<<A su tiempo envió a los labradores un siervo, para percibir de los labradores su tanto de la cosecha de la viña. Y, agarrándolo, lo apalearon y lo enviaron de vacío>>.
El dueño, figura de Dios, aunque ausente, no se desentiende de la viña; envía siervos para reclamar los frutos que le corresponden. En el lenguaje alegórico de la parábola, los siervos que el dueño va enviando representan a los profetas. Hay que notar que éstos no eran enviados sólo a los dirigentes, sino también al pueblo, pidiendo a todo Israel que diese el fruto descrito por Is 5,7: "espero derecho...; espero justicia..." (cf. Os 10,12-13; Am 6,12). Por eso, los labradores de la parábola no constituyen sólo una representación de los dirigentes de Israel, sino que engloban también al pueblo; es el pueblo entero, comenzando por sus dirigentes, que son los responsables de él, el que a lo largo de la historia ha ido rechazando a los enviados de Dios.
El dueño (Dios) manda al primer siervo a su tiempo. En ese mismo tiempo serán enviados todos los demás siervos, por lo que el término (gr. kairos) designa aquí, como en textos anteriores (cf. 1,15: "se ha cumplido el plazo/tiempo"; 11,13: "el tiempo no había sido de higos"), el tiempo de la antigua alianza, dentro del cual Israel tenía que haber dado el fruto esperado por Dios.
El siervo enviado tiene por misión percibir de los labradores la parte de la cosecha que corresponde al dueño (su tanto de la cosecha de la viña). Exigir parte del fruto marca el derecho de propiedad. Los labradores se niegan a entregarlo. Quieren vivir independientes del propietario (Dios), haciendo caso omiso de sus demandas. La relación que se establece entre el propietario y los labradores es de rebeldía: se niegan a cumplir su compromiso. Se comportan como si la viña fuera suya; no reconocen el derecho y la autoridad del dueño. De este modo, el lado negativo existente en la viña de Isaías se encarna en Mc en personajes humanos: los labradores.
El evangelista describe el comportamiento de los labradores con el primer siervo: agarrándolo, lo apalearon y lo enviaron de vacío. Después de maltratarlo, lo mandan de vuelta sin haber podido cumplir el encargo recibido. Primera constatación del fracaso de la misión profética en Israel. Los profetas fueron enviados para denunciar la injusticia en la que vivía el pueblo y reclamar los frutos que Dios esperaba de él. Pero los labradores no pueden darle la parte que le corresponde porque, en realidad, no tienen un fruto positivo que ofrecerle. El trato que dan a los siervos, opuesto a la justicia y al derecho, lo prueba sobradamente.
Como ya se ha indicado, los labradores representan a todo Israel, pero, en primer término, a los dirigentes, quienes dominan, desvían y corrompen al pueblo. Ellos son los principales responsables de que en el pueblo no haya justicia ni el derecho (cf. Is 5,7). Lo que hacen con los enviados de Dios es el exponente de su comportamiento habitual (11,17: "bandidos"; cf. Is 5,7: "asesinatos... lamentos/grito de los oprimidos"); su conducta con los siervos delata su obstinación, su contumacia. Han suplantado a Dios, asumiendo la función que sólo a él le corresponde (la de dueño) y haciendo coincidir su voluntad con la de ellos (intérpretes del designio divino). Han tomado el puesto de Dios, pero no para amar o ayudar, sino para dominar, para imponer su modo de pensar y de actuar.
Ambos, el propietario (Dios) y los labradores (Israel), "envían" al siervo: el propietario a los labradores, para recabar el fruto; los labradores de vuelta al propietario, pero de vacío. Para Dios, nada; para ellos, todo. No reconocen el derecho de propiedad de Dios y reaccionan con violencia ante sus enviados. Pretenden usurpar, por los medios que sean, lo que no les pertenece. Quieren apropiarse de la viña, que no es suya, pero no para que produzca el verdadero fruto, sino para explotarla a sus antojo.
Israel se fundó sobre la elección y la alianza con Dios, y Dios esperaba que su pueblo respondiese a su amor practicando la justicia y el derecho, creando unas nuevas relaciones humanas, que fueran modélicas para los demás pueblos. Eso es lo que no ha encontrado, por culpa, sobre todo, de los dirigentes. A las distintas muestras del amor de Dios por su pueblo, manifestado en el envío de los profetas (los siervos), Israel (los labradores), y en particular sus dirigentes, responde con una escalada de odio.
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