Entonces constituyó a doce, para que estuviesen con él y para enviarlos a predicar, con autoridad para expulsar a los demonios.
La convocación ha sido colectiva, <<a los que él quería>>, es decir, al conjunto de los israelitas que han respondido individualmente a su llamada. Con ellos, frente al Israel oficial, constituye el nuevo Israel (<<doce>>), heredero de las promesas. La constitución del primer pueblo se basaba en la elección de los patriarcas; en continuidad con la historia, Jesús no hace ahora una nueva elección, sino que, al constituir el Israel definitivo, confirma y renueva la elección antigua.
El número doce es el símbolo de Israel en su integridad (las doce tribus), pero la ausencia de artículo en este pasaje (<<doce>>, no <<los doce>>) muestra que Jesús no restituye <<las doce>> antiguas tribus ni pone a sus discípulos en paralelo con <<los doce>> patriarcas. Este nuevo <<doce>> designa al conjunto del Israel mesiánico, que no corresponde ya a la antigua alianza, sino a la alianza de Jesús (2,19s: <<el Esposo>>; cf. 14,26: <<ésta es la sangre de la alianza mía>>), en la que no se entra por mera pertenencia étnica, sino por la adhesión a él. Engloba a todos aquellos que, habiendo vivido dentro de la antigua alianza, han reconocido la llamada de Jesús y respondido a ella.
Al formarse el Israel definitivo deja de existir el antiguo, y todo judío que no entre a formar parte del nuevo deja de pertenecer al pueblo de la promesa. Por eso, Israel como pueblo no tiene en Mc ningún papel característico y, aparte del simbolismo del número, a los Doce no se asigna ninguna función particular en relación con el Israel histórico.
Esta iniciativa de Jesús es un tremendo desafío a la institución judía. Rechazado por los dirigentes, y fracasado así su intento de atraer a todo Israel, Jesús, con su convocatoria y con la constitución de <<doce>>, declara caducado el Israel antiguo y su papel histórico. Desecha definitivamente el odre viejo de las antiguas instituciones (2,22). Dios está con él, no con la institución judía.
La constitución del nuevo Israel tiene una doble finalidad: <<estar con Jesús>> y <<ser enviados a proclamar>>. La expresión <<estar con alguien>> ha aparecido ya dos veces en el evangelio: la primera vez designaba a los que seguían a Simón en busca de Jesús (1,36), es decir, a los que se identificaban con el propósito de Simón y se asociaban a su actividad; la segunda vez, a los que seguían a David en circunstancias difíciles (2,25), es decir, a los incondicionales de David. Lo que Jesús pretende al convocar a estos israelitas es que sean incondicionales suyos: el nuevo Israel ha de estar estrechamente unido a Jesús, el Hijo de Dios, para llevar a cabo su misión.
La expresión <<estar con>> se encuentra en Is 43,5, en boca de Dios que se dirige al pueblo: <<No temas, que estoy contigo>>. Esta cercanía de Dios al pueblo se traduce en obras de salvación (Is 43,2-4) y se debe al amor de Dios por él (Is 43,4: <<porque has sido de gran precio a mis ojos, has recibido gloria y yo te he amado>>). El <<estar>> de Dios con Israel se continúa en el <<estar>> del Esposo/Jesús con sus discípulos (2,19), significando la fidelidad de su amor hacia ellos, manifestada en la convocación (<<a los que él quería>>). Ahora quiere que sus discípulos respondan; ellos han dado el primer paso, se han acercado a él, pero la plena correspondencia a su amor es un objetivo que han de alcanzar (<<para que estuviesen con él>>), identificándose con su persona y mensaje. Su adhesión tiene que profundizarse.
La respuesta inicial indicada por <<se acercaron a él> (v. 13c) no es, pues, plena ni necesariamente definitiva. <<Estar con Jesús>> no es aún un objetivo alcanzado, y el primer paso no garantiza la continuidad.
<<Enviarlos a proclamar>> es el objetivo de la constitución del nuevo Israel. <<Estar con Jesús>>, ser incondicional suyo, es requisito indispensable para ello. El ámbito universal de la misión ha quedado señalado a partir del episodio del paralítico (2,1-13). Más tarde, la inmensa muchedumbre judía y pagana (3,7b-8) representaba <<los peces>> que <<los pecadores>> han de pescar. La proclamación ha de extenderse a todos los pueblos.
