Le dijo al hombre del brazo atrofiado: <<Levántate y ponte en medio>>.
Se omite todo preámbulo (p. ej., <<al ver al hombre ... le dijo>> [cf. 1,16.19; 2,5.14] o frase similar) y, lo mismo, toda presentación del inválido o intercesión por él (cf. 1,30) o cualquier acción por parte del hombre que llame la atención sobre su persona y condición (gritar, pedir la curación, etc., cf. 1,23.40). Esto confirma que este hombre, que no habla ni actúa, no es un personaje real, sino una figura que representa a los fieles de la sinagoga, privados de toda iniciativa por la interpretación farisea de la Ley.
Jesús entra, pues, en la sinagoga con la intención de encarar a los fariseos con la situación a la que están reducidos los judíos religiosos que ellos someten a la Ley; quiere ver si recapacitan y rectifican.
En el texto original, en lugar del pasado <<le dijo>> se encuentra el presente <<le dice>>, indicando el sentido ejemplar del episodio, es decir, el valor permanente de la actividad liberadora de Jesús. La interpretación farisea de la Ley y su efecto sobre el pueblo continúan en tiempos de Marcos y es, como entonces, objeto de controversia con los dirigentes espirituales del judaísmo.
Vuelve a mencionarse, innecesariamente desde el punto de vista narrativo, el motivo de la invalidez del individuo, <<el brazo atrofiado>>, que es figura del efecto de la opresión legalista. El término <<atrofiado/seco>>, ahora en forma adjetival, recuerda el famoso pasaje de Ez 37,1-14, la visión de los huesos secos o calcinados, símbolo del pueblo sin vida (37,11). Mc reinterpreta el texto del profeta, atribuyendo la falta de vida del pueblo a la pérdida de la actividad e iniciativa, a su estado de absoluta pasividad, consecuencia de su sumisión al legalismo fariseo.
Jesús provoca la cuestión: ordena al hombre que se levante y se ponga en el centro. En contraste con lo subrepticio de sus adversarios, él obra abiertamente. El hombre no estaba de pie, no desplegaba su estatura humana ni estaba en el centro; de hecho, el centro de interés de la institución es la casuística en torno a la Ley. Jesús cambia ese centro, colocando en él al hombre necesitado: la institución religiosa ha de estar en función del bien del hombre, que constituye el criterio para juzgar su validez.
Visible para todos, la manifiesta invalidez del hombre es ya una denuncia, pues queda bien patente la miserable condición de los sometidos a la doctrina oficial. Van a definirse dos actitudes frente a esta situación: la de Jesús y la de los fariseos. El lugar que ahora ocupa el inválido revela la importancia de la cuestión que Jesús va a proponer.
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