Conmovido, extendió la mano y lo tocó diciendo: <<Quiero, queda limpio>>. Al momento se le quitó la lepra y quedó limpio.
La reacción de Jesús es insólita. Un judío cualquiera se habría echado atrás horrorizado al acercarse el leproso; Jesús, en cambio, se conmueve ante la miseria del hombre. Ha que notar que el verbo <<conmoverse>>, aplicado en el NT sólo a Dios y a Jesús, se utilizaba en la literatura de la época para significar la ternura del amor de Dios por los hombres. Mc atribuye así a Jesús una cualidad propiamente divina: el Hijo de Dios (1,10) se comporta como Dios mismo.
Es la respuesta del evangelista a la duda anterior del leproso: la actitud que guía el querer y la actividad de Jesús es un amor tierno igual al del Padre, que no puede soportar la vista de la miseria humana. El amor expresado en <<conmoverse>> pasa a la acción al <<extender la mano>>.
El gesto de <<extender la mano/el brazo>> es una figura de la capacidad de acción, y acompaña acciones liberadoras propias del éxodo de Egipto. La finalidad del gesto es <<tocar>>, el contacto físico con el leproso, prohibido por la Ley, que marcaba así la marginación religiosa y social. Jesús, que posee la <<autoridad>> divina, niega con su gesto que Dios excluya de su favor al leproso, es decir, invalida el fundamento teológico de la impureza. Al mismo tiempo, hace presente la acción divina que saca de la opresión a los marginados.
De este modo, en lugar de rechazar al leproso, Jesús completa el acercamiento iniciado por aquél: extiende la mano y lo toca. El leproso, al acercarse, violaba la Ley; Jesús completa la violación cometiendo él mismo una transgresión (Lv 5,3; Nm 5,2) más grave que la del hombre. Con esto le hace ver que la Ley, al imponer la marginación, no expresa el ser ni la voluntad de Dios. El obstáculo que impedía al leproso conocer el amor de Dios era la Ley misma, que inculcaba la idea de un Dios discriminador; pero la acción de Jesús manifiesta que la distinción entre puro e impuro consagrada por la Ley no tiene vigencia para Dios.
La respuesta verbal de Jesús es paralela al ruego del leproso: <<Quiero, queda limpio>>. Aparece la raíz de la oposición entre la Ley y el Dios que se revela en Jesús: la Ley no tiene piedad de la miseria del hombre, y lo margina; Jesús se conmueve ante ella, y lo acepta, poniendo su bien por encima de la Ley.
La voluntad de Jesús se cumple sin tardar. Ocurre lo contrario de lo que decía la Ley: según ésta, Jesús habría quedado impuro por su contacto con el leproso; sucede, en cambio, que el leproso queda limpio por el contacto y las palabras de Jesús.
La aceptación de Dios no es consecuencia de la limpieza del hombre, es anterior a ella. Por eso, cuando el leproso experimenta que Dios lo acepta como es, desaparece la lepra: la lepra/marginación era sólo una etiqueta humana, engañosamente atribuida a Dios.
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