Muy de madrugada, el primer día de la semana, fueron al sepulcro ya salido el sol.
Sigue la urgencia de las mujeres, que se dirigen al sepulcro antes de empezar el día. La primera indicación temporal de Mc: muy de madrugada (gr. lian prôi), señala a la última vigilia de la noche que, según el cómputo romano, se extendía desde las tres a las seis de la madrugada (cf. 13,35), y supone, por tanto, que aún no hay luz del día.
Tras esta indicación, Mc introduce un nuevo dato cronológico. El día en que las mujeres van al sepulcro viene calificado de "primero de la semana". Hay que notar, sin embargo, que esta traducción suaviza el texto griego, pues, de hecho, éste, en vez del ordinal "primero", usa el cardinal "uno": lit. " el [día] uno de la semana". Esto no deja de ser notable, porque en otra ocasión Mc ha usado correctamente el ordinal (cf. 14,12: "el primer día de los Ázimos", gr. tê prôte tôn azymôn).
La expresión que emplea aquí Mc, "el [día] uno de la semana" (gr. tê miâ tôn sabbatôn), es semítica; la ordinaria en griego sería tê prôte tôn sabbatôn ("el [día] primero de la semana"). Lo que no deja de ser significativo en un relato que no se caracteriza por la presencia de semitismos. Este dato y el hecho de que en los otros evangelios (Mt 28,1; Lc 24,1; Jn 20,1.19) se utilice esta misma construcción para indicar el día en que las mujeres van al sepulcro, persuaden de que todos ellos usan esta fórmula con una intencionalidad teológica: con ella aluden al primer día de la creación, designado en el libro del Génesis como "el día uno" (Gn 1,5: "hubo una tarde, hubo una mañana: el día uno"). Con este recurso introduce Mc en el mundo antiguo la presencia del mundo nuevo.
Contrapone así Mc aquel "día uno", cuando empezó la primera creación la de Adán, el hombre que trajo la muerte al mundo, a este día, en el que se revela la nueva creación, la definitiva, la del Hombre-Hijo de Dios que supera la muerte.
El dato temporal siguiente: ya salido el sol, contradice el anterior: muy de madrugada, que suponía la oscuridad. Se entrecruzan aquí los dos planos: el del mundo antiguo el de las mujeres que caminan envueltas en la tiniebla de la muerte de Jesús, y el del mundo nuevo, el de Jesús resucitado, donde brilla la luz plena de la vida.
Es la nueva humanidad, dentro de la antigua; lo imperecedero, en lo caduco; la etapa final, dentro de la etapa transitoria. Empieza el mundo nuevo, se ha puesto la primera piedra de lo definitivo. Y la primera piedra es Jesús vivo después de su muerte.
Con la resurrección de Jesús ha llegado el "día del Señor", anunciado por los profetas; el día en que la luz disipa definitivamente las tinieblas. Como poéticamente lo expresa el profeta Zacarías, el día sin fases y sin término en el que el sol no se pondrá nunca: "Aquel día no se dividirá en calor, frío y hielo; será un día único, elegido por el Señor, sin distinción de noche y día, porque al atardecer seguirá habiendo luz" (Zac 14,6-7). Un solo día, siempre luminoso, que durará sin fin, porque la vida ha superado la muerte. Se ha realizado la gran promesa: la liberación definitiva de la humanidad.
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