martes, 26 de septiembre de 2023

Mc 1,40

 Acudió a él un leproso y le suplicó de rodillas: <<Si quieres, puedes limpiarme>>.

El episodio se coloca una vez señalada la predicación en toda Galilea. Durante aquella actividad se produce un hecho notable: un leproso se acerca a Jesús. Es el primer enfermo que lo hace por iniciativa propia (cf. 1,30.32).

Según la concepción judía, el leproso era impuro por su enfermedad, que, desde el punto de vista religioso, lo excluía del acceso a Dios y, en consecuencia, del pueblo elegido (Lv 13,45s). Era asimismo transmisor de impureza, lo mismo a personas que a objetos. Se consideraba la lepra como <<la hija primogénita de la muerte>> (Job 18,13). El leproso quedaba fuera de la sociedad, temerosa de verse físicamente contagiada y religiosamente contaminada. Estaba obligado a avisar a gritos de su estado de impureza, para que nadie se acercase a él, y tenía que vivir en descampado (Lv 13,45s). Era en cierto modo un maldito, un castigado por Dios.

El lugar que ocupa en este episodio, que pone fin a la predicación itinerante de Jesús en las sinagogas de Galilea, muestra que Mc lo presenta como una conclusión y una denuncia: en su recorrido, Jesús ha constatado la existencia de la marginación religiosa, problema candente en toda la región; en cuanto se presenta la ocasión, quiere afirmar su postura ante él; con ello va a sacudir los cimientos teológicos del judaísmo y comenzará a exponer las implicaciones de su alternativa.

De hecho, Jesús ha tomado contacto con los que asisten a las sinagogas, pero fuera de ellas quedaba multitud de gente excluida por la doctrina oficial, que la consideraba impura. La figura del leproso, que no lleva nombre ni se encuentra en ningún lugar preciso, aparece como el caso extremo, el prototipo de toda marginación, y representa a los marginados de Galilea.

Según la doctrina oficial judía, apoyada en las prescripciones de la Ley, no había para el leproso posibilidad de acceso a Dios ni a su Reino, pero la proclamación de Jesús en toda Galilea abre para él un horizonte de esperanza. El deseo de salir de su miseria y marginación vence el temor a infringir la Ley y se acerca a Jesús, sin respetar la distancia, que, según lo prescrito, debía mantener. Su postura (<<de rodillas>>) expresa su propia angustia y posiblemente intenta prevenir que Jesús castigue su transgresión.

No pide a Jesús que lo toque, ni siquiera directamente que lo limpie. Su actitud es humilde e insistente (<<suplicándole>>). Manifiesta únicamente su absoluta confianza en el poder de Jesús (<<si quieres, puedes>>), que equipara al de Dios. Desea que elimine el obstáculo que lo priva del amor de Dios y le impide participar en el Reino que se anuncia (1,14). Es la reacción de los marginados a la proclamación de Jesús.

No duda de que Jesús pueda limpiarlo, pero no está seguro de que quiera hacerlo, pues no sabe cuál es la actitud o el programa que guía la actividad de Jesús, si se propone acabar con la marginación. Puede que Jesús lo considere también un desecho.

No se encuentra en toda la perícopa el verbo <<curar>>, que pondría el acento sobre el aspecto físico de la lepra, sino <<limpiar/purificar>>, que subraya el aspecto religioso. Lo que interesa ante todo al leproso es conseguir su relación con un Dios que lo rechaza.

La petición se apoya en un precedente famoso. El profeta Eliseo había curado de la lepra a Naamán el sirio, un pagano (2/4 Re 5,11). Este leproso ve en Jesús un profeta semejante a Eliseo. El paralelo con la curación de Naamán insinúa que la acción de Jesús no va a limitarse a Israel.

LA BIBLIA

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