miércoles, 14 de agosto de 2024

Mc 16,1

 Transcurrido el día de precepto, María la Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a ungirlo.

La primera frase de la perícopa: Transcurrido el día de precepto, que establece una distancia temporal respecto de la sepultura de Jesús, es aparentemente superflua. Era de todos conocido que durante el día de precepto, que terminaba a la puesta del sol, no estaban abiertas las tiendas ni se podían efectuar compras. Si Mc comienza el relato con esta indicación temporal es para insinuar con ella que las mujeres actúan conforme a la Ley, es decir, que observan los preceptos del judaísmo y participan de su mentalidad. Esto las sitúa de lleno en el mundo de la antigua alianza.

Las tres mujeres que aquí se nombran han sido citadas en 15,40, donde formaban parte del grupo que, de lejos, había asistido a la muerte de Jesús. La primera ha sido, además, testigo de la sepultura de Jesús (15,47). Todas ellas pertenecen al grupo de mujeres -representativo de los seguidores de Jesús procedentes del judaísmo (15,41 Lect.)- que, en Galilea, habían seguido a Jesús prestándole servicio, es decir, que habían interpretado el seguimiento de manera equivocada, no como una identificación con la persona y obra de Jesús, sino como el servicio a un líder (15,41 Lect.).

En cuanto pueden, se apresuran a comprar aromas para ungir el cuerpo sin vida de Jesús. Lo que las tres vieron en el Gólgota (15,40) y una de ellas en el entierro de Jesús (15,47) lo consideran definitivo. Piensan que Jesús y su obra han terminado. Pero sienten la urgencia de honrar su cadáver, haciendo con él lo que las prisas del enterramiento habían impedido.

Sin embargo, desde el punto de vista histórico, el propósito de las mujeres se demuestra absurdo. Nunca se ungía un cadáver después de haber sido enterrado, sino como preparación a la sepultura; no se explica, pues, que quieran ungir a Jesús un día y dos noches después de su muerte.

Por otra parte, no era costumbre judía ungir los cadáveres con aromas; los lavaban, a veces -de manera excepcional- los ungían con aceite, luego los envolvían en una sábana o un lienzo y los enterraban. Se da el caso de ungir con aromas a un rey difunto (2Cr 16,13) y, en general, puede decirse que las esencias aromáticas estaban reservadas para los reyes.

La intención de Mc con esta incongruencia histórica, para él evidente, no puede ser otra que la de resaltar que estas mujeres, que a toda costa quieren rendir homenaje a Jesús muerto, reafirman, al ungir su cadáver, los ideales mesiánicos nacionalistas que, para ellas, había encarnado Jesús. No se dan cuenta de que esos ideales están tan muertos como el cadáver que ellas mismas pretenden honrar.

Estas mujeres se mantienen, pues, en la idea mesiánica que han manifestado los discípulos respecto a Jesús (8,29; 10,37). En realidad, forman parte del grupo que los representa. Con la muerte de Jesús han experimentado una enorme decepción; las esperanzas que habían puesto en él se han venido abajo. Pero, tras su muerte, se apresuran a reafirmarse en sus ideales mesiánicos, rindiendo homenaje a la persona que, según su mentalidad, había muerto por ellos.

El propósito de estas mujeres contrasta con la unción de aquella otra mujer que, estando Jesús en Betania, entró en la sala llevando un frasco de alabastro con un perfume de nardo muy caro, que derramó sobre su cabeza (14,3 Lect.). Aquélla no tuvo que comprar aromas: llevó el suyo propio. El perfume de nardo auténtico representaba su amor; el frasco que rompió la representaba a ella misma, mostrando de este modo su disposición a dar la vida con Jesús. Anticipadamente, perfumó su cuerpo para la sepultura (14,8 Lect.).

En cambio, María Magdalena y sus compañeras no van a ofrecerle sus propios aromas; los compran, como José había comprado la sábana (15,46). Es decir, estos aromas no simbolizan el don de sí mismas. Pero, con el propósito de ungir el cuerpo, María y sus compañeras muestran que, a pesar de la muerte de Jesús, siguen viendo su figura como la del Mesías restaurador de Israel,  desgraciadamente fracasado en su obra. Su acción no es más que un intento de conservar un cadáver, no una persona viva. No saben que sólo el verdadero seguimiento, que incluye la disposición a dar la vida como la dio él, es el que perpetúa la presencia de Jesús vivo en su comunidad y en el mundo (14,8 Lect.).

En Betania, la mujer ungió en vida a Jesús, como al que iba a morir por el género humano, dispuesta a acompañarlo en su entrega. Éstas quieren ungir a Jesús muerto, sin comprender el sentido de su muerte ni asociarse a ella.

LA BIBLIA

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