<<En cambio, lo referente al día aquel o a la hora, a nadie compete, ni siquiera a los ángeles del cielo ni al Hijo, únicamente al Padre>>.
El dicho inicial introduce el tema de la competencia sobre el día y la hora, cuyas consecuencias se desarrollan en el resto de la unidad.
El pasaje no habla de un mero saber (gr. oida), sino de un saber que está en función de un actuar (gr. oida peri). Tampoco dice que el día y la hora estén fijados por el Padre. Afirma, en cambio, que sólo al Padre compete el asunto de "aquel día o aquella hora", que a él está reservado el actuar cuando llegue el momento.
La expresión "el día aquel" se encuentra cuatro veces en Mc. En 2,20 (episodio del ayuno) está referido a la muerte de Jesús, que connota su exaltación. En 4,35 (episodio de la tempestad) señala que la misión entre los paganos es consecuencia de esa muerte-exaltación. En 14,25 (la eucaristía) señala un término a partir del cual Jesús, en el reino de Dios, beberá el nuevo producto de la vid. En nuestro pasaje, en cambio, "el día" no se refiere a Jesús, quien, en el discurso, habla desde su estado glorioso acerca de un acontecimiento futuro.
Según esto, en tres de los cuatro casos en que aparece, la fórmula "el día aquel" se refiere a la muerte-exaltación de Jesús, de la que se deriva tanto la misión entre los paganos como la producción del vino nuevo. En el caso restante, el de nuestro texto, la fórmula tiene, sin duda alguna, un significado análogo; ahora bien, si este día, por situarse en el futuro, no se refiere ya a Jesús, ha de referirse a sus seguidores, cuyo destino es semejante al suyo. Significa, por tanto, la muerte-exaltación de los seguidores de Jesús que han llevado a cabo su entrega (13,26). Compartiendo el destino de Jesús, representa, para cada uno de ellos, el desenlace glorioso de su actividad, que cierra el ciclo de la misión encomendada.
La partícula disyuntiva "o" distingue "el día" de "la hora" impidiendo considerar a esta última como una concreción del primero. Lo mismo que "el día aquel", también "aquella hora" tiene relación con la historia de Jesús: es precisamente la entrega que lo lleva a la muerte la que se designa como "la hora" (14,35.41). Coincide este sentido con el de "aquella hora" en la primera parte del discurso (13,11); allí se trataba del momento de la comparecencia de los discípulos ante el tribunal, el de la prueba final, en la que el seguidor de Jesús deberá ser constante hasta el fin (13,13). En nuestro pasaje, "aquella hora" designa, por tanto, el momento en que los seguidores se ven perseguidos, con probabilidad de muerte.
Las expresiones son, pues, complementarias: "aquella hora" connota la pasión/muerte del discípulo; "el día aquel" su reivindicación/vida. Por la constancia hasta el fin (13,13), "la hora" de la prueba culmina en "el día" de la salvación, el de la llegada del Hijo del hombre(13,26).
En este pasaje se menciona primero el aspecto gozoso ("el día aquel"), que es el definitivo; luego, el doloroso ("la hora"), transitorio. La diferente duración denotada por cada término simboliza también su respectivo carácter ("hora", lapso breve; "día" comparativamente mucho más largo). Además, la expresión "el día aquel" parece aludir al texto de Zac 14,6-7, donde se habla de "el día aquel conocido solamente por el Señor". Ahora bien, según el profeta, "ese día será único, sin distinción de noche y día, porque al atardecer seguirá habiendo luz". Se trata, pues, del día que no tiene fin.
Para comprender la razón de que el día y la hora estén bajo la competencia del Padre hay que examinar previamente el uso en este pasaje del apelativo "el Padre", en lugar de los términos "Dios" o "Señor" que han aparecido anteriormente (13,19.20).
En nuestro pasaje, el término "el Padre" aparece por tercera vez en el evangelio. La primera vez está determinado como el Padre del Hijo del hombre (8,38); la segunda vez, como el Padre de los discípulos (11,25); esta tercera vez, se le llama solamente "el Padre": incluye así ambos términos, al Hijo (v. 32b), que pronuncia el discurso, y a los discípulos, a quienes se dirige. La cuarta vez lo usará Jesús en su oración en Getsemaní (14,36).
Hay además dos textos donde se connota la paternidad de Dios. En ellos una voz del cielo o de la nube llama a Jesús "su Hijo" (1,11; 9,7). En ambos casos se explicita el amor del Padre al Hijo ("el amado"), amor que tiene su expresión en la bajada del Espíritu sobre Jesús (1,10) o su permanencia en él (9,7). Según esto, al llamar a Dios el Padre de los discípulos, se da por supuesto que también ellos son objeto del amor del Padre y que han recibido el Espíritu (1,8).
La competencia del Padre respecto al día y a la hora connota, por tanto, su amor por los discípulos y su relación paterno-filial con ellos.
Como la llegada misma del Hijo del hombre (13,26), "el día aquel" no es un acontecimiento único sino iterado. El "fin" esperado por los discípulos, el de la salvación sociológica por obra de un Mesías apoyado por Dios, que, ligado a la destrucción de Jerusalén, modificaría portentosamente el rumbo de la historia, se cambia por el "fin" individual, que se va verificando en la historia para cada seguidor, como desenlace de su entrega personal. Así va teniendo lugar la constitución definitiva de la humanidad nueva; ésta se va congregando más allá de la muerte, que desemboca para cada uno en la salvación definitiva. No es importante conocer el momento, sino saber que está en manos del Padre. Han de fiarse de su amor.
Este dicho no está aislado en el evangelio. La exclusiva competencia del Padre respecto a los sucesos del día y de la hora recoge el contenido de la cita del Sal 11/109,1 en la controversia tenida en el templo sobre el papel del Mesías (12,36). En aquella cita incluía Mc una frase, "mientras hago de tus enemigos estrado de tus pies", que no se utilizó en la controversia, pero que sienta la base para la unidad II/B de este discurso (13,24-27), donde, con imágenes cósmicas, se anuncia la caída de los regímenes opresores y la llegada gloriosa del Hijo del hombre.
En el texto del salmo, la derrota de los enemigos del Mesías se atribuye a Dios mismo. En paralelo con esta formulación simbólica está la atribución al Padre de la competencia en "la hora", momento de la persecución y juicio de los discípulos, y en "el día", momento de la caída de los enemigos del Hijo del hombre y de la salvación definitiva de los seguidores de éste.
Aparece así en el discurso la tercera denominación divina: "el Padre". El término "Dios" lo denota como Creador y Dios de la humanidad entera (13,19); "Señor" (= Yahvé) como el Dios de Israel (13,20); "el Padre" lo caracteriza como el Dios de la nueva humanidad, cuyos miembros son "los hijos" (11,25).
Los dos términos que se encuentran contrapuestos al de "Padre" son "los ángeles del cielo" y "el Hijo". La enumeración es climática y el término principal es el segundo.
Los ángeles pertenecen al mundo divino (del cielo), que aparece constituido en este pasaje por el Padre, el Hijo y "los ángeles". Como se ha visto, los ángeles celestes son en Mc una figura para designar a los resucitados (13,27 Lect.).
El término "el Hijo", por estar en correlación con "el Padre", designa al "Hijo de Dios" (1,1.11; 9,7; 15,39); pero, al mismo tiempo, al "Hijo del hombre", de quien se dice explícitamente que Dios es su Padre (8,38).
A nadie compete actuar más que al Padre, con su amor hacia los discípulos, sus hijos (11,25); él desplegará su actividad en esos momentos cruciales. En "la hora", dando a cada uno la ayuda del Espíritu para que esté a la altura de la circunstancia y tenga las palabras adecuadas a la situación (13,11); en "el día aquel", con la llegada del Hijo del hombre, portador de la fuerza de la vida (13,36), ésta superará la muerte, y serán reunidos en la etapa final del Reino. Será el Padre quien reivindique al Hijo y a los suyos ante los perseguidores (cf. 12,36).
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