Es aquí donde Jesús señala al Israel mesiánico su tarea en el mundo. En el AT tenía Israel una misión confiada por Dios: estaba llamado a producir un fruto, el amor al prójimo; esto habría hecho de Israel una sociedad justa, haciendo resplandecer el verdadero Dios ante los paganos. Pero el plan de Dios había fracasado: como se ha hecho patente con el llamamiento de Juan Bautista, la sociedad judía era profundamente injusta.
Con Jesús cambia la misión de Israel. Si antes había sido centrípeta, como punto de atracción para los demás pueblos (cf. Is 2,1-5), ahora ha de ser centrífuga, poniéndose al servicio de la humanidad: ha de proclamar a todos los hombres la buena noticia del reinado de Dios, es decir, la vida para el hombre y la creación de la sociedad nueva, ya sin mediación del templo o de las antiguas instituciones (cf. 2,22).
Jesús no pone fronteras a la misión de los Doce; queda abierto el horizonte de los pueblos paganos. Tampoco asigna a los Doce función alguna dentro de la comunidad; el ámbito de su actividad se encuentra fuera de ella. Esto concuerda con el significado del grupo de los doce, que representa a todos los seguidores de Jesús que proceden del judaísmo; si engloba al grupo entero, la actividad ha de desplegarse al exterior.
Los dos objetivos son complementarios: Jesús espera del Israel mesiánico una adhesión y fidelidad a él y a su programa (v. 14: <<estar con él>>) que responda a su amor por ellos (v. 13: <<a los que él quería>>); desde esta adhesión incondicional, que pone fin a su exclusivismo, podrá Israel ejercitar la misión que Jesús le confía en beneficio de la humanidad entera.
La proclamación irá acompañada de una actividad liberadora, expresada como <<expulsar los demonios>>. Como ya se ha visto (1, 32-34), éstos representan ideologías de odio y violencia incompatibles con el mensaje de Jesús y que impiden aceptarlo. La <<autoridad>> para expulsarlos procede del Espíritu (1,22 Lect.); es decir, Jesús se propone comunicar Espíritu a los Doce para que ejerzan la misión, como se insinuaba en la llamada de Simón y Andrés (1,17 Lect.) y en la convocación desde <<el monte>> o esfera divina, en la que entran los que se acercan a Jesús. El Espíritu aparece como una fuerza que capacita para trabajar eficazmente en la misión. Pero la eficacia del Espíritu, y con ella la de la misión, dependen del <<estar con él>>, de la adhesión a Jesús y a su mensaje.
Los dos objetivos de la convocación de los Doce dejan claro el futuro que Jesús diseña para el nuevo Israel. Éste no ha de ser ya una sociedad cerrada ni ha de imponerse a los demás pueblos; será, por el contrario, su servidor, e irá eliminando la violencia fanática que enfrenta a los hombres dondequiera se encuentre. Será misión suya atraer hombres de todas las naciones al modo de vida propio del reino de Dios. Los ideales de grandeza y hegemonía que se alimentan de ciertos pasajes del AT y habían sido fomentados por el nacionalismo exclusivista quedan descartados definitivamente.
Sin embargo, los Doce aún <<no están con Jesús>>. Habrá que ver si entienden el alcance de la ruptura que exige la formación del nuevo Israel.
Terminada la lectura de 3,13-15 puede verse que existe un paralelo con Joel 3,5 LXX. La comparación de los dos pasajes ilumina el texto de Mc.
Dice así el texto profético: <<Porque en el monte Sión y en Jerusalén habrá supervivientes -como lo dijo el Señor- y mensajeros de buenas noticias, los que el Señor haya convocado.
A <<el monte Sión>> de Joel corresponde en Mc <<el monte>> al que sube Jesús; a <<mensajeros de buenas noticias>> corresponde <<predicar/proclamar [la buena noticia]>>; a <<los que el Señor haya convocado>>, <<convocó a los que él quería>>, según la transferencia que hace Mc de funciones divinas a Jesús. Además, Jl 3,5 se halla en el contexto del futuro don del Espíritu a todo hombre (Jl 3,1.2); en Mc 3,15, la <<autoridad>> que van a recibir los convocados deriva de la recepción del Espíritu.
La perícopa de Mc interpreta, pues, la profecía de Joel, en la que Dios prometía que en el ámbito de la institución judía (el monte Sión, lugar del templo, y Jerusalén) quedarían hombres que serían convocados por él para ser portadores de buenas noticias. Jesús convoca ahora a esos israelitas para que sean portadores del mensaje del Reino.
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