Al ver el centurión, que estaba presente frente a él, que había expirado de aquel modo, dijo: <<Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios>>.
Mc presenta en el Calvario un nuevo personaje, bien caracterizado: el centurión, es decir, el jefe de una unidad militar de cien hombres. Se trata de un pagano perteneciente al ejército romano que, por su grado en él, estaba al frente del pelotón de ejecución y que, como tal, dirigía o supervisaba todo lo que se hacía con los crucificados.
El participio griego que usa Mc (ho parestêkôs, part. perf. de paristêmi) para indicar la presencia del centurión, traducido por que estaba presente, es el mismo que ha empleado para señalar la presencia de los que, junto a la cruz, se burlan de las palabras de abandono que Jesús dirige a Dios (v. 35: gr. tôn parestêkotôn). Contrapone así la reacción positiva del centurión ante la muerte de Jesús a la crueldad de todos los que en la cruz se han burlado de él.
El centurión está situado frente a Jesús o de cara a él; ha podido observar y darse perfecta cuenta de lo sucedido. Lo que le impresiona es "ver" el modo como ha expirado Jesús. Textualmente, la frase que había expirado de aquel modo hace referencia a la anterior de "lanzando una gran voz, expiró" (v. 37), que describía precisamente cómo murió Jesús. "Ver" que aquel hombre, en el momento de su extremo agotamiento y de su fracaso más rotundo, exhala su espíritu con una voz tan potente que nadie en sus circunstancias sería capaz de emitir, que muere con una energía sobrehumana, es lo que le lleva a descubrir la singularidad de esa muerte y a reconocer en ella la verdadera identidad del crucificado.
El centurión es el único que reacciona positivamente ante la muerte de Jesús. No "ve" en ella sólo la muerte de un ajusticiado, sino que comprende el sentido de ésta. Allí, en la cruz, donde todos cuestionan y ridiculizan la relación del crucificado con Dios, donde aparentemente sólo hay ausencia y negación de Dios, un pagano capta lo que nadie ha captado hasta ahora: que es Jesús el que decide entregar voluntariamente su vida (muerte activa) y el que ofrece con ella el Espíritu de Dios a toda la humanidad. Y esta percepción lo lleva al reconocimiento de la condición divina de Jesús.
Para los judíos, imbuidos de nacionalismo excluyente y encandilados con un mesianismo triunfante, la muerte en la cruz era un fracaso y demostraba la falsedad de las pretensiones de Jesús. Para este pagano, en cambio, esa muerte demuestra que estaba en Jesús la vida de Dios. Los dirigentes judíos, en su burla de Jesús, habían puesto como condición para creer en él verlo bajar de la cruz (15,32), es decir, que realizara un acto portentoso y avasallador, precisamente al "ver" que Jesús muere de esa manera, sin bajar de la cruz, cree; tampoco él esperaba ningún portento, pero ha experimentado el infinito amor.
La confesión de fe del centurión: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios, refrenda las palabras que, en el Jordán, dirigió la voz del cielo a Jesús: "Tú eres mi Hijo" (1,11). Estas últimas describían una experiencia íntima de Jesús; las del centurión, expresadas con plena convicción (Verdaderamente), formulan en alta voz la experiencia interna que le ha proporcionado "la visión" de Jesús en su muerte. "Ve" en Jesús, en primer lugar, su humanidad, al hombre condenado como blasfemo por los dirigentes de Israel y ejecutado como rey de los judíos por el poder romano (este hombre); pero, con su juicio (era Hijo de Dios), el centurión justifica la actuación anterior de Jesús y califica de injusta la sentencia y condena que sobre él se ha pronunciado. Desautoriza así la rotunda negativa que los poderosos de uno y otro signo han dado a Jesús y lo acredita como Hijo de Dios. Es más, con sus palabras, formuladas en pasado (era), lo que Mc quiere subrayar es que la filiación divina de Jesús no sólo se hace patente en su resurrección, cuando alcance su condición gloriosa, sino que debe ser reconocida también en toda su vida terrena, incluida su pasión y muerte.
Es evidente que no hay que interpretar la figura del centurión de manera historicista. Es más bien un personaje representativo de los paganos que llegan a la fe en Jesús. El mismo hecho de que aparezca como jefe de cien hombres, lo presenta como una promesa de la conversión de numerosos paganos. Con la muerte de Jesús, el acceso a Dios está abierto a todos y no a un pueblo privilegiado.
La confesión del centurión resulta así la inesperada respuesta a la angustiada pregunta de Jesús (v. 34: "Dios mío, Dios mío, ¿para qué me has abandonado"). La entrega de Jesús no sucede, pues, en balde; tiene su fruto. Israel, en su conjunto, rechaza al Mesías y se pierde, pero en el resto de la humanidad habrá quienes, como el centurión, perciban y comprendan el amor sin límite de Jesús en la cruz y la presencia de Dios en él. Con las palabras del centurión insinúa Mc que serán los paganos quienes interpreten correctamente la muerte de Jesús, viendo en ella la suprema manifestación del amor de Dios.
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