Estaban al acecho para ver si lo curaba en sábado y presentar una acusación contra él.
Los que están al acecho son los fariseos, mencionados más adelante (v. 6), los mismos que han interpelado a Jesús sobre la conducta de los discípulos (2,24). Ellos han escuchado a Jesús, que ha aducido el cado de David y ha explicado la relación entre el precepto y el hombre en la antigua alianza (2,27), pero no han hecho caso de la Escritura ni de los argumentos de Jesús, que ponían al descubierto la falsedad de su interpretación de la Ley. No reacciona reconsiderando su postura, siguen aferrados a sus posiciones y están dispuestos a todo; van a usar la Ley misma como instrumento: buscan un motivo legal para denunciar a Jesús.
Mientras que Jesús ha entrado abiertamente en la sinagoga, ellos lo acechan en silencio; actúan a traición, ocultando su propósito. Necesitan una prueba de hecho para denunciarlo, y se valen de la presencia del inválido. No van a oponerse a que Jesús lo cure; quieren ver si, conforme al principio que ha enunciado (2,27), se atreve a curarlo, violando el sábado personalmente y en presencia de ellos.
Tal acción podría calificarse de positivo desprecio de la Ley, y la reincidencia en la violación del precepto sabático, después de una primera advertencia (2,24), estaba penada con la muerte (cf. Éx 31,14-16). Saben que no basta con la excomunión, pues Jesús está ya viviendo al margen de la institución religiosa, y no precisamente solo, sino acompañado de un grupo creciente de seguidores, cuyo modo de actuar (cf. 2,15.19.23) se sale de los moldes de la religión oficial.
Bajo estas figuras indica Mc que los fariseos de Galilea espiaban la actividad liberadora de Jesús con el pueblo, al que emancipaba del legalismo, fundamento de la tradición religiosa farisea y base de su dominio. La situación del pueblo, privado de libertad e iniciativa por el sometimiento a su doctrina, les parece normal. Pretenden por eso denunciar a Jesús por subversivo, para que sea juzgado y condenado a muerte.
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