Y, después de abrazarlos, los bendecía imponiéndoles las manos.
Como había hecho antes Jesús con un <<chiquillo>> (9,36), también ahora abraza a éstos, mostrándoles su identificación y afecto. Mc describe así la relación que instaura Jesús con todos sus seguidores, la más opuesta a la distancia y la severidad; no toma la actitud de <<Señor>> de los suyos, sino la de amigo y familiar. Como se ha explicado antes (9,37), esta efusión de Jesús se corresponde con lo que afirmó él mismo cuando, estando rodeado de seguidores no israelitas, fueron a buscarlo su madre y sus hermanos: <<¿Quién es mi madre y mis hermanos? Quien quiera que lleve a efecto el designio de Dios, ése es hermano mío y hermana y madre>> (3,35).
Bendecir equivale a comunicar vida, que en el contexto evangélico se identifica con la comunicación del Espíritu. El contacto con Jesús que se pretendía (v. 13: <<para que los tocase>>) queda sobrepasado por el abrazo y por la imposición de manos, gesto de bendición, pues no se trata de una bendición cualquiera: el verbo griego (kateulogeô), de valor intensivo, expresa la efusión o la ternura de la bendición de Jesús. Se verifica así la abundante comunicación de vida que anunciaba Jesús a los que han producido el fruto del mensaje (4,24: <<la medida que llenéis la llenarán para vosotros, y con creces>>). Éstos entran en el Reino, la comunidad humana donde Dios reina infundiendo su Espíritu/vida.
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