lunes, 25 de marzo de 2024

Mc 10,6-9

 <<...pero, desde el principio de la humanidad, Dios los hizo varón y hembra; por eso el ser humano dejará a su padre y a su madre y serán los dos un solo ser; de modo que ya no son dos, sino un solo ser. Luego lo que Dios ha emparejado, que un ser humano no lo separe>>.

Jesús prescinde de la Ley, codificada por Moisés, y se remite al designio creador. Se remonta a los orígenes: hay que interpretar la realidad humana a partir de Dios creador, no de Moisés legislador. Va a la fuente y la interpreta directamente, sin intermediarios. La naturaleza del hombre, tal como ha sido creada por Dios, ha de ser respetada, no puede ser contradicha por la Ley.

Las palabras de Jesús combinan varios textos del Génesis. En primer lugar, cita Gn 1,27, la creación del ser humano en dos sexos, que funda la fecundidad y la posibilidad de dominar la tierra (cf. Gn 1,28). El segundo texto citado es el de Gn 2,24: <<por eso el ser humano dejará a su padre y a su madre>>, cuya introducción <<por eso>> no se refiere en el original hebreo a que Dios los hizo varón y hembra, sino a que Eva fue creada del costado de Adán; la razón de que el hombre deje al padre y a la madre es, pues, en Gn 2,24, el restablecimiento de la unidad original, y la frase: <<se unirá a su mujer y serán los dos un solo ser>>, se refiere a la unión sexual.

Estos textos del Génesis no tratan del repudio, pero Jesús, a partir de la creación del ser humano, saca una conclusión que elimina la posibilidad de esa práctica. En primer lugar, no cita ninguna ley religiosa. Establece como fundamento de la unión de hombre y mujer la diferencia de los sexos, pero sin ligarla con la procreación. Ignora el relato mítico de la creación de la mujer a partir del hombre, que podría inducir a considerarla inferior al varón, y pone la diferencia sexual como base para abandonar la familia y crear una nueva unidad. La fuerza de su argumentación contra el repudio, privilegio masculino, está precisamente en que esta nueva realidad (<<un solo ser>>) excluye toda superioridad del hombre sobre la mujer o viceversa.

Para Jesús, por tanto, la diversidad de hombre y mujer, la atracción mutua y la unión sexual fueron pretendidas por Dios. La autorización del repudio en cambio, no se atribuye a Dios, sino a Moisés. El criterio para juzgar sobre la licitud o ilicitud del repudio, es por tanto, la realidad humana según el designio divino y, a su luz, la legislación posterior sobre esta cuestión fue coyuntural e injusta.

Así pues, la diferenciación entre hombre y mujer tiene un objetivo de unidad. Se constituye en la pareja un vínculo libre más fuerte que el que unía con los padres. Ambos, el hombre y la mujer, se emancipan de la tutela paterna; en consecuencia, cada miembro de la pareja ha de cuidad y proteger al otro, sustituyendo la protección de su familia de origen. Constituyen una unidad autónoma y libre por el nuevo compromiso mutuo, sin relación con ritos o instituciones. Que dos personas formen un solo ser indica que la vida es común a ambas e implica que ninguno de los dos es superior al otro. Donde hay dos hay diferencia; donde hay uno hay identificación e igualdad, no se puede hablar de predominio de uno sobre otro ni de derechos preferentes o privilegios de una parte.

El aviso final de Jesús, <<lo que Dios ha emparejado>>, que un ser humano no lo separe>>, invalida el mandamiento dado por Moisés, que no reflejaba el designio de Dios: la perfecta unidad entre el hombre y la mujer, de la que nace la perfecta igualdad. No se puede atentar contra esa unidad por ninguna de las dos partes. Jesús condena el acto unilateral de uno u otro cónyuge porque destruye la unidad creada por Dios. Contrapone el acto humano al acto divino. Rechaza la validez del mandamiento de Moisés por dos razones: por permitir el repudio y por considerar al hombre superior a la mujer. No suaviza la Ley ni la interpreta; simplemente la deroga.

