... como había oído hablar de Jesús, acercándose entre la multitud, le tocó por detrás el manto, porque ella se decía: <<Si lo toco aunque sea la ropa, me salvaré>>.
Ha oído hablar de Jesús, luego no lo conoce personalmente. Esto significa que más y más grupos de marginados de Israel se van acercando a Jesús, atraídos por su fama. Las noticias que la mujer ha tenido de él (cf. 4,7b-8) le han abierto un horizonte nuevo y, en consecuencia, una nueva línea de acción; han producido en ella una confianza absoluta en la potencia de Jesús, hasta el punto de estar convencida de que no hará falta siquiera pedirle que la cure ni llegar al contacto directo con su persona. Cree que de Jesús no puede salir más que vida.
La mujer se confunde con la multitud de marginados que siguen a Jesús; él no ha venido para salvar justos, sino pecadores, tirando abajo la barrera erigida por la Ley (2,17).
Le toca el manto por detrás, gesto clandestino. No quiere manifestar públicamente su ruptura con la Ley ni que Jesús se dé cuenta de que lo toca (<<entre la multitud, por detrás>>), temiendo un posible reproche. El contacto físico es figura de la adhesión íntima a Jesús, que incluye la confianza en su fuerza. Piensa que el contacto incluso mínimo (<<aunque sea la ropa>>) la hará salir de su penoso estado. Su certeza es total (<<me salvaré>>). Es lo que luego Jesús llamará <<fe>> (v. 34).
Pero el mismo acto que puede salvarla dándole la salud la condenaría a los ojos de la Ley. El contacto que ella ve como transmisor de vida, la Ley le dice que transmite impureza. Al prohibirle tocar a Jesús, la Ley le impedía obtener la curación. El sistema judío, imponiéndose en nombre de Dios, no permite que nadie se sustraiga a su dominio.
Pero esta mujer adulta se ha emancipado del tabú; quebranta conscientemente la ley de lo puro y lo impuro, que Jesús mismo había violado tocando al leproso (1,42). Se ha encontrado, como Jairo, ante una alternativa: ha tenido que optar entre el amor a la vida y el respeto a la Ley. Ha optado por la vida.
Hasta ahora las curaciones han ido precedidas de una petición o una presentación del enfermo a Jesús (1,30.40; 2,1); esta mujer, en cambio, como los oprimidos de 3,9, a los que Jesús no llegó a curar, toma ella misma la iniciativa de tocarlo.
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