Jesús, fijando la vista en él, le mostró su amor diciéndole: <<Una cosa te falta: márchate; todo lo que tienes, véndelo y dáselo a los pobres, que tendrás un tesoro del cielo; entonces, ven y sígueme>>.
<<Fijar la vista en alguien>> acentúa la comunicación personal y subraya la importancia de lo que Jesús va a decirle. De hecho, le demuestra su amor invitándolo a seguirlo, a darle su adhesión, aceptando su mensaje y colaborando con su actividad; con esto le propone que se incorpore al grupo de sus seguidores.
El individuo es un hombre cabal, su modo de proceder es intachable: está preparado para dar el paso decisivo. Por eso, Jesús no le dice <<si quieres>> (cf. 8,34), su invitación es directa: <<márchate>>, <<vende>>, <<dáselo>>, <<ven y sígueme>>. La llamada está en la misma línea que la hecha al principio a los pescadores (1,16-21a) y a Leví (2,14). La observancia de los mandamientos éticos de la Ley ha sido un primer paso en el amor a los demás. Jesús le propone llegar hasta el fin.
<<Una cosa te falta>>, no para heredar la vida definitiva, a lo que ya ha contestado Jesús y cuya manera ha enseñado Dios mismo. Una cosa falta a este hombre para realizar en sí mismo el proyecto de Dios, para encontrar la felicidad que no posee y la plenitud a la que está llamado. Le falta el amor pleno: su amor a los hombres, hasta ahora manifestado solamente en la observancia de los mandamientos negativos (<<no matar>>, etc.), esto es, en no hacer daño, no supone preocupación real por el bien de los otros ni lleva a comprometerse con la justicia. Ese mínimo de amor debe convertirse en amor activo, en solidaridad efectiva con sus semejantes.
Para ello, le propone Jesús el seguimiento; pero antes el hombre tiene que salir de su conformismo con la situación y mostrar su deseo de una sociedad justa. Este hombre, que es rico, muestra insensibilidad ante la indigencia de los desposeídos; no es un hombre inquieto que desee mejorar las condiciones de los que sufren. Mientras no muestre su deseo de contribuir al cambio social, no es apto para entrar en la comunidad de Jesús. El rico está preocupado solamente por el más allá, pero existe un más acá lleno de dolor e injusticia, y su conducta no contribuye a remediarlos.
También su amor a sí mismo es deficiente: hasta ahora se ha conformado con practicar unos mandamientos que, por prescribir un <<no hacer>> no ayudan a su crecimiento ni elevan su calidad como persona. Le falta aspirar a la plenitud humana.
La propuesta de Jesús va más allá de la pregunta del hombre. No se trata sólo de alcanzar vida definitiva después de la muerte, sino de tener vida plena en este mundo y de ayudar a otros a alcanzarla.
Jesús señala el obstáculo que puede impedir al rico decidirse a seguirlo: el apego a la riqueza. El hombre tendrá que desprenderse de <<todo lo que tiene>>, para no estar entre aquellos que por la posesión o el ansia de dinero, posición social y dominio crean la desigualdad y la injusticia en la sociedad y la infelicidad de los seres humanos. Debe eliminar toda complicidad con esos modos de proceder, demostrar con las obras su amor sin reservas a la humanidad; solamente así podrá contribuir a crear una sociedad que favorezca el pleno desarrollo del hombre.
De hecho, no hacer daño personal a los demás, como prescriben los mandamientos de la Ley, era compatible en la sociedad judía con el apego a la riqueza y a la posición social, que se consideraban incluso como una señal de la bendición divina, pero que creaban desigualdad, pobreza y dependencia. Aunque en otros términos, Jesús le pone delante al rico la primera condición de seguimiento: <<renegar de sí mismo>> (8,34), es decir, renunciar a toda ambición egoísta de dinero, posición social y poder, que son los factores de la injusticia. La ética propuesta en los mandamientos promulgados por Moisés no basta para suprimir la desigualdad ni lleva a una sociedad verdaderamente justa.
