Decía: <<Se ha cumplido el plazo, está cerca el reinado de Dios.
La noticia se proclama una y otra vez (<<decía>>). No se mencionan oyentes, se afirma sólo que el ámbito es Galilea. Se trata, por tanto, de un compendio de la actividad de Jesús en esta región, que será expuesta en detalle en la sección que sigue (1,16-3,12).
<<Se ha cumplido el plazo>> indica la llegada de un término previsto, que hace referencia al cumplimiento de las promesas y relega irrevocablemente al pasado una época de la historia. Se avecina un tiempo nuevo, donde lo de antes va a quedar definitivamente superado. Se ha cumplido el plazo final señalado por Dios para comenzar su reinado (cf. Ez 7,12; Dn 12,4; Sof 1,12, etc.), y va a inaugurarse la época definitiva de la historia. <<El plazo>> abarca todo el tiempo de la antigua alianza. Ésta, por tanto, está a punto de caducar.
El momento ha llegado porque ya existe <<el Hombre>>. Ha sido el compromiso de Jesús el que ha determinado el cambio de época. Desde el momento en que, como respuesta a ese compromiso, el Espíritu ha hecho de él el Hombre-Hijo de Dios, ha comenzado una nueva humanidad. Se hace posible el reinado de Dios en el mundo.
La palabra griega (basileia) traducida en el texto como <<reinado>> tiene en realidad dos sentidos principales: <<reinado>>, que significa la acción de Dios sobre la humanidad, y <<reino>>, que denota la humanidad sobre la que Dios reina. Ordinariamente tiene sentido activo, el de actividad de Dios, pero según los contextos hay que adoptar una u otra traducción. En el evangelio, <<el reinado de Dios>> se realiza en cada individuo por la comunicación del Espíritu (1,8: <<él os bautizará con Espíritu Santo>>); <<el reinado de Dios>>, realidad social, se va construyendo con los que lo han recibido.
<<El reinado/reino de Dios>>, cumplimiento de las promesas, era la gran esperanza de Israel. Según la expectación común, cambiaría el curso de la historia, inaugurando la época de justicia, paz y prosperidad anunciada por los profetas, sobre todo a partir de la amarga experiencia de la deportación a Babilonia.
La expresión significaba que Dios había de gobernar al pueblo; se pensaba de ordinario que lo haría mediante el Mesías, realizando en él el ideal de rey justo. Pero la tradición judía había teñido de nacionalismo la idea del reinado de Dios. La concepción más común antes de la guerra judía (años 66-70 de.C) parece haber sido ésta: El reinado de Dios sería instaurado por el Mesías, rey consagrado por Dios, restaurador de la monarquía de David, guerrero victorioso que expulsaría a los romanos, derrotaría y humillaría a las naciones paganas (cf. Sal 72,8-11; Is 34,8; 35,4; SalSalom 17,30s). Él sería el custodio y maestro de la Ley y purificaría las antiguas instituciones.
En la sociedad judía, sin embargo, ante la esperanza del reinado de Dios cada grupo ideológico mantenía su actitud propia. Los saduceos, aristocracia civil y sacerdotal, representantes del poder político y económico y gestores de la administración del templo, no deseaban un cambio que pusiera en peligro su situación de privilegio.
Los fariseos, devotos observantes de la Ley, guías espirituales del pueblo, pensaban que la llegada del reinado de Dios dependía de la fidelidad a la observancia y no se comprometían en la mejora de la situación social injusta. Eran así espiritualistas inactivos, que, aunque odiaban al régimen romano, no ponían en peligro su estabilidad. Para ellos, Dios inauguraría su reinado por medio del Mesías, con una especie de golpe de Estado que cambiaría la situación política y social.
Los nacionalistas fanáticos (zelotas), pertenecientes a la clase oprimida esperaban el reinado de Dios, pero no se cruzaban de brazos como los fariseos. Pensaban que el reinado de Dios comenzaría con una guerra santa en la que Dios intervendría milagrosamente y derrotaría a los paganos, liberando a Israel del dominio romano. Al mismo tiempo tendría lugar una revolución social, para mejorar la suerte de los pobres, y política, para eliminar a los dirigentes indignos. Esta facción profesaba, pues, además del nacionalismo, un reformismo radical.
Los esenios, grupo integrista extremo en ruptura con las instituciones oficiales (no se menciona en los evangelios), esperaban, como los fariseos, el reinado de Dios, pero sin ocuparse de nada exterior a su círculo de elegidos. En tiempos de Jesús, sin embargo, mantenían una actitud zelota y esperaban el momento de la guerra santa.
El pueblo, despreciado y descuidado por los dirigentes, sin finalidad ni orientación en la vida (Mc 6,4; <<como ovejas sin pastor>>; cf. Mt 9,36: <<maltrechos y derrengados como ovejas sin pastor>>), simpatizaba con los reformistas zelotas y, perdida toda esperanza de justicia por parte de las clases dominantes, fácilmente se adhería a la violencia.
Denominador común de las diversas facciones era la creencia en la validez de las instituciones y en el privilegio de Israel.
En boca de Jesús, el anuncio del reinado/reino de Dios prescinde de concreciones: pretende suscitar una esperanza proclamando la posibilidad de una alternativa a la sociedad existente. Para el lector, sin embargo, la escena del bautismo ha mostrado que Jesús, el Mesías, que asume el papel del Servidor de Dios (1,10s), va a instaurar un reino universal, y que no va a ser un guerrero ni a usar la violencia. También la escena del desierto (1,12s) ha hecho patente que Jesús no cede a la tentación del poder, típica de los agitadores, que organizaban sus sediciones en el desierto.
Por otra parte, la misión mesiánica de Jesús, la instauración del reino de Dios, insinuada por Juan con la alusión al Esposo, inaugurador de la nueva alianza (1,7 Lect.), ha sido descrita por Juan mismo en términos de comunicar Espíritu Santo (1,8). El reinado de Dios se funda, pues, en la participación del Espíritu de Dios, que ha de asimilar a los hombres a la actitud y a la actividad de Jesús.
El pregón de Jesús anuncia, por tanto, la llegada del reinado de Dios, realidad individual (comunicación del Espíritu), y del reinado de Dios, realidad social (nueva alianza 1,7), una sociedad nueva y justa, digna del hombre, la alternativa que Dios propone a la humanidad (la nueva tierra prometida). Esta realidad empezará a existir e irá avanzando hasta su realización plena. Su cercanía supone cierta distancia, no sólo temporal, sino también personal. El Reinado llega, pero al mismo tiempo, los hombres tienen que acercarse a él dando la adhesión a Jesús.
Todo poder que se interpone entre el hombre y Dios queda virtualmente amenazado por esta noticia.
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