sábado, 4 de noviembre de 2023

Mc 3,4b

 Ellos guardaron silencio.

Los fariseos saben que la pregunta de Jesús no es teórica; es una denuncia abierta del modo como ellos manipulan la Ley, con la esperanza de que comprendan.

Pero no pueden dar respuesta. Si admitiesen que el sábado permite hacer el bien, es decir, que está subordinado al hombre, perderían el dominio sobre el pueblo; si admitiesen que permite hacer el mal, denunciarían su propio proceder, y el efecto sería el mismo. No pueden aceptar el razonamiento evidente que les propone Jesús, y se cierran: callando, mantienen su postura y defienden su posición. Jesús es un enemigo mortal con el que no se dialoga ni se discute.

No aceptan al verdadero Dios, el que ama al hombre. El suyo es un Dios contradictorio, bueno de palabra, malo de hecho, un déspota que afirma su soberanía, sin importarle el bien del hombre.

No quieren entender ni están dispuestos a rectificar. La pregunta, que ha puesto al descubierto su actitud, no lleva a estos observantes, que se precian de fidelidad a Dios, a revisar su propia conducta. Para ellos, la fidelidad a Dios no tiene nada que ver con el interés por el hombre. Éste puede quedar inutilizado e incluso morir; lo único importante es que se salvaguarde la obediencia a lo que ellos proponen como Ley de Dios, que no es más que su propia ideología absolutizada.

Los fariseos son discípulos de los letrados (2,16.18). Han hecho suya la doctrina de sus maestros, que separa la fidelidad a Dios de la fidelidad al hombre (cf. 7,9-13; 12,29-31), y no admiten que sea puesta en cuestión. Son incapaces de entender. No los convence ni siquiera el testimonio de la Escritura, expuesto por Jesús (2,25-26). La tradición que aprenden de sus maestros está por encima de la Escritura misma.

El intento de Jesús ha fracasado. Ha hecho el último esfuerzo para sacarlos de su ceguera, pero no lo ha conseguido. Ante el rechazo, queda impotente.

LA BIBLIA

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