<<Y ésos son "los que se han sembrado en tierra buena": los que siguen escuchando el mensaje, lo van haciendo suyo y van produciendo fruto: treinta por uno y sesenta por uno y ciento por uno>>.
Tierra buena es aquella donde no existen obstáculos para el crecimiento de la semilla: no es dura, es profunda y no está ocupada por malas hierbas. Es decir, por sí misma, la tierra es buena, el hombre tiene un substrato que está en sintonía con el mensaje.
<<Ser sembrado en la tierra buena>> representa la disposición de los que prestan oído al mensaje, siempre presente y nuevo, para irlo asimilando en su vida y conducta. Éstos no <<se siembran>>, como en los casos anteriores, en los que la siembra fracasa (vv. 15-18), sino que <<se han sembrado>>, porque esta siembra produce el resultado pretendido.
Las cifras que miden el fruto son realistas, pero lo importante es que el fruto es creciente y se va realizando con el hombre hasta llegar a un máximo o plenitud. La producción <<ciento por uno>> alude sin duda a Gn 26,12: Isaac sembró en aquella tierra y aquel año cosechó el céntuplo, porque lo bendijo el Señor>>.
Aunque el mensaje se recibe de fuera, no queda como una norma o modelo independiente del hombre; éste lo hace suyo y, al identificarse con él, se produce una transformación en el hombre mismo.
El fruto es el hombre transformado por la adhesión a Jesús y el seguimiento. El mensaje es vital, relativo al comportamiento, no meramente doctrinal y especulativo. Al ponerlo en práctica, el individuo se va descubriendo a sí mismo, va actualizando sus virtualidades, produciéndose la transformación gradual de la persona. La índole de esta transformación será explicada en la primera parábola del Reino (4,26-29).
Todo individuo puede ser tierra buena, pero de hecho no todos reciben el mensaje en la parte mejor de sí mismos.
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