En seguida le hablaron de ella.
Jesús no había ido a la sinagoga a liberar al poseído; el encuentro con éste sobrevino mientras enseñaba a la gente (1,21b-23). Paralelamente, no ha ido a casa de Simón y Andrés con el propósito de levantar a la mujer postrada; sólo al llegar recibe la información. Jesús va adquiriendo experiencia de la mentalidad de los diversos grupos de gente.
No precisa Mc quiénes informan a Jesús sobre el caso de la suegra/Simón. Son intermediarios anónimos que consideran urgente su intervención (<<en seguida>>); ni siquiera expresan un ruego. Estos individuos conocen el programa de Jesús y quieren colaborar con él. No comparten el celo reformista de Simón y saben que se opone al seguimiento de Jesús.
Son, pues, seguidores fieles y anónimos de Jesús. Su papel corresponde al de <<los ángeles>> que prestaban servicio a Jesús en el <<desierto>>, e decir, en medio de la sociedad judía (1,13 Lect.). Su anonimato muestra lo callado de su labor.
No les preocupa que sea día de sábado, en el que, según la doctrina de los letrados, estaba prohibido curar a un enfermo, salvo en peligro de muerte (cf. 3,1-7a). Ponen a la persona por encima del legalismo. La acción liberadora de Jesús se ejerce gracias al interés de sus seguidores. Existen, pues, en el grupo de israelitas que ha respondido a Jesús, seguidores verdaderos que colaboran con él, pero manteniéndose en segundo plano. La tendencia que más se hace notar es la de Simón, el reformismo violento.
En esta secuencia omite Mc todo nombre propio (Jesús, Simón) o designación nominal (suegra, mujer) de personas. El verbo se encuentra en presente histórico (lit.: <<le hablan>>). La escena se distancia así de la anécdota para adquirir un sentido ejemplar y una validez que perdura, mostrando que, en la época del evangelista, no había desaparecido entre ciertos seguidores de Jesús la fidelidad a las instituciones judías y el deseo de reformarlas por la fuerza.
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