Pero, ¿cómo empareja Dios al hombre y a la mujer de una manera tan definitiva? No basta para ello el mero instinto sexual; éste es insuficiente para crear una unidad indestructible. Ahora bien, si el vínculo con los padres incluía el amor y la fidelidad a ellos, la ruptura de ese vínculo no puede hacerse sino por un amor y una fidelidad más fuertes. En el plano humano, por tanto, el instinto va acompañado o elevado por el mutuo amor. Es así el amor, un amor superior al de los padres, el que hace de los dos uno; él funda la monogamia y la indisolubilidad que aparecen en el designio creador. Las personas, no las instituciones, son el fundamento del matrimonio.

Resumiendo: En sus palabras, Jesús expone ante todo una realidad básica: la diversidad sexual querida por Dios. A continuación menciona el momento inicial y el resultado final de un proceso, que comienza por el abandono de los padres y termina en la perfecta unidad de la pareja. No hay que pensar que esta unidad se alcanza automáticamente por la unión sexual; la creación de los lazos que hacen de los dos uno exige una colaboración duradera; la perfecta unión es una meta que, sin embargo, debe ser alcanzada en esta vida. Es la realización del designio de Dios sobre la pareja humana.

Las palabras de Jesús se oponen a la costumbre ancestral de la sociedad judía y del mundo antiguo: el matrimonio como contrato entre dos familias, en el que los padres de cada parte decidían la unión de sus hijos prescindiendo de su consentimiento y anulando su libertad, queda sustituido por la decisión personal de cada uno de los miembros de la futura pareja. De ahí el texto: <<el ser humano dejará a su padre y a su madre>>, que implica esa decisión.

Hay que notar además que al tratar de la unión del hombre y la mujer Jesús no menciona la fecundidad, que queda implícita. Lo que resalta es la unión por amor de dos seres humanos, unión que incluye un mismo proyecto vital, un crecimiento y maduración compartidos y armónicos (<<un solo ser>>), que son el camino de la plenitud humana. Según esta concepción, lo primario en el matrimonio es el desarrollo personal de los dos cónyuges mediante un amor que los va identificando.

Contra la mentalidad y praxis de la cultura judía, Jesús rehabilita a la mujer afirmando su igualdad con el varón. En la unión creada por el amor, no hay lugar para decisiones unilaterales que destruyan a la pareja. La práctica judía del repudio presupone, por tanto, que en la relación matrimonial no existe un vínculo de amor capaz de formar <<un solo ser>>.

Jesús restaura la obra de Dios. Nótese su independencia ante los fariseos, su libertad frente a las instituciones y frente a su fundador, Moisés, que ha desvirtuado el designio divino. La legislación fue redactada conforme a los intereses del varón; en este aspecto, la institución legal estaba viciada desde sus orígenes.

Como apareció en la escena de la transfiguración, Moisés estaba orientado a Jesús y recibía instrucciones de él (9,4 Lect.). Ahora Jesús corrige lo escrito por Moisés. Dios no legisla, sino que crea; se expresa en la creación y no en la Ley. Y crea una realidad que tiene sus leyes internas, no externas.

La exigencia de Jesús supone una concepción del matrimonio completamente distinta de la que rige en la sociedad judía. En ésta, la unión de la pareja no se realiza por el amor mutuo, sino por el dominio del varón y la sumisión de la mujer; de ahí que dé pie a una interminable casuística. En el planteamiento de Jesús, el factor de unión es el amor que realiza la perfecta unidad, y esa realidad está por encima de toda legislación y toda casuística. Si el amor fallase, dejaría de existir el vínculo. Jesús no distingue entre un matrimonio natural y el matrimonio cristiano expone el proyecto de Dios para toda pareja humana.

Al proponer este ideal de matrimonio, Jesús pone de relieve el potencial de esa unión para el desarrollo humano.

No se señala reacción alguna por parte de los fariseos ni de las multitudes, que no vuelven a aparecer en escena.

LA BIBLIA

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