Ellos se fueron y se pusieron a predicar que se enmendaran; expulsaban muchos demonios y, además, ungían con aceite a muchos postrados y los curaban.
Recibidas las instrucciones, los Doce se ponen en marcha y comienzan a actuar por cuenta propia. No se precisa adónde van ni cuánto dura su labor, pero en todo caso la actividad que desarrollan no coincide en absoluto con la encargada por Jesús.
En primer lugar, <<predican>> exhortando a la enmienda; además, <<expulsan demonios>>; por último, <<curan>> con unturas de aceite. Ninguna de las tres actividades había sido mencionada por Jesús; en su itinerario, los enviados no se atienden en nada a las instrucciones recibidas.
El arrepentimiento o enmienda, expresado con el símbolo del bautismo en el río, había sido el pregón del Bautista para Israel y obtenía el perdón de los pecados (1,4), en previsión del paso definitivo, el bautismo con Espíritu, que había de ser realizado por el que llegaba tras él (1,6). En Galilea, antes de revelar la universalidad del reino de Dios (2,1-13: episodio del paralítico), Jesús había hecho suya la exhortación a la enmienda como condición preparatoria o paso previo para el reinado de Dios (1,15). En cambio, cuando se ha referido a los paganos, la condición para el perdón no se ha propuesto en términos de arrepentimiento/enmienda, sino de fe en Jesús (2,5 Lect.).
Para su actividad, los Doce se inspiran en la proclama inicial de Jesús que anunciaba la proximidad del reinado de Dios (1,14-15) y, al predicar la enmienda, muestran que han circunscrito su labor a los judíos. Se deduce de esto que su interpretación del reinado de Dios no coincide con la de Jesús: éste, según lo había anunciado antes Juan Bautista (1,8: <<él os bautizará con Espíritu Santo>>), lo concibe como la renovación del hombre por la infusión del Espíritu, que va a ser ofrecida a la humanidad entera (2,1-13); los Doce, en cambio, que se mueven dentro de las categorías judías, identifican el reinado de Dios con la renovación de Israel y la restauración de la gloria nacional.
Las dos actividades que ejercen, la expulsión de los demonios y las curaciones, están en paralelo con las ejercidas por Jesús en Cafarnaún (1,32-34) y por toda Galilea (1,39), antes de proponer su programa universalista (2,1-13). Quieren resucitar en Israel el entusiasmo concitado en Cafarnaún por la actividad de Jesús (1,21b-34), sin tener en cuenta que él rechazó aquella popularidad (1,35-38). Para ellos, Jesús desaprovechó entonces la ocasión de constituirse en líder popular reformista (1,35-38 Lect.).
Es decir, siguen en su mentalidad exclusivista de siempre: a pesar de la insistencia de Jesús (cf. 2,1-13.14.15-17; 4,26-34) no comprenden o no aceptan que el amor de Dios quiere comunicar vida a todos los hombres sin distinción (4,11: <<el secreto del reinado de Dios>>). Aunque asumen, pues, la proclama de Jesús en Galilea (1,14-15), la deforman completamente.
<<Expulsaban muchos demonios>>. La existencia de muchos endemoniados supone una situación de opresión ideológica generalizada: la ideología del sistema religioso-político judío provoca la exaltación y el extremismo violento de muchos individuos. En este ambiente, la actuación de los enviados es eficaz.
Dado que, mediante la exhortación a la enmienda, anuncian la proximidad del reinado de Dios, interpretado como la liberación del pueblo y la restauración de la gloria de Israel, no es extraño su éxito con los violentos; muchos de ellos, ante este anuncio, deponen su actitud; se adhieren a los que proponen la reforma, de modo parecido a lo que sucedió con Jesús en Cafarnaún (1,33). Como en 1,34, la determinación <<muchos>> no es restrictiva, sino que subraya el gran número de los liberados e indica el éxito de la actividad de los Doce. Estos eliminan la exaltación fanática (<<demonios>>), pero dejando intacta su raíz, el espíritu nacionalista que domina la sociedad judía.
