Sucedió que, estando él recostado a la mesa en su casa, muchos recaudadores y descreídos se fueron reclinando a la mesa con Jesús y sus discípulos; de hecho, eran muchos y lo seguían.
En el texto de Mc, el verbo introductorio <<Sucedió que>> se encuentra en presente: <<Sucede que>> (única vez en este evangelio). Este detalle tiene su importancia, pues coloca la escena en el tiempo del evangelista: lo que va a ser descrito, la incorporación de los excluidos de Israel, y virtualmente de los paganos, a la comunidad de Jesús es un hecho que está sucediendo cuando Mc escribe. El episodio pierde así su carácter anecdótico y adquiere validez para todo tiempo, en consonancia con el significado programático del episodio del paralítico.
la frase <<estando él ... en su casa>> es doblemente ambigua; puede preguntarse, en efecto, si el pronombre <<él>> se refiere a Leví o a Jesús, mencionados en la perícopa anterior, y lo mismo cuál de los dos es el dueño de la casa (<<en su casa>>). La duda se refuerza si se tiene en cuenta que inmediatamente después aparece el nombre de Jesús, que podría haber figurado al principio, suprimiendo la ambigüedad.
La ambigüedad del posesivo (<<en su casa>>) parece indicar precisamente que la casa es tanto de Jesús como de Leví. Por una parte, y en primer lugar, de Jesús, como lo muestra la frase final de la perícopa: <<No he venido a invitar justos, sino pecadores>> (2,17). Es Jesús el anfitrión de los <<pecadores>>, representados en la comida por los recaudadores y descreídos. Pero la casa de Jesús es también la de su seguidor.
Jesús está <<recostado/yaciente>>. Este verbo ha sido usado por Mc para indicar la postura de dos enfermos, de la suegra de Pedro (1,30: <<yacía en cama>>) y del paralítico (2,4: <<yacía>>); se usa también de los que duermen; es decir, indica la postura acostada y la inmovilidad propia del enfermo o del durmiente. Difiere del verbo usado para describir la postura de los que comen con él (<<reclinados>>), indicando una diferencia de matiz. Probablemente señala así Mc que el Jesús que va recibiendo a su mesa a los excluidos de Israel y a los paganos es el que ha pasado por la muerte, significada por la metáfora del sueño. Esta interpretación concuerda con el presente inicial <<sucede que>>, que coloca la escena en tiempo del evangelista. La escena anticipa lo que está ocurriendo cuando Mc escribe: se está realizando el programa universalista de Jesús. La nueva comunidad es fruto de su muerte.
En este pasaje, <<casa>> (gr. oikía) significa <<casa/hogar>> (cf. 1,29) y connota las relaciones de familia que en ella existen. Esta <<casa/hogar>> representa a la comunidad de Jesús, constituida aquí por primera vez, distinta de <<la casa (gr. oikos) de Israel>> (2,1).
En esta casa, la suya, Jesús está en la mesa. La primera vez que aparece la comunidad de Jesús está caracterizada por el comer juntos con él, expresión de amistad, familiaridad e intimidad. Esta concepción se basa en la naturaleza del alimento, que es factor de vida: participar del mismo alimento es participar de la misma vida, lo que crea un vínculo de hermandad entre los comensales.
La postura de Jesús y de los comensales (<<recostado>>, <<reclinados>>) indica que se trata de un banquete presidido por Jesús mismo. Sólo podían comer reclinados los hombres libres; esa postura era característica de la cena pascual, como signo de liberación.
Este banquete es, pues, símbolo de amistad, libertad, comunión, alegría: es el banquete mesiánico, el del reino de Dios, representado con la figura del banquete en los escritos de la época. La causa presenta un ambiente de fiesta, de amistad y libertad en torno a Jesús.
La nueva hermandad, que no excluye a nadie de la mesa y que iguala a todos, representa la nueva tierra prometida, destinada no solamente a Israel, sino abierta a los pueblos paganos: el Reino se va realizando en la historia. El banquete insinúa la participación en la eucaristía de los que proceden del paganismo.
Obsérvese la construcción de la frase siguiente, donde el nombre de Jesús se intercala entre la mención de dos grupos, el de <<los recaudadores y descreídos>> y el de <<los discípulos>>, como vínculo de unión entre ellos. A los excluidos de Israel, primicia de los pueblos paganos, no los recibe Jesús situándose en <<la casa de Israel>>; al contrario, los discípulos, que proceden de Israel, han de estar con los otros en la casa común de la humanidad nueva.
El término <<descreídos>> podría traducirse literalmente <<pecadores>>, pero esa traducción no tendría la fuerza que aquella sociedad daba al término. En el judaísmo denotaba al hombre sin religión que no hacía caso de la Ley de Moisés, negando así radicalmente el orden y la moralidad encarnados en ella y colocándose en oposición a Dios. El <<pecador/descreído>> no participa de la santidad del pueblo escogido, compartida por cada israelita en cuanto miembro de ese pueblo. Su conducta lo asimilaba a los paganos, a los que eran <<pecadores de origen>> por haber rechazado la Ley desde el principio (cf. Gál 2,15).
Los <<recaudadores y descreídos>> del evangelio eran gente de conducta inmoral conocida o bien que ejercían una profesión deshonrosa. Para los judíos observantes no podía haber con ellos comunidad de mesa ni de culto, por miedo a ser contagiados de su impureza. De ellos se distanciaban no sólo los fariseos, sino también el pueblo.
La inclusión del <<recaudador>> entre los <<descreídos>> aparece claramente por los datos históricos, pero también en el evangelio mismo, por la sucesiva inversión que hace Mc en el orden de los dos términos: así, en 2,15 pone en primer lugar a los recaudadores, enlazando con la escena de Leví (2,14); en 2,16 los menciona dos veces, la primera comenzando por <<los descreídos>>, la segunda por <<los recaudadores>>, en cada caso bajo un solo artículo, indicando que no se trata de dos grupos enteramente separables. Todos ellos se compendian en el término <<pecadores>> usado por Jesús en la frase final de la perícopa (2,17b).
Los <<pecadores>> eran considerados por la mayoría excluidos de la misericordia divina; en opinión de sus connacionales, para estos judíos que, por su profesión o conducta, se habían hecho como paganos, la conversión era poco menos que imposible.
Los más intransigentes frente a los <<pecadores>> eran los fariseos, que se preciaban de observar hasta las minucias de la Ley. Según ellos, las culpas de los descreídos iban siempre en aumento e imposibilitaban el perdón de Dios. Viendo en la Ley la manifestación de la voluntad divina y el único medio de salvación, trazaban sin vacilar una línea divisoria entre los que agradaban a Dios y los demás: el no observante no podía ser grato a Dios. Y como la falta de observancia era un hecho constatable, este principio tenía una consecuencia social inmediata: los observantes evitaban todo trato con descreídos, como rechazados por Dios e impuros.
Pues bien: esta clase de gente, condenada en bloque como prácticamente pagana, es la que va a <<reclinarse a la mesa con Jesús y sus discípulos>>.
De esta escena se deduce claramente que no todos los seguidores de Jesús reciben en Mc el nombre de <<discípulos>>, sino solamente los que proceden del Israel tradicional. Tanto Leví como los <<muchos recaudadores y descreídos>>, aun siendo seguidores de Jesús, no son designados como discípulos. Es más, cuando a continuación los fariseos letrados reprochan a los discípulos que su maestro come con recaudadores y descreídos (2,16), es claro que Leví, que ha recibido la invitación de Jesús a seguirlo (2,14), no está incluido en el número de los discípulos, sino en el de los pecadores.
La llamada de las dos parejas de hermanos israelitas (1,16-21a) había precedido a la de Leví, el excluido de Israel (2,14). Paralelamente, en la escena de la casa, para estar a la mesa con Jesús, los discípulos han tenido precedencia respecto a los <<recaudadores y descreídos>>. Para formar parte de la nueva comunidad, la primera opción pertenece a Israel; pero la prioridad de este pueblo es sólo en el tiempo, no indica superioridad sobre los demás pueblos. El texto sitúa a unos y a otros en torno a Jesús, en la misma postura, en la misma casa y banquete. Los excluidos de Israel gozan de la misma amistad y comunión con Jesús que el grupo israelita.
Es la primera vez que Mc utiliza la denominación <<los discípulos>>. Puede preguntarse por qué llama Mc <<discípulos>> solamente a los seguidores de Jesús que proceden de Israel y no a todo seguidor, como hacen los demás evangelistas. Para Mc, esta denominación cumple la promesa expresada en Is 54,13, en el contexto de la restauración de Jerusalén: <<y haré de todos tus hijos discípulos/alumnos de Dios>>. Se tiene aquí otro caso de transferencia de una función divina a Jesús (cf. 2,10). <<Los hijos de Jerusalén>>, es decir, los que pertenecían al Israel institucional y habían de ser discípulos de Dios, lo son de Jesús. Por otra parte, la relación maestro-discípulo implica una enseñanza que expone la doctrina tomando pie de las Escrituras judías y apta, por tanto, solamente para los iniciados en ellas (1,21b Lect.). La distinción entre los dos grupos continuará a lo largo de todo el evangelio.
El inciso <<de hecho, eran muchos y lo seguían>> insiste sobre el gran número de los <<muchos recaudadores y descreídos>>, aclarando que el hecho de participar en el banquete se debe al del seguimiento. Continúan y amplían así la figura de Leví, llamado por Jesús a seguirlo (2,14). La doble mención de <<muchos>>, mientras nada se dice del número de discípulos, indica que los seguidores no israelitas son bastante más numerosos que los israelitas. Aparece así que, en tiempos de Marcos, la comunidad de Jesús crece mucho más por el acceso de individuos procedentes del paganismo o excluidos de Israel que procedentes del judaísmo.
El gran número de estos seguidores realiza en la historia el ansia de la humanidad pecadora por encontrar salvación, según se representaba en los portadores del paralítico (2,3s). La invitación de Jesús a Leví ha abierto las puertas a los excluidos de Israel, que no tardan en acudir.
En esta escena, los discípulos, que son israelitas, aceptan la presencia de los excluidos de Israel y la comunión con ellos, en contra de la interpretación de la Ley propuesta por los letrados. En torno a Jesús se inicia un movimiento que no respeta los tabúes religiosos ni las convenciones de la sociedad.
Ante este hecho surge una propuesta, pero ésta no procede del pueblo, que ha aceptado el mensaje universalista de Jesús (2,13), sino de los fariseos letrados, maestros de la teología oficial.
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