martes, 28 de noviembre de 2023

Mc 3,29

 <<pero quien insulte al Espíritu Santo no tiene perdón jamás; no, es reo de una ofensa definitiva>>.

Hay una sola ofensa que no tiene posibilidad de perdón: el insulto al Espíritu Santo, que Mc identifica inmediatamente con la afirmación de los letrados de que Jesús estaba poseído por un espíritu inmundo (v. 30). La oposición entre <<santo>> e <<inmundo>> es patente. El Espíritu Santo es el Espíritu de Dios, el que mueve a actuar por amor, como Dios mismo; el Espíritu inmundo es aborrecible para Dios, porque impulsa al odio y a actuar en contra del hombre. Quien se atreve a decir que el espíritu que mueve a Jesús es un espíritu inmundo insulta al Espíritu de Dios (1,10).

El insulto al Espíritu implica negar la evidencia de los hechos. No es un pecado ocasional provocado por una circunstancia pasajera, sino una actitud refleja y corrompida: la del que, conociendo la verdad, no quiere reconocerla. Es la definición de la mala fe.

La afirmación de los letrados se ha debido a la actividad de Jesús en favor de los hombres, uno de cuyos ejemplos ha sido la liberación de los endemoniados/fanáticos. Declarar que es contrario a Dios eliminar el fanatismo ideológico y el espíritu de odio y violencia es insultar al Espíritu Santo. Pero quienes oprimen a los demás utilizando para ello el nombre de Dios no tienen más remedio que negar el origen divino de la liberación que Jesús efectúa: sólo así podrán justificar la opresión que ejercen. Mientras se nieguen a reconocer la evidencia, ellos mismos se excluyen del perdón. La mala fe es una opción consciente y obstinada contra la verdad, que, por nacer de inconfesables intereses, no está dispuesta a rectificar; por eso es una <<ofensa definitiva>>, incancelable, porque hace ineficaz la misericordia divina.

La mención del perdón remite también a la predicación de Juan Bautista, que lo prometía a los que demostrasen públicamente su deseo de enmienda mediante el bautismo con agua (1,4). Los que actúan de mala fe no obtendrán nunca el perdón, porque su actitud excluye la enmienda, que es la condición indispensable.

La actitud de los letrados es peor que la obcecación de los fariseos de la sinagoga (3,5); aquéllos eran fariseos discípulos, que seguían ciegamente la doctrina que les enseñaban; éstos son los maestros, los que dictaminan sobre la doctrina y establecen la ortodoxia.

LA BIBLIA

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