Tampoco la segunda actividad, la de curación, había sido encargada por Jesús, pero, como se ha dicho, los Doce siguen la pauta de la actuación de éste en Cafarnaún (1,34: <<curó a muchos>>). Pretenden suscitar un entusiasmo semejante al que entonces prendió en aquella ciudad. No han olvidado aquel episodio y quiere resucitar la circunstancia que granjeó tanta fama popular a Jesús. No han asimilado nada de su enseñanza y actividad posterior.
No curan, sin embargo, a <<los que se encontraban mal>>, como había hecho Jesús (1,34), es decir, no remedian las condiciones de opresión social que existen en la sociedad judía, sino a los <<postrados>>. El hecho de que Mc utilice aquí por segunda y última vez un término poco frecuente para designar a los enfermos indica que quiere señalar un sentido particular. Es el mismo usado en 6,5, lo que pone la actividad de curación de los Doce en paralelo o en contraste con la de Jesús en su patria.
Allí Jesús había curado a <<unos pocos postrados>>. El hecho de recibir de él la curación muestra que estos pocos no compartían la pésima opinión de sus conciudadanos sobre Jesús; lo consideraban un profeta, un enviado de Dios, no un agente de Satanás. Eran, por tanto, individuos que se veían impotentes ante una mayoría incondicional de la doctrina de los letrados. Esta situación es la que Mc describe como postración o falta de vigor: son víctimas de la opresión de la mayoría: débiles para oponerse, sin fuerzas para sobreponerse (6,5 Lect.).
Jesús <<los había curado>> de su situación de desánimo y abatimiento por el simple contacto con su persona (<<aplicándoles las manos>>, transmisión de fuerza), sin sacarlos de la institución, sin proponerles su alternativa ni poniendo por condición la fe (cf. 5,34: <<tu fe te ha salvado>>). No hay salvación o solución definitiva, solamente ánimo y fuerzas para ir adelante.
En la sociedad donde actúan los Doce, hay, al lado de los muchos fanáticos (<<demonios>>), muchos <<postrados>> o faltos de vigor, que se sienten sin fuerzas para oponerse a la ideología de la institución religiosa y han perdido la esperanza de liberación. Los enviados <<los curan>>, pero no por el contacto personal, <<aplicándoles las manos>>, sino con unturas de aceite.
<<Ungirse>> o <<ungirse con aceite>>, con sujeto de persona, tiene a menudo en el AT el sentido de <<perfumarse>> y señala el fin del luto o duelo por una desgracia (LXX 2 Sm 12,20; 14,2; Rut 3,3; Dn 10,3; cf. Miq 6,9b-16). En ningún texto de los LXX se asocia a la curación, siempre a la alegría.
El sentido de la untura con aceite está, pues, en relación con el de los <<postrados>>, los abatidos por la opresión ideológica del sistema judío. Como en el caso de Jesús, la curación de estos <<postrados>> o abatidos consiste en infundirles esperanza. Es decir, los Doce, con su llamada a la renovación de Israel, reavivan las expectativas de la restauración del pueblo judío, dando ánimos a los deprimidos y sacándolos de su postración. Con estas <<curaciones>> quieren los Doce suscitar la fe que Jesús pedía ante el anuncio de la cercanía del reinado de Dios: <<tened fe en esta buena noticia>> (1,15), aunque interpretando el reinado de Dios en un sentido inadmisible para Jesús.
Hay un enorme contraste entre el fracaso de Jesús y el éxito de los Doce. En la sinagoga de <<su tierra>> Jesús se presentó como profeta y fue rechazado por los fieles de la institución religiosa (6,1-6). En las instrucciones que dios a los Doce había previsto que también ellos encontrarían rechazo. Pero no lo experimentan en absoluto, lo que indica que no chocan con la mentalidad ambiente. Esto confirma que no han seguido las instrucciones de Jesús. Si hubieran alternado por igual con paganos y judíos, como era la intención de Jesús, ciertamente habrían encontrado una fuerte oposición en la sociedad judía.
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