Él les dijo: <<A vosotros se os ha comunicado el secreto del reino de Dios; ellos, en cambio, los de fuera, todo eso lo van teniendo en parábolas...>>
Ante la extrañeza de sus seguidores, Jesús va a indicarles dónde está la diferencia. Distingue dos tipos de comunicación: uno, abierto y claro, reservado para ellos, los que han decidido seguirlo; otro, cifrado, utilizando parábolas, con el que se dirige a la multitud. Esto se debe a la desigual preparación de cada auditorio: sus seguidores (<<vosotros>>) conocen algo que los demás (<<los de fuera>>) no conocen, y esto permite a Jesús hablarles sin rodeos. Lo que los seguidores ya conocen es <<el secreto del reino de Dios>>.
<<Secreto>> es algo que puede ser conocido, pero que aún no lo es. <<El secreto del Reino>>, la razón última que explica todos sus aspectos y efectos, es el amor universal de Dios, que desea llevar a la plenitud de vida a todo hombre sin distinción, derribando las barreras que creaban y perpetuaban la discriminación, a comenzar por la Ley judía. La plenitud de vida supone la participación del hombre de la vida divina (el Espíritu).
Formulado con otras palabras: el secreto del reino de Dios consiste en que Dios es Padre, y quiere serlo de la humanidad entera. El pueblo de Israel llamaba a Dios <<su Padre>>, aunque este concepto se refería más al origen del pueblo e insistía más en la autoridad que en el amor. Jesús, en cambio, ha revelado que Dios es Padre de los hombres porque por amor a ellos les comunica su propia vida; y, como su amor es universal, no quiere ser Padre sólo para Israel, sino del mismo modo para toda la humanidad.
Este secreto, el amor universal de Dios que suprime la discriminación, fue proclamado en parte por el leproso curado (1,45: <<el mensaje>>) y a continuación Jesús lo expuso plenamente en Cafarnaún (2,2): el Reino está abierto también a la humanidad pagana (2,1-13: figura del paralítico). En el plano individual, el reinado de Dios comporta la fe en Jesús (2,5) y se realiza en la creación del hombre nuevo, borrando su pasado pecador e infundiéndole vida/Espíritu (2,10). En el plano social consiste en la constitución de una sociedad nueva, cuya primicia es la comunidad de Jesús (2,15), que integra a todos los que le dan su adhesión, lo mismo a los israelitas (los discípulos/los Doce) que a los excluidos de Israel (descreídos/pecadores), afirmando así la igualdad de todos los hombres y pueblos (2,14.15-17).
La comunicación del secreto a los seguidores de Jesús no ha tenido origen, por tanto, en una revelación directa de Dios a ellos, inexistente en el relato. En la narración evangélica, han conocido el secreto al escuchar el mensaje y ser testigos de la actividad de Jesús.
La misma realidad se expresa, pues, de dos maneras, como <<el secreto del reino de Dios>>, el hecho antes desconocido del amor universal de Dios, que acepta en su Reino a todo hombre que dé su adhesión a Jesús, y como <<el mensaje>>, que manifiesta ese amor formulando sus efectos en el hombre y sus consecuencias para la humanidad.
La consecuencia directa del amor universal de Dios a todos los hombres es el amor y la solidaridad entre éstos, con la cesación de toda hostilidad, desprecio y afán de dominio. Para Israel en particular, la manifestación de este amor tiene inevitables consecuencias: caducan sus instituciones (2,18-22), baluarte de su exclusivismo e imposibles de adaptar a la nueva realidad universal. El Espíritu, que hace al hombre libre y señor, deja obsoleta la Ley misma (2,23-3,7a). El reino de Dios no es, pues, una continuación, desarrollo o restauración de la institución israelita.
El uso del término <<secreto/misterio>>, unido en este pasaje a la idea del <<reino de Dios>>, recuerda el uso del mismo término en el libro de Daniel, donde aparece solamente en el cap. 2 (en singular: 2,10.19.27.30.47), referido al sueño de Nabucodonosor, en el que se anunciaba la implantación por parte de Dios de un reino universal cuyo dominio sería eterno. Igual que en Mc 2,10 corrigió Jesús el sentido de <<autoridad>> de Dn 7,14 (2,10 Lect.), corrige aquí el sentido del <<reino>>, que no se basará en el dominio de Israel por la violencia sobre los demás pueblos, como podía deducirse del libro de Daniel, sino en la igualdad de todos los hombres y pueblos.
La razón de que este secreto no hubiera sido revelado hasta este momento de la historia es la misma que determinaba el cambio de época, expresado en 1,15 al proclamar Jesús que <<se ha terminado el plazo>> (1,15 Lect.) Por primera vez existe el Hombre que lleva en sí la plenitud del Espíritu de Dios (1,10); por primera vez, por tanto, puede Dios manifestar a través de él su verdadero ser. Jesús, que ha expresado un compromiso sin límite por amor a la humanidad (1,9), puede revelar el amor universal de Dios. El que ha experimentado la inmensidad del amor de Dios, ha recibido en plenitud la vida divina y ha sido constituido <<Hijo>> (1,11) puede revelar que Dios es Padre de todos los hombres.
Volviendo al tema anterior, la diferencia entre los seguidores y la multitud está en que los primeros, al menos en principio, han dado su adhesión a Jesús, lo han seguido y han escuchado su mensaje; la multitud, en cambio, no sigue a Jesús ni está en disposición de escuchar su mensaje. Por eso no puede Jesús hablarle abiertamente: el secreto/mensaje propone unos valores incompatibles con los del judaísmo, y la multitud, imbuida de la ideología de éste (4,1), es incapaz de aceptar un mensaje que echa por tierra todas sus aspiraciones nacionalistas.
Sin embargo, la incomprensión que muestran los dos grupos de seguidores hace ver que también ellos comparten en cierto modo la ideología del judaísmo. <<Los Doce>> han roto con la institución judía (3,13Lect.), pero no con sus valores e ideales, y ven en la constitución del Israel mesiánico la promesa de la reforma y restauración gloriosa de Israel, que es para ellos la condición para la salvación de los paganos. Los otros seguidores, aunque no pertenecen al judaísmo, se consideran subordinados al Israel mesiánico; aún no han entendido la igualdad de los dos grupos. Ven en la acción reformista el modo de implantar el Reino de Dios en Israel, del que, según creen, depende el acceso al Reino para los no israelitas. De ahí que se asocien a la pregunta de los Doce.
Esto muestra que el secreto puede aprehenderse de dos maneras: como información, en correspondencia con el término <<mensaje>>, o como vivencia, por la plena adhesión a Jesús. Los que lo reciben como información lo filtran a través de sus prejuicios, ideologías o presupuestos culturales; de este modo, no captan el significado del amor universal ni llegan a conocer a Dios. Sólo quienes lo conocen como vivencia de identificación con Jesús comprenden y hacen suya la radicalidad y universalidad del mensaje. Por eso, una cosa es conocer el secreto y otra captar y aceptar sus implicaciones. Los Doce quieren el reino de Dios, pero no comprenden su secreto ni sus consecuencias para Israel; han tomado la decisión de seguir a Jesús, pero no han identificado su propio camino con el que Jesús recurre: aún no <<están con él>> (3,14).
Jesús designa a la multitud como <<los de fuera>> (3,31.32: la madre y los hermanos). Son los que no forman parte de su comunidad, de su nueva familia, por no haber llevado a efecto el designio de Dios (3,35), que es la adhesión a Jesús. Los familiares de Jesús <<se quedaban fuera>> por su hostilidad hacia él, consecuencia del apego a la doctrina de los letrados. La multitud, aunque no manifiesta hostilidad sino simpatía por Jesús, está, sin embargo, imbuida de la misma doctrina nacionalista y exclusivista y, por eso, está también <<fuera>>, es decir, no conoce al verdadero Dios, que extiende su amor a la humanidad entera.
<<Los de fuera>> van teniendo el contenido del secreto (<<todo eso>>) <<en parábolas>>. Anuncia así Mc la temática de las dos últimas parábolas del discurso (4,26-29.30-32), destinadas solamente a <<los de fuera>>, no a los seguidores de Jesús, quienes, por conocer el secreto, no necesitan que se les exponga en lenguaje figurado.
La gran multitud no puede entender porque aún no ha roto con las categorías del pasado. Se siente atraída por Jesús, como lo muestra su deseo de escucharlo: ven en él un líder que puede sacarlos de la opresión, pero no al que los llama a una entrega como la suya para colaborar con él en la obra común (seguimiento); para la gente, el cambio social no exige cambio personal. Hablando a la multitud de esta manera velada pretende evitar Jesús que un choque frontal bloquee el proceso de liberación; les deja posibilidad de reflexión y conversión.
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