sábado, 3 de febrero de 2024

Mc 6,29

 Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un sepulcro.

La noticia se sabe, llega a los oídos de los discípulos de Juan. Ellos son los notarios de su muerte, entierran su cuerpo privado de la cabeza; con ello dan fe de que ha terminado el movimiento popular suscitado por el Bautista. Recogen el <<cadáver>>; subraya el evangelista que, muerto Juan, ya no tiene realidad ni vida; todo ha terminado incluso para sus discípulos; no puede haber continuación. Los que se empeñen en seguir siendo discípulos de Juan no tienen en realidad a quién seguir (cf. 2,18 Lect.). Como no siguen a Jesús, sólo pueden dar testimonio del fin de su maestro. La supuesta resurrección de Juan no puede tener realidad, ni su misión admite sucesores; no tiene sentido que los Doce, al ser enviados por Jesús, hayan pretendido tomar su relevo (6,12).

OTRO PLANO DE LECTURA

El comentario anterior ha considerado el sentido obvio del texto; toca ahora exponer el segundo plano de lectura que presenta la perícopa, siguiendo las marcas puestas por el evangelista.

Hay que notar, en primer lugar, el paralelo entre la hija de Herodías y la hija de Jairo, señalado por el uso en ambos pasajes de los términos <<hija>> (5,35 y 6,22) y <<muchacha>>) (5,41.42 y 6,28) y la carencia de ambos casos de nombre propio. Esto hace ver que las figuras correlativas de la madre (Herodías) y de la hija representan, como en el episodio de Jairo las del Padre y la hija, a una clase dirigente y al pueblo sometido a ella. La sumisión será repetidamente subrayada. Pero, a diferencia de Jairo, que deseaba la vida de su hija Herodías quiere sólo utilizar a la suya para su propósito de muerte.

La hija, como <<muchacha casadera>>, representa, pues, también aquí a una parte de Israel que está destinada al verdadero esposo, el Mesías. La madre, a su vez, a una clase dirigente judía, que es infiel a la alianza o, figuradamente, que es adúltera, por haber dejado a su verdadero esposo, Dios o el Mesías, para aliarse con un poder bastardo; esos dirigentes aseguran la sumisión del pueblo a ese poder, separándolo de Dios y de su pan. Nótese que desde el v. 22b no vuelven a mencionarse los nombres de Herodes y Herodías, solamente <<el rey>>, el poder, y <<la madre>>: se ha pasado al sentido figurado.

Se tienen así tres personajes representativos: 

1) Herodes, rey extranjero, no davídico, que se comporta como un rey pagano y despótico (Gn 40,20: Faraón; Est 5,3.6: Asuero), representa el poder ilegítimo, contrario a las promesas de Dios. 

2) Herodías, que para conservar su poder, se alía con el rey ilegítimo, en perjuicio del pueblo, representa a la clase dirigente judía infiel a Dios, a los <<notables>> de Galilea, el poder económico, que se sientan a la mesa de Herodes sin la menor objeción a la conducta de éste ni escrúpulo por contaminarse de su impureza; el banquete de estilo pagano no les causa dificultad: han dejado al verdadero Dios por la idolatría del dinero y del poder.

3) La hija, sin nombre, voluntad ni personalidad, representa al pueblo sometido a esa clase y manipulado por ella.

La aristocracia judía representada por Herodías es mucho más implacable que el poder político (Herodes) y tiene menos respeto a Dios. No vacila en prostituir al pueblo (la hija) ni se ocupa de él más que para utilizarlo. Lo tienen sometido, al servicio del capricho del poder absoluto y de los poderes subordinados a él. La imagen de la hija muestra a un pueblo cuyo esfuerzo se pone en agradar a los poderosos, renunciando a su dignidad. Evidentemente, la abyección del pueblo complace a los dirigentes, que ven así reforzado su poder.

La muerte de Juan, el predicador del cambio de vida, se debió, pues, según Mc, a la denuncia de la unión ilegítima de Herodes y Herodías, pero ésta sirve de trasfondo a la infidelidad a Dios de los dirigentes judíos: los notables de Galilea están en el banquete de Herodes (v. 21), perseguidor de Juan, reconociéndolo por rey legítimo; son <<los herodianos>> (3,6; 8,15; 12,13). Juan no ha denunciado solamente la inmoralidad personal de Herodes, sino el connubio entre los dirigentes judíos y el poder del tirano. Tanto la prisión de Juan como su muerte se han hecho por instigación del poder judío (Herodías); el poder político ha sido su instrumento.

La decapitación de Juan es obra de Herodías, es decir, el movimiento suscitado por Juan queda truncado por los dirigentes judíos.

La perícopa completa así varios datos del relato anterior de Mc. En ella aparece que la presión político-económica de los <<notables>> de Galilea manipula al pueblo y lo tiene sometido a Herodes, lo que supone el fracaso del movimiento popular comenzado por Juan. Después de la detención de éste (1,14) ha habido tiempo para deshacer su obra. El pueblo, que había respondido unánimemente  a su llamada (1,5) ha vuelto a ser dominado por el sistema. Los que al principio estaban con Juan, se han puesto después contra él; no ha habido cambio de vida en Israel. La muerte de Juan puso el sello. Sus discípulos, que, privados de él, no se adhirieron a Jesús, se asimilaron a la espiritualidad farisea (2,18).

En este contexto comenzó la actividad de Jesús, que recogió el mensaje del Bautista sobre la enmienda o cambio de vida (1,15), aunque como presupuesto para la buena noticia: la cercanía del reinado de Dios. Cuando Jesús se propone dar libertad e iniciativa al pueblo anquilosado y se enfrenta por ello con los fariseos, éstos, alarmados, van a ponerse de acuerdo con los herodianos para eliminar a Jesús (3,6). Evidentemente, la promoción del pueblo que tienen sometido se opone a sus intereses.

La actividad de los Doce, enfocada como restauración de Israel incorporando el mensaje del Bautista, tiene gran éxito; es decir, suscita un movimiento popular parecido al que en otro tiempo había suscitado Juan. De ahí el miedo de Herodes a que se repita el conflicto.

Lo sucedido con Juan anticipa lo que va a ocurrir con Jesús: el instigador de su prendimiento será el poder judío, que se servirá del pueblo para forzar a Pilato a darle muerte (15,11). Pilato, por su parte, aunque convencido de que Jesús es inocente, traicionará a su conciencia plegándose a la exigencia de los dirigentes judíos.

LA BIBLIA

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