<<De nuevo les envió otro siervo; a éste lo descalabraron y lo trataron con desprecio. Envió a otro, y a éste lo mataron; y a muchos otros, a unos los apalearon y a otros los mataron>>.
El amor de Dios no cesa, envía otro siervo a los mismos labradores. La reacción de éstos es aún más violenta: lo descalabraron y lo trataron con desprecio. Esta vez no sólo utilizan la violencia física ("descalabrar"), sino también la moral ("despreciar"). El desprecio es la justificación de su agresión contra el segundo siervo. Desprestigian al nuevo enviado de Dios; no lo reconocen como profeta. Ni siquiera se molestan en enviarlo de vuelta con las manos vacías, como hicieron con el primero (v. 3), pues no dan por válida su misión.
A pesar de la guerra que le han declarado los labradores (Israel), el propietario (Dios) insiste en sus demandas de fruto (justicia y derecho), enviando más siervos (profetas). Mc subraya el amor paciente de Dios por su pueblo: no reacciona con violencia ante el rechazo de sus enviados, sino que vuelve a interpelarlo una y otra vez. Pero la acción divina, que busca frutos de vida, encuentra una respuesta de muerte: Envió a otro, y a éste lo mataron.
Ni siquiera ante esta violencia extrema se da Dios por vencido, sigue llamando, sin resultado alguno, a las puertas del corazón de su pueblo, para que se convierta y cambie de actitud: envió a muchos otros, a unos los apalearon y a otros los mataron. Como lo describe la parábola, al mucho amor se opone, sin justificación alguna, el mucho odio.
Dios es el único dueño de la viña; el cometido de los labradores consistía en cuidarla para que ella misma diera fruto, no en apropiársela. Su función era subsidiaria: la viña la ha plantado el Señor, es él quien le ha dado vida; ellos tenían que favorecer la expansión de esa vida, el desarrollo de las potencialidades dadas, crear las condiciones para el fruto.
Pero los labradores, dirigentes y pueblo, han sido infieles a Dios a lo largo de la historia de Israel. El amor de Dios no ha cesado nunca, pero ellos no han correspondido a él, como lo prueba el maltrato y la muerte infligida a sus enviados. Esa infidelidad continúa: el ejemplo de los dirigentes inficiona a todo el pueblo y se crea una sociedad sin justicia ni derecho. Hay un paralelo con la higuera estéril (11,13): la institución judía (templo) que debía producir fruto, no lo ha hecho; lo mismo ocurre con el conjunto de la sociedad israelita.
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