A los primeros llamados, de clase humilde, Jesús no les puso condiciones para el seguimiento, los invitó directamente (1,17.20; 2,14), y ellos, gente inconformista, dejaron espontáneamente sus magras posesiones para seguir a Jesús, en quien veían un líder capaz de acaudillar un cambio social. Por el contrario, al rico Jesús le pone una condición previa: vender todo lo que tiene y darlo a los pobres, esto es, desprenderse definitivamente de todos sus bienes, sin exceptuar nada (<<todo>>) y sin esperanza de recobrarlo (<<dáselo a los pobres>>). Dar sus bienes a los pobres sería su aportación personal para reparar la injusticia social que crea la riqueza, contribuyendo a aliviar la condición de los desposeídos. Demostrando con ese gesto su libertad respecto al dinero y su amor incondicional a la justicia, estaría preparado para entra en la comunidad de Jesús.
Esa renuncia, por otra parte, era también indispensable para hacer posible la igualdad dentro de la comunidad y evitar la ocasión de alcanzar en ella preeminencia y ejercer dominio sobre los otros.
La acumulación de bienes proporciona una seguridad para esta vida en el plano material, pero no en el plano del espíritu, como lo muestra la angustia del rico. Éste se ve invitado a perder toda su seguridad humana, pero se le promete que así tendrá otra, en este caso no humana sino divina. De hecho, un amor a la justicia y a la humanidad como el que demuestra la renuncia que se le pide pone en armonía con Dios, cuyo amor a los hombres resplandece en Jesús. La verdadera riqueza, el <<tesoro del cielo>>, es el amor de Dios al hombre, expresado en el don del Espíritu, que es vida. Su efecto, respecto al que lo recibe, es la seguridad del amor que Dios le tiene; respecto a los otros, la solidaridad y el amor mutuos propios de la comunidad de Jesús, que fundan la nueva seguridad en el plano humano. El <<tesoro del cielo>> es así una nueva expresión para designar el reinado de Dios; la renuncia que Jesús pide al rico equivale a <<acoger el reinado de Dios como un chiquillo>> (10,15), haciéndose <<último de todos y servidor de todos>> (9,35).
Se contraponen así dos escalas de valores: la de la sociedad que tiene por valor supremo la riqueza, con sus secuelas de prestigio y poder, y la de Dios, para quien los valores supremos son la generosidad y la solidaridad, expresiones del amor a todos, que llevan al hombre a la plenitud de vida.
El rico aspiraba a la vida después de la muerte; Jesús le ofrece ya desde ahora la comunicación de la vida de Dios. Ser rico no lo ha hecho crecer en su calidad humana, pues su amor al prójimo ha sido mínimo, ya que no ha sido solidario ni ha tomado ninguna iniciativa para procurar el bien de los demás. El desarrollo humano se realiza solamente por el amor activo, y el obstáculo para practicarlo es el deseo de conservar su riqueza sin compartirla.
Renunciar por renunciar no tendría sentido. El motivo de la renuncia es el amor a todos los seres humanos, que se traduce en la sensibilidad ante la injusticia. La costosa renuncia a los bienes sería la respuesta al amor que Jesús le muestra; al mismo tiempo, le daría la posibilidad de obtener <<el tesoro del cielo>> que Jesús le promete: lo que parece pérdida sería en realidad ganancia y vida. Esa renuncia, que contribuye a eliminar la injusticia, es también condición para el amor pleno: Jesús lo invita a pasar de un mínimo de amor, en intensidad y en extensión, a un máximo, sin límite en la entrega y ofrecido a todos los hombres.
Jesús, que está para continuar <<su camino>>, expresa su amor a este hombre invitándolo a seguirlo, es decir, a recorrerlo con él. Espera que, con un gesto de total generosidad, responda al amor que se le brinda.
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