Subió al monte, convocó a los que él quería y se acercaron a él.
Ante el rechazo del Israel oficial, que se ha propuesto eliminarlo (3,6), Jesús formaliza su ruptura con la institución judía consumando un cisma, es decir, convocando a Israel desde fuera de ella. Con esto, aunque rompe con la institución no abandona al pueblo: hace un llamamiento para que los israelitas que deseen el reino de Dios se unan a él abandonando las instituciones opresoras, que no aceptan la exigencia universalista de la era mesiánica ni permiten la emancipación del hombre. El reino de Dios se realizará fuera del antiguo Israel.
Tanto en la cultura religiosa judía como en las paganas circundantes la divinidad o divinidades tenían su morada o su lugar de actuación en un monte. En la Grecia clásica, el monte Olimpo era la morada de los dioses; entre los judíos, el monte Sión era el lugar del templo, habitación de Dios; la revelación de Moisés (Éx 19,3, etc.) y a éste con los ancianos (Éxd 24,9-11) tuvieron lugar en el monte Sinaí. <<El monte>> tiene, pues, un significado teológico: en los evangelios es el lugar simbólico de la presencia divina en relación con la historia humana.
En Mc 3,13, la subida de Jesús <<al monte>> (única vez en este evangelio) significa, por consiguiente, que Jesús se coloca en la esfera divina; la convocación se hace, pues, con la autoridad de Dios mismo, presente en Jesús. En el Sinaí, Moisés subió al monte y Dios le habló desde el monte. El hecho de subir al monte pone a Jesús en paralelo con Moisés; su actuación en el monte, en paralelo con Dios. La escena afirma la divinidad de Jesús, el Hombre-Dios.
Este monte se distingue del monte Sión, sobre el que estaba construido el templo de Jerusalén, baluarte del particularismo judío. Jesús está en Galilea, pero <<el monte>> al que sube no tiene en el texto localización geográfica, es decir, no se le vincula al territorio judío. Este monte no pertenece solamente a Israel, sino a la humanidad entera. El nuevo lugar de la presencia divina sustituye al antiguo; el contacto de Dios con la historia humana no se realiza ya desde el monte del templo, sino desde el lugar donde está Jesús.
El acto de <<convocar>> supone una autoridad en el que lo ejerce: en Jesús es la autoridad divina indicada por la localización en <<el monte>>, la misma autoridad del Espíritu que antes se ha manifestado en su enseñanza (1,22.27), en la creación del hombre nuevo escenificada en el episodio del paralítico (2,10 Lect.) y en su superioridad sobre la Ley (2,28).
Jesús convoca <<a los que él quería>>. Con estas palabras se expresa un amor de Jesús que viene desde siempre y cuyo destinatario es el pueblo de la antigua alianza. El motivo de la convocación es, por tanto, el amor de Jesús por ese pueblo, amor que se hace efectivo en los israelitas que lo han seguido (los discípulos). Los invita a reunirse con él en la esfera divina (el monte), pues es en ella donde se constituye el Israel definitivo.
Este amor de Jesús a sus seguidores israelitas había sido expresado en la figura del Novio/Esposo (2,19s), que, bajo la imagen nupcial, denotaba el vínculo de amor y fidelidad entre Jesús y el Israel que le da su adhesión. Al ser la figura del Esposo una transferencia a Jesús del papel de Dios en la antigua alianza, se implica que este amor continúa el de la primera elección.
En el original, el verbo se encuentra en presente histórico: <<convoca>>, indicando el permanente amor y la permanente invitación de Jesús a los que pertenecían al antiguo Israel. El Israel definitivo, representado por el grupo de los Doce, no está cerrado, espera la sucesiva incorporación de los que vayan reconociendo a Jesús, el fundador y centro de la nueva alianza.
La frase siguiente, <<y se acercaron a él>>, señala la respuesta de <<los que él quería>>, que es una opción por Jesús, pero incluyendo un elemento de separación o ruptura. Al acercarse a él, que está en <<el monte>>, también los convocados entran en la esfera divina. Al contrario que en la antigua alianza, donde sólo Moisés tuvo acceso a Dios (cf. Éx 19,21-25), en la nueva lo tiene todo el nuevo Israel.
Esta opción por Jesús no es igual a la realizada por las dos parejas de hermanos al ser llamados por él (1,16-21a), pues ha intervenido un hecho nuevo, la ruptura de Jesús con la institución judía. Optar ahora por Jesús incluye asociarse a su ruptura. Es condición para formar parte del Israel definitivo.
Dar este paso supone para los discípulos aceptar un riesgo: el nuevo Israel va a ser signo de la ruptura radical con las instituciones, que planean ya la muerte de Jesús (3,6). La misma amenaza va a cernirse sobre ellos que sobre el maestro.
En resumen: Ante la oposición a muerte de la sinagoga, Jesús decide romper públicamente con la institución judía; convoca a todos los israelitas que han hecho su opción por él haciéndose discípulos suyos, para formar con ellos el Israel mesiánico y definitivo. Esta decisión de Jesús significa un cisma respecto al Israel oficial. Su convocación implica que, para formar parte del nuevo Israel, los discípulos han de romper, como él lo ha hecho, con el Israel institucional del pasado. Su amor le impide abandonar al antiguo pueblo elegido: la constitución del nuevo Israel es su intento de salvarlo.
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