Y se escandalizaban de él.
El escándalo es la conclusión de los argumentos que han ido acumulando antes: el origen del saber de Jesús y el inspirador de su actividad no es Dios; pero, por otra parte, no hay posible explicación humana de su personalidad actual.
Por eso, la actividad de Jesús provoca la indignación y la censura de los fieles a la religión e ideales judíos. Se ha presentado como un maestro en oposición a los maestros reconocidos por todos y ha reclutado un grupo de discípulos; es más, aunque ha sido desautorizado por los representantes de la autoridad suprema (3,22: <<los letrados bajados de Jerusalén>>), continúa su actividad sin resolver al seno de la tradición judía. