lunes, 12 de agosto de 2024

Mc 15,38

 ... y la cortina del santuario se rasgó en dos de arriba abajo.

El santuario o capilla central del templo de Jerusalén, era el lugar sagrado por excelencia. Constaba de dos habitaciones, la primera, a la que se accedía desde el exterior, era llamada "el Santo", y estaba separada del patio por una cortina; allí ofrecían los sacerdotes el sacrificio del incienso. La segunda habitación, llamada "el Santo de los santos" o "Santísimo", estaba separada de la primera por una segunda cortina, que velaba el interior. Se consideraba la morada de Dios y en ella podía entrar solamente el sumo sacerdote una vez al año, llevando la sangre de la Expiación.

Apoyándose en esta realidad, Mc introduce un nuevo símbolo, la cortina del santuario. El hecho de que hubiera dos cortinas y Mc no especifique de cuál trata, sugiere ya un sentido simbólico. Para interpretarlo hay que volver al paralelo con la escena del bautismo de Jesús. Cuando Jesús subió del agua, se rasgó el cielo, dejando abierta la morada de Dios (1,10) y permitiendo la comunicación divina a Jesús por medio del Espíritu. Ahora, el Espíritu procede de Jesús crucificado, luego él es la morada de Dios en la tierra; en otras palabras, el santuario, es decir, el lugar de la presencia de Dios, es Jesús mismo en su expresión máxima de amor, manifestada en su muerte. La imagen de la cortina rasgada en el momento de su muerte, significa que en ella queda al descubierto definitivamente el ser y la realidad del Dios-amor. Jesús muerto en la cruz es la teofanía permanente para todas las épocas y naciones, constituye la suprema revelación de Dios.

La cortina rasgada en dos es, pues, figura de la humanidad de Jesús rota por la muerte e indica que el santuario de Dios, que es Jesús, y con él la realidad divina quedan enteramente patentes. De arriba abajo añade el sentido de lo celeste y de lo terrestre. La muerte de Jesús deja manifiesto a Dios en el Hombre. En Jesús, muerto en la cruz, quedan revelados el ser de Dios y el del Hombre Hijo de Dios, que son el mismo: el amor hasta el fin.

En el templo, Dios siembre había estado oculto. Ahora, por primera vez, se rasga el velo que lo encubría: lo que es Dios se manifiesta en Jesús. Ya no es inaccesible. Con su vida y muerte, Jesús ha revelado todo lo que es Dios Padre para el hombre: amor sin límite.

El verbo "rasgar" lleva en sí un sema de violencia, que ya apareció en el Jordán (1,10): lo rasgado no tiene componenda, está definitivamente "roto". Ahora este verbo (gr. eskhisthê) podría indicar el efecto inmediato, inexorable, de la muerte de Jesús sobre la institución del templo. De hecho, esta revelación de Dios en Jesús invalida el antiguo santuario judío y todos los templos. Dios no está vinculado a lugar alguno ni habita entre cuatro paredes, por ostentosas que sean. Está vinculado al Hombre en el que habita su Espíritu-amor; se le encuentra plenamente en Jesús, el Hombre-Dios y, tras él, en todo el que recibe el Espíritu.

Con esta afirmación derriba Mc todos los sistemas religiosos de la antigüedad, basados en los templos, que competían en riqueza y esplendor, y en los sacrificios de animales. Al lado de la cruz, todo eso ha caducado. Dios no necesita ni requiere esos burdos homenajes de los hombres. Lo único que pide es que el ser humano acepte su amor, manifestado en Jesús, y lo irradie para comunicar vida y felicidad a los demás.

Nótese que Mc no insinúa ni por un momento un carácter sacrificial para la muerte de Jesús.

LA BIBLIA

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