Pedro lo había seguido de lejos hasta el interior, hasta el patio del sumo sacerdote, y estaba sentado con los sirvientes, calentándose a la lumbre.
Pedro que, junto con los demás discípulos, había salido huyendo cuando apresaron a Jesús, dejándolo solo (14,50), ahora lo sigue de lejos; su adhesión a Jesús no se traduce en cercanía, porque no acepta ni hace suyo el destino del Hijo del hombre (8,31-33). Siente cariño e interés por Jesús, le preocupa lo que pueda ocurrirle, por eso ha vuelto sobre sus pasos (lo había seguido), pero el suyo no es un verdadero seguimiento, pues la distancia que establece de Jesús (de lejos) muestra que, pese a sus bravatas de después de la Cena (14,29.31), no está dispuesto a correr la misma suerte de éste.
Sin darse a conocer, entra hasta el patio interior del palacio y se sienta allí con el personal al servicio del sumo sacerdote y demás miembros del Sanedrín, confundiéndose con ellos (estaba sentado con los sirvientes). La perífrasis estaba sentado insinúa que la estancia de Pedro en el patio es prolongada. Aparentemente, pertenece al mismo bando de los presentes; está junto a los que sirven al poder que va a condenar a muerte a Jesús. Mc insinúa así que, como ellos, Pedro está también al servicio de un poder violento.
Pero, además de estar sentado con los sirvientes, está también calentándose a la lumbre. La palabra "lumbre" traduce el griego phôs, "luz". "Calentarse a la luz" (no "al fuego") es una expresión extraña, que sugiere la existencia de un sentido figurado, más allá del literal. De hecho, "la luz" era una manera de designar al Mesías. Pedro, que todavía no ha perdido la esperanza de que Jesús salga de su pasividad y reaccione, por fin, enfrentándose con contundencia a sus adversarios, se enardece con la idea del Mesías glorioso, esperando que de algún modo se verifique en Jesús. Está sostenido en el peligro por esta esperanza.
Pedro, que había reconocido a Jesús por Mesías (8,29), sigue pensando que, en calidad de tal, Jesús es más poderoso que sus adversarios; si quisiera, podría destruirlos como, según él, hizo con la higuera (11,21 Lect.). Por eso, aún aguarda una intervención divina que salve a Jesús de la muerte y le permita vencer a sus enemigos. Está pendiente de una demostración de fuerza de Jesús, dispuesto a correr en su ayuda; si ésta se produce, haría honor a su palabra (14,31) y sería capaz incluso de morir con Jesús. Si no es así, toda resistencia es inútil y no tendría sentido morir por él. Su actitud es la misma que la del que sacó el machete en Getsemaní (14,47 Lect.).
Para Pedro hay dos jefes rivales, el sumo sacerdote y Jesús, es decir, el representante del antiguo sistema y el Mesías, que viene a derribarlo y a ocupar su lugar. Con esta idea entra en el palacio del sumo sacerdote, metiéndose en la boca del lobo. El Jesús que sigue siendo objeto de su adhesión no es el que entrega su vida por todos, sino el Mesías que él espera, el que va a imponerse sobre todos. Por eso Mc lo presenta cercano a la persona de Jesús, pero lejos del mesianismo de entrega y servicio que él encarna.
La escena nos presenta, pues, a un Pedro que todavía no ha renunciado a sus sueños de poder y gloria, y se enardece con ellos pensando que aún no está todo decidido. Sólo cuando constate que Jesús no presenta resistencia alguna ni siquiera a los ultrajes, lo negará totalmente.
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