Inmediatamente el Espíritu lo empujó al desierto.
El Espíritu, que es la fuerza, entra inmediatamente en acción: empuja a Jesús <<al desierto>>. <<Empujar>> es una metáfora para indicar el impulso irresistible que experimenta Jesús. El Espíritu es un constituyente de su ser.
Se encuentra aquí un caso paralelo al de 1,10: al adverbio <<inmediatamente>> se une un verbo que tiene un rasgo de violencia: allí, <<rasgarse>>; aquí, <<empujar>>. En el primer caso indicaba la irreprimible urgencia del amor del Padre a Jesús; en el segundo, la irreprimible urgencia del amor de Jesús a los hombres.
El Espíritu desplaza a Jesús hasta colocarlo establemente en <<el desierto>>. Como agente es divino, este desplazamiento e instalación corresponden al plan de Dios sobre Jesús, que consistía figuradamente en recorrer el camino de un éxodo (1,2). <<El desierto>> representa, pues, el lugar donde Jesús ha de recorrer su camino hacia la tierra prometida.
Pero este <<desierto>> tiene un sentido diferente del de Juan. El desierto donde se presentó Juan tenía una localización geográfica: lindante con el río; estaba despoblado y separado de la sociedad. Desde aquel desierto podía oírse la voz de Juan; era el lugar de la exhortación a la enmienda, expresada por el bautismo, y donde e obtenía el perdón de los pecados.
Por el contrario, <<el desierto>> donde entra Jesús no tiene localización determinada, no está deshabitado y no se ejerce desde él ninguna acción sobre la sociedad externa. Sus características son: Jesús entra en él llevado por la fuerza del Espíritu (<<lo empujó>>), permanece en él un período largo y homogéneo (<<cuarenta días>>), es tentado, se encuentra rodeado de fieras y se le presta servicio; finalmente, no ejerce actividad alguna (ni ora ni ayuna) ni recibe comunicación divina (ya recibida en el Jordán).
Un desierto <<poblado>> deja de ser un desierto en el sentido ordinario; pero, además, la calidad de los seres que lo pueblan (Satanás, las fieras, los ángeles) y su presencia simultánea alrededor de Jesús saca a este desierto del plano geográfico-histórico para darle valor figurado-teológico.
El desierto fue el lugar del éxodo de Israel, y un éxodo va a ser la obra del Mesías (1,2). Dado que la culminación del éxodo de Jesús será su muerte-resurrección, el desierto representa la sociedad judía, en la que Jesús va a vivir y actuar hasta que llegue ese momento. El significado de los <<cuarenta días>> confirmará esta interpretación.
<<El desierto>>, como figura, denota un lugar separado de la sociedad; en el caso de Jesús, esta separación se verifica en el terreno de los principios: Jesús no comparte en absoluto los falsos valores de la sociedad judía y no se integra en ella. La figura del <<desierto>> continúa así el tema de la ruptura con la sociedad injusta, ya expresado en el bautismo: el Espíritu empuja a Jesús a entrar en la sociedad judía, pero manteniendo la plena ruptura con sus valores.
Por única vez en este evangelio se menciona que Jesús está impulsado por el Espíritu; también esto prueba que la escena del desierto resume toda la vida pública de Jesús: el evangelista pretende comunicar que en su labor Jesús va a actuar siempre movido por el Espíritu, que está con él.
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