Todo el tiempo, noche y día, lo pasaba en los sepulcros y en los montes, gritando y destrozándose con piedras.
De hecho, la libertad adquirida lo lleva a la muerte. <<Todo el tiempo>> de su vida en libertad, <<noche y día>>, sin interrupción, lo pasa <<en los sepulcros>>, lugar de los muertos y símbolo de su rebelión, y <<en los montes>>, esperando vanamente la ayuda de los dioses paganos, <<gritando>> desesperado por no encontrar quien lo escuche y <<destrozándose con piedras>>, pues la desesperación de su fracaso lo lleva a autodestruirse, a infligirse él mismo la derrota.
Así es presentado el poseído/esclavo: sin nombre (figura representativa de una clase), indómito e irreductible, portándose como un loco furioso y cercano al suicidio. La sociedad, que no le ofrece más que <<grillos y cadenas>>, es su enemigo. Entre vivir en cautividad o vivir como una fiera salvaje, elige lo segundo. Pero su libertad, meramente física, y agitada por su desesperada violencia, favorece sólo su propia destrucción. Su situación no tiene salida: en el sistema económico de la sociedad pagana no hay alternativa a la esclavitud. Se explica la urgencia de este hombre por encontrarse con Jesús.
En la sinagoga de Cafarnaún (1,21b-28), a pesar del daño que la institución producía en sus fieles, no había conciencia de un estado de opresión; sólo la enseñanza de Jesús la puso de manifiesto. Era una opresión solapada que, por hacerse en nombre de Dios, quitaba la capacidad de reacción. En cambio, es manifiesta y produce una exasperación sin límite.
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