Al pasar por la mañana vieron la higuera seca de raíz.
A la mañana siguiente, Jesús, acompañado de sus discípulos, se dirige de nuevo a Jerusalén. En su camino a la capital, pasan por el mismo sitio que el día anterior y se topan con la higuera sin fruto que fue objeto de unas palabras de Jesús (11,12-14).
La higuera, a la que Jesús había deseado que nadie buscase alimento en ella (11,14), está seca de raíz, es decir, completamente muerta; no hay vida en ella ni tiene esperanza de retoñar.
Con esta figura de la higuera seca, Mc anticipa al presente de la narración el efecto futuro del deseo expresado por Jesús el día anterior. No se trata, pues, de algo anecdótico, sino de un recurso literario que da pie al desarrollo de la perícopa.
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