Jesús les dijo: <<Lo del César, devolvédselo al César..., y lo de Dios, a Dios>>. Y se quedaron de una pieza.
Ahora ya da Jesús su respuesta: ellos han hablado de "pagar" (v. 14), como si ese dinero fuese suyo; Jesús los corrige y habla de "devolver", indicándoles que, como ellos mismos han admitido, el dinero no es suyo, sino del César (Lo del César, devolvédselo al César). Son deudores del César; es por este capítulo por el que tiene el César poder sobre ellos.
La respuesta de Jesús es estrictamente lógica. Mientras basen su subsistencia en ese dinero, símbolo e instrumento del poder del César, estarán mostrando su sumisión a Roma y reconociendo al César como señor. Sus palabras abren dos caminos: Si quieren cambiar la situación, adoptando la postura radical, tendrán que renunciar a los beneficios económicos que reporta la integración en el sistema del imperio. Si no, tendrán que corresponder de algún modo a esos beneficios. Ellos tienen que decidir.
No son los emisarios quienes han cazado a Jesús con una pregunta. Es Jesús quien los ha llevado a un callejón sin salida. No tienen respuesta.
La cuestión parecía terminada, pero Jesús añade un segundo miembro a la frase, proponiendo una exigencia inesperada: y lo de Dios, [devolvédselo] a Dios. Lo de Dios no puede ser más que el pueblo, del que los dirigentes se han apoderado y al que explotan en beneficio propio (11,17). Israel era "el pueblo adquirido por Dios", propiedad suya (Éx 15,16; Dt 32,6; Sal 72,4). Hay aquí, sin duda, una alusión a la parábola de los viñadores (12,1-12), dirigida en primer término a los dirigentes, pero incluyendo al pueblo, al que ellos han desviado del camino de Dios. Es ese pueblo el que, con su ejemplo, deben los dirigentes devolver a Dios, del que, por culpa de ellos, está separado. Es decir, es aquí, no en el impuesto, donde está la fidelidad a Dios, el resto no tiene importancia.
El objetivo de los dirigentes es su propio lucro; se aprovechan del César, protestando de su dominio, y roban a Dios, alardeando de fidelidad a él. ¿De qué fidelidad hablan? Lo que Dios espera de ellos es derecho y justicia (cf. Is 5,7).
La reacción a la respuesta de Jesús es de sorpresa y desconcierto. Con su planteamiento del problema, Jesús ha expuesto nítidamente los términos de la cuestión y les ha roto su lógica.
Así los ha dejado desarmados. No pueden desacreditarlo ante la multitud acusándolo simplemente de estar a favor de pagar el impuesto al César, ni tampoco denunciarlo a la autoridad romana como un subversivo que incita a no pagarlo. Ellos habían centrado sus preguntas en el pago del impuesto, dándose por fieles a Dios. Jesús, en cambio, ha renovado la denuncia de infidelidad que había hecho con la parábola de los viñadores. Al fin y al cabo, la conducta de los romanos con la nación judía no es diferente de la de ellos, los dirigentes judíos, con su pueblo.
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