<<Es decir, cada cual ha de salarse con un fuego>>.
La sal, que impedía la corrupción de los alimentos, era símbolo de lo durable y lo valioso y se usaba en los sacrificios para simbolizar la permanencia de la Alianza (cf. Éx 30,35; Lv 2,13; Ez 43,21). Mc simboliza con ello la fidelidad al mensaje de Jesús. Esa fidelidad la obtiene el seguidor (<<salarse>>) mediante un <<fuego>>, elemento destructor figurado, que elimina en cada individuo las causas de la infidelidad y lo conserva en su ser de seguidor auténtico; este fuego se opone al fuego anterior, que destruye el ser mismo (v. 48). El fuego que sala o conserva es, pues, una metáfora que resume las pruebas dolorosas a que uno mismo deberá someterse (<<cortarse la mano o el pie, sacarse el ojo>>) para mantenerse fiel a Jesús y a su mensaje. Es decir, el seguidor de Jesús necesita autodisciplina: cada uno debe examinar qué es lo que puede poner en peligro su adhesión y apresurarse a corregirlo.
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