Les entró un miedo atroz y se decían unos a otros: <<Pero entonces, ¿quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?>>
La reacción de los discípulos no es de acercamiento y adhesión, sino de terror. Antes tuvieron miedo de la tempestad (v. 38: <<perezcamos>>); ahora tienen miedo de Jesús, que los ha salvado de ella. No han comprendido su propio error ni el amor de Jesús; siguen en su falta de fe. Jesús se la ha reprochado, pero ellos no le piden ayuda para creer (cf. 9,23). Al contrario, se repliegan sobre ellos mismos (<<unos a otros>>), haciéndose una pregunta que no aciertan a responder.
Las palabras <<Pero entonces>> se refieren al hecho de haber calmado la tempestad. Para ellos, Jesús es un personaje misterioso (<<¿quién es éste?>>) que despliega una potencia que ellos no conocían ni esperaban. Se habían llevado consigo al <<maestro>> (v. 38), pero se encuentran con un Jesús al que ya no saben cómo designar.
Constatan que <<el viento y el mar le obedecen>>, es decir, se dan cuenta de la potencia estrictamente divina que ha mostrado Jesús, pero no saben deducir quién es. ¿<<Quién es éste>>, que actúa como Dios mismo? La respuesta debería ser: Es el Hijo de Dios, Dios presente en la tierra. Pero ellos no conciben al Hombre-Dios ni abren los ojos a la nueva revelación.
Su terror muestra que sienten la potencia de Jesús como una amenaza. Ellos lo han secuestrado, negándole la libertad de decisión y contraviniendo a su deseo de ser acompañado en la misión también por el otro grupo de seguidores; se han impuesto a uno cuyo poder no conocían; más tarde le han dirigido un reproche. Ahora sienten pánico, sobre todo porque Jesús, a su vez, les ha reprochado a ellos que su modo de proceder no era el que él esperaba. Normalmente, la salvación de la tempestad debería haber causado en ellos alegría y reconocimiento; si les produce miedo es por la conciencia de su comportamiento con Jesús y el reproche de éste. A pesar de la pronta intervención, que les hacía patente el amor de Jesús y los salvaba del peligro, no perciben ese amor ni lo ven a él como salvador, sino como el poderoso que puede tomar represalias (cf. Jr 13,9-10: <<Destruiré ... a los que no quieren obedecer a mis palabras>>).
Como en la tradición judía, la potencia divina, que han percibido en Jesús, les infunde temor. Para ellos, la teofanía no revela un Dios de amor, sino de poder. Reaccionan como los marineros del libro de Jonás: <<Les entró a aquellos hombres un miedo atroz del Señor>> (1,16). No han asumido la nueva relación de <<amigos del Esposo>> propia de la nueva alianza (2,19). La fe consiste en creer que Dios/Jesús salva; el miedo, que castiga: luego siguen sin fe.
En la sinagoga de Cafarnaún la gente se preguntaba por el sentido de las acciones y, en consecuencia, por la misión de Jesús (1,27: <<¿Qué significa esto?>>). Para los discípulos, en cambio, la idea que se habían hecho de él ha quedado desbordada por lo que han presenciado, y en su misma persona la que se les presenta como un enigma. El interrogante se irá profundizando en los episodios que siguen, que mostrarán nuevos aspectos de la potencia de Jesús.
En la pregunta que se hacen los discípulos, el viento y el mar forman un único sujeto (lit.: <<le obedece>>) y el paralelo con la afirmación de 1,27: <<da órdenes a los espíritus inmundos y le obedecen>>, subraya de nuevo la índole maligna tanto del viento (espíritu del judaísmo) como de la tempestad (reacción del paganismo). Es decir, aunque se describen como elementos distintos y sucesivos, tienen en común el mismo rasgo de violencia, expresada en uno (viento) como superioridad y dominio en el otro (tempestad), como hostilidad y destrucción; la sucesión indica que la segunda violencia se manifiesta como respuesta a la primera.
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