Entró en Jerusalén, esto es, en el templo, lo miró todo en torno y, como era ya tarde, salió para Betania con los Doce.
Jerusalén, que incluía Betfagé y Betania (v. 1), representantes de "la aldea" dominada por la capital (v. 2), incluye y domina asimismo "el templo": no sólo el pueblo está manipulado por los dirigentes; también lo está Dios.
En contra de la expectativa de los que lo aclamaban como Mesías davídico, esperando de él un acto inmediato de fuerza contra los dirigentes del templo y una proclama mesiánica, Jesús no pasa a la acción; su camino no desemboca en el triunfo terreno, ni su objetivo al subir a Jerusalén es hacerse con el poder político-religioso.
El cortejo que lo acompañaba ha quedado fuera de la ciudad. Jesús entra solo en Jerusalén y nadie lo recibe ni lo aclama: la ciudad que sería la del Mesías no se identifica con él ni él con ella. Jerusalén, <<la ciudad santa>> centro del judaísmo, la capital del reino de David y del Mesías esperado, es una ciudad como otra cualquiera que ignora la presencia de Jesús. Éste encuentra en ella un vacío, que anuncia el antagonismo.
Entra en el templo, que va a ser el escenario de su actividad en los días sucesivos, pero esa actividad va a quedar desvinculada del entusiasmo popular y de la esperanza de restauración que han rodeado su llegada. Lo inspecciona todo en el templo. Es la última vez que aparece en Mc el verbo "mirar en torno", referido antes siempre a personas (cf. 3,5.34; 5,32; 9,8; 10,23); ahora abarca toda la realidad del templo.
Era ya tarde para actuar aquel día, y quizá quiera indicar Mc que también lo era para encontrar una solución a lo que ha visto Jesús en el templo; no hay nada que hacer, el sistema no tiene remedio. Después de hacerse cargo de la situación, abandona Jerusalén (salió) y se dirige a Betania, lugar que, como se ha indicado antes (cf. vv.1-2 Lect.), está incluido en "la aldea".
Jesús no se instala en la capital (Jerusalén), sino en la periferia dominada ideológicamente por ella (Betania/"la aldea"). Va a alojarse con los Doce adonde habitan los oprimidos por la ideología del judaísmo; entre ellos ha ejercido siempre su labor. La mención de los Doce recuerda la última predicción de la muerte-resurrección, hecha a los Doce (10,32-34), la única que nombraba a Jerusalén.
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