Y, abandonándolo, huyeron todos.
Como había predicho Jesús (14,27), todos los suyos lo abandonan; quieren ponerse a salvo (8,35) y olvidan toda solidaridad con él. Jesús queda completamente solo, y su soledad durará hasta la cruz.
Huyen por miedo. Los que lo habían dejado todo para seguir a Jesús (1,18.20; 10,28), dejan ahora a Jesús para ponerse a salvo ellos y no perder la vida. Sin embargo, ése es el camino para perderla (8,35). No han renegado de sí mismo (8,34), no han renunciado a su ambición y a sus ideales de triunfo terreno. Por eso, no están dispuestos a arriesgar su vida por seguir hasta el fin a un Jesús que no comprenden y con el que no se sienten identificados. Ahora dejan a Jesús, la verdadera vida, por miedo a perder la que los hombres pueden quitar.
Todos se habían asociado a la bravata de Pedro (14,31: "Aunque tuviese que morir contigo, jamás renegaré de ti"). Es decir, habrían estado dispuestos a enfrentarse violentamente con el poder establecido, para derrocarlo; pero, al ver que Jesús no opone resistencia, lo abandonan y huyen.
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