... y se pusieron a preguntarle: <<¿Con qué autoridad actúas así?, o sea, ¿quién te ha dado a ti la autoridad esa para actuar así?>>
Se acercan a Jesús como una comisión oficial, con propósito de investigar. Ellos, como representante4s del supremo órgano de gobierno de la nación (el Sanedrín) se consideran la autoridad legítima, avalada por Dios. Por eso, se creen con derecho a someter a Jesús a un interrogatorio.
No vienen a dialogar con Jesús de forma amistosa, ni a informarse de las razones que le llevan a actuar así. Su pretensión va más allá. A la vista de la actuación de Jesús en el templo y de su enseñanza, los sumos sacerdotes y los letrados buscaban desde el día anterior una manera de acabar con él (11,18); ahora, los representantes del Consejo en pleno van a pedirles cuentas de su comportamiento, a desenmascararlo públicamente como un falso profeta y, a ser posible, a obtener de él una declaración imprudente que les permita poder denunciarlo y condenarlo.
Se dirigen a Jesús omitiendo toto título, ni siquiera le dan el de <<maestro>> (cf. 12,14). No le reconocen autoridad alguna. Tampoco usan fórmulas de cortesía (v.g. "quisiéramos hacerte una pregunta").
Le hacen directa y bruscamente dos preguntas: la primera (¿con qué autoridad actúas así?) pretende averiguar qué clase de autoridad se atribuye Jesús para hacer lo que hace; la segunda (¿quién te ha dado a ti la autoridad esa para actuar así?), que explicita la anterior (o sea), el origen de esa autoridad. Ambas preguntas se formulan en el texto griego con tono despectivo, como si Jesús fuera la última persona de quien podría pensarse que tuviera autoridad alguna.
También en la sinagoga de su tierra la gente se había hecho dos preguntas insidiosas sobre el origen del saber y de las actuaciones portentosas de Jesús (6,2b, Lect.). La misma desconfianza muestran ahora los dirigentes sobre la autoridad que se atribuye Jesús en su actuación y el origen de ésta.
Por otra parte, la cuestión de la autoridad de Jesús ha aparecido ya antes en Mc. Al comienzo de su ministerio, los fieles de la sinagoga de Cafarnaún reconocieron en su modo de enseñar una autoridad que no tenían los letrados, sus maestros oficiales (1,22.27b, Lect.). Y el pasaje de la curación del paralítico (2,1-13 Lect.) ha mostrado claramente que la vida nueva que Jesús ofrece a los hombres dimana de la autoridad divina que posee (2,10). Por eso, puede él conferir a los Doce autoridad sobre los demonios (3,15) y los espíritus inmundos (6,7). Ahora, sin embargo, los representantes del Sanedrín con su interrogatorio ponen en entredicho esa autoridad.
Los dirigentes no consideran ni por un momento si la actuación de Jesús estaba justificada, si su denuncia del templo el día anterior (11,17) correspondía a un abuso real o si cumplía textos de la Escritura (Zac 14,21; Jr 7,11). Como representantes del Consejo y encargados del buen funcionamiento de las instituciones se creen con derecho a pedirles explicaciones. Le exigen que justifique su actuación declarando qué clase de autoridad es la suya y quién la respalda. Intentan llevarlo al terreno jurídico. De hecho, piensan que la actuación de Jesús ha sido una usurpación de su poder. Son ellos los garantes y custodios del orden y organización del templo; Jesús no es nadie para interferir en eso.
Hay que ver, sin embargo, en su insistencia sobre "las cosas" que hace Jesús (actuar así) un contenido más amplio que las acciones del día anterior. La actuación de Jesús en el templo, centro de la institución judía, no ha hecho más que culminar una actividad y un enfrentamiento que se había prolongado durante toda su labor en Galilea (2,6-11.16-17.23-27; 3,1-6.22-30; 7,1-13); las autoridades no pueden tolerarla y pasan a la acción. Quieren saber qué títulos ostenta Jesús para actuar así; no les importa la opinión favorable de la gente que lo ha aclamado como Mesías a su llegada a Jerusalén (11,9-10) y que ha acogido favorablemente su denuncia del día anterior (11,18b). Ellos no están dispuestos a reconocerlo por Mesías; han optado ya contra Jesús y buscan sólo cómo llevarlo a la ruina (11,18a).
Considerándose custodios del orden establecido por Dios, piden credenciales a Jesús. Pero éste no tiene credenciales jurídicas. Su única credencial es su mensaje y actividad liberadoras, y lo pertinente de su denuncia del templo, apoyada por los profetas antiguos. Su caso es parecido al de estas grandes figuras carismáticas, de las que el Mesías había de ser la culminación.
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