<<Quienquiera que lleve a efecto el designio de Dios, ése es hermano mío y hermana y madre>>.
Jesús ensancha el horizonte. Lo que acaba de decir de los seguidores presentes lo extiende virtualmente a todo hombre, sin distinción de pueblos ni razas (<<Quienquiera que>>). Ser familia de Jesús, como lo son los que <<están en torno a él>>, queda ofrecido a todos.
La condición mencionada, <<llevar a efecto el designio de Dios>>, es un acto que toca realizar a cada individuo. Dios quiere ser Padre de todos los hombres comunicándoles su propia vida, el Espíritu, y esa vida se comunica por la adhesión a Jesús. El designio de Dios, expresión de su amor, es, por tanto, que los hombres, vinculándose a Jesús, participen de esa vida. El acto propio del hombre es la decisión de hacerlo (<<cumplir/llevar a efecto>>), como lo han hecho <<los que están sentados en torno a él>>, cuya cercanía a Jesús es figura de la adhesión incondicional (cf. 3,14 Lect.) Al tomar esa decisión, el hombre queda vinculado a Jesús y se siente objeto de su particular amor (<<hermano mío y hermana y madre>>). Por otra parte, la condición crea una exclusividad (<<ése>>): los que no la cumplen no pueden llamarse familiares de Jesús.
En la frase <<ése es hermano mío y hermana y madre>>, el único posesivo contrasta con la construcción de las frases anteriores, en las que aparecían dos posesivos: <<tu madre y tus hermanos>>. Desaparece, pues, la división en categorías; por parte de Jesús, cada seguidor tiene con él la misma relación. Existe con todos y cada uno un vínculo de solidaridad y afecto que compendia todos los que pueden existir dentro de la familia.
En el dicho de Jesús, la enumeración (<<hermano mío y hermana y madre>>) es más amplia que las anteriores (<<madre y hermanos>>), pero, sobre todo, cambia el orden, poniendo en primer término y haciendo resaltar la hermandad, vínculo que lo coloca en plano de igualdad con estos seguidores, como había sucedido con los discípulos al llamarlos <<los amigos del novio>> (2,19). Se incluyen todas las relaciones familiares que no implican dependencia, y se deja fuera la de <<padre>>, representante de la autoridad en la familia.
Así, Jesús, que es el centro del grupo (v. 32: <<sentados en torno a él>>; v. 34: <<en corro>>), no se atribuye superioridad ni ejerce dominio. Sus seguidores, unidos a él por un vínculo de adhesión y amor más fuerte que el de la sangre, no por eso pierden su libertad.
La mención de la <<hermana>>, que no aparecía entre los familiares que han ido a buscarlo, da a entender la igualdad de los sexos, mostrando su importancia en la familia y considerándola tan digna de cariño como el hermano.
La vinculación de Jesús a Israel como pueblo y su amor por él se fundaba en la calidad de pueblo elegido, y por eso existían antes de la llamada y de la convocación. De ahí que, en el caso de los Doce (3,13-19), el amor de Jesús y la correspondencia a él por parte de los Doce se expresen separadamente, como sucesivos en el tiempo: <<a los que él quería>> (3,13) expresa el amor antecedente de Jesús a Israel; <<para que estuvieran con él>> (3,14) muestra la respuesta de adhesión/amor que espera Jesús de los que ha convocado. En cambio, su vinculación al resto de la humanidad es consecuente a la decisión de los individuos, a partir de la cual se instaura la nueva relación de familia; de ahí que se describa con términos que indican reciprocidad simultánea: <<hermano, hermana, madre>> (3,35).
Esta perícopa, situada después de la constitución de los Doce o Israel mesiánico (3,13-19), presenta, pues, como tal, a un grupo de seguidores ya existente (2,15) y paralelo al de los Doce, el que procede de la humanidad no israelita. <<Los Doce>> es una denominación delimitante, pues el número simboliza a Israel. Este otro grupo, aunque está constituido, no tiene frontera (multitud): la posibilidad de pertenecer a la familia de Jesús queda abierta, para permitir la integración de todos los pueblos (<<Quienquiera que lleve a efecto>>).
El tríptico (3,20-21.22-30.31-35) presenta así en paralelo los dos grupos que constituyen la comunidad de Jesús: el primero, representado por <<los Doce>>, está en <<la casa>> (3,20), figura precisamente de su condición de Israel definitivo (<<la casa del nuevo Israel>>). El segundo, apiñado en torno a Jesús (3,31-35), tiene su identidad propia, pues puede hablarse de un <<fuera>>, pero no tiene <<casa>> que lo delimite: está abierto a toda la humanidad.
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