A estas palabras, el otro frunció el ceño y se marchó entristecido, pues tenía muchas posesiones.
La invitación de Jesús no le gusta al rico, le extraña y le desagrada: no se esperaba semejante propuesta. Lo muestra su semblante: <<frunció el ceño>>; luego, se marcha triste. Ambas reacciones tienen por causa la riqueza. Se especifica ahora que el individuo es un rico propietario. Tiene que elegir entre el amor a la humanidad y el amor a sus posesiones, pero es esclavo de ellas. El amor de Jesús podría darle la fuerza necesaria para la opción, pero no tiene en cuenta o no aprecia la promesa de Jesús, y la renuncia le parece puramente negativa.
Aunque personalmente no ha sido injusto, este hombre está implicado, por su riqueza, en la injusticia de la sociedad. Su amor a los demás es relativo, no llega al nivel requerido para seguir a Jesús. No está dispuesto a trabajar por un cambio social, por una sociedad justa; con la antigua le basta. Tenía que optar entre el amor a la humanidad y el amor a la riqueza. Prefiere el dinero al bien del hombre. Tampoco aspira a la plenitud humana.
Ante el rechazo de su invitación, Jesús no insiste ni dirige al hombre ningún reproche; respeta su decisión.
Como en otros episodios, Jesús expresa su exigencia usando una formulación extrema: la renuncia a todo es figura del amor incondicional a la humanidad y del deseo de evitar toda complicidad con la injusticia. No propone Jesús un modelo (cf. 8,34), quiere indicar ante todo que el amor no tiene límite: si en algún caso fuera indispensable ese despego total para ser fiel a la justicia, no se excluye. La última seguridad del hombre no está en el dinero, sino en <<el tesoro del cielo>>, es decir, en el amor y la solidaridad comunicados por el Espíritu.
No hay comentarios:
Publicar un comentario