atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato.
Los dirigentes judíos no pierden tiempo. Tienen ya la declaración de Jesús de que es el Mesías (14,62) y la consideran suficiente para que sea condenado a muerte. Desde el punto de vista judío, ha sido la blasfemia el motivo de la condena (14,64), pero ante el juez pagano van a explotar el aspecto político de la declaración mesiánica. Inmediatamente, atando a Jesús, lo llevan ante el gobernador y se lo entregan.
Atan a Jesús para que a los ojos de Pilato aparezca como un individuo peligroso. Quieren reducirlo a la impotencia y, por eso, lo inmovilizan, privándolo de su libertad de movimiento y de actuación; atándolo lo presentan como un derrotado, pero no saben que precisamente lo que para ellos es señal de derrota, para Jesús constituirá su victoria.
Lo llevan y lo entregan a Pilato, que en todo el relato que sigue, donde se le nombra siete veces (vv. 2.4.5.9.12.14.15), aparece sin título alguno que designe cargo o autoridad. En el juicio y la condena de Jesús por el gobernador romano, el verdadero poder es el religioso, que es el que mueve todos los hilos, y Pilato, representante del poder político pagano, no va a ser más que su instrumento.
Lo entregan a los paganos, a los hombres sin Ley, despreciados por ellos, a los que consideran enemigos de Dios e impuros. Con esto, las supremas autoridades judías excluyen del pueblo a Jesús, el Mesías liberador (cf. 12,8: "lo arrojaron fuera de la viña"). Eliminan toda esperanza para ellos y para el pueblo que dirigen; la ceden a los paganos.
Se cumple así la predicción de Jesús sobre su pasión y muerte: "lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos" (10,33).
Empieza el paralelo con Juan Bautista, que será desarrollado en la perícopa siguiente. Como Jesús, Juan fue entregado (1,14) y estuvo atado o encadenado (6,17). Mc describe en lo que sigue el destino final de Jesús, anticipado ya en lo ocurrido con el profeta (6,14-29).
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