imperfectos <<percibían, se postraban, gritaban>>), le rinden homenaje y lo aclaman. Reconocen su misión divina y, al mismo tiempo, hacen un gesto de sumisión que muestra su disponibilidad. Se ponen a las órdenes de Jesús, en espera de que éste acepte su colaboración.
Es decir, ante el fracaso del intento anterior de descargar sobre Jesús toda la responsabilidad de la liberación, los más fanáticos de la multitud no desisten de su idea: proponen a Jesús lo mismo, respetando su libertad de decisión, pero quieren forzarlo a actuar apelando a su calidad de Hijo de Dios. No se trata de individuos conocidos como exaltados, que se designarían como <<endemoniados>> (1,32 Lect.), pero sí de hombres que han hecho suya una ideología fanática de odio y violencia (1,23 Lect.).
El título <<el Hijo de Dios>> que dan a Jesús (para los judíos, una denominación del Mesías) es verdadero (1,1), pero equívoco. En efecto, <<Hijo de Dios>>, en el contexto semítico, designa al que actúa como Dios mismo, por lo que su significado depende de la idea de Dios que tenga el que la pronuncia. En este episodio, las multitudes paganas se asocian a las judías, que llevan la iniciativa; asumen del judaísmo la idea de un Dios todopoderoso que interviene violentamente en la historia para vengar injusticias y castigar a los opresores. Por eso, nada tiene de extraño que estos espíritus presentes en la muchedumbre esperen de Jesús un comportamiento semejante.
Pretenden, por tanto, oponer al poder opresor otro poder que ellos consideran liberador, y éste es el que ofrecen a Jesús; aunque rechazan el sistema que los oprime, no rompen con sus principios de dominio y violencia. Quieren hacer de Jesús líder de una subversión social que dé la revancha a los oprimidos por la fuerza. Interpretan mal la realidad de Jesús, proyectando en él su propia idea de liberador, que nace de una determinada concepción de Dios.
Con sus gritos, los espíritus se proponen atraer la atención de la multitud. Es otro intento de forzar a Jesús, esta vez haciéndolo ceder al entusiasmo popular. Fracasada la coacción (v. 10s), recurren a la tentación.
De hecho, las aclamaciones materializan por tercera vez (cf. 1,23.34) la tentación de Satanás en los cuarenta días del desierto (1,12-13), figura de la vida pública de Jesús. Pero, al contrario del poseído de la sinagoga (1,23s), éstos no ofrecen a Jesús el liderazgo nacionalista, sino uno que rebasa las fronteras de Israel. Aquél pretendía que Jesús se aliase con la institución judía (1,24 Lect.); ahora el problema es diferente: no se trata de apoyar una institución opresora, sino de sacar de la opresión de las instituciones a los hombres de toda procedencia. Por lo que han oído de Jesús saben que éste no es indiferente a su situación; ahora que ha roto con la institución judía piensan que es el momento para combatir con la fuerza a esa y a otras instituciones opresoras. Llevados de su ideología, esperan de Jesús un modo de actuar inaceptable para él.
Como se ve, los dos intentos de forzar a Jesús tienen en común la idea de un liberador todopoderoso en el plano político-social; el primero, como cabecilla de una subversión de éxito fácil y seguro; el segundo, como apoyado por Dios para realizarla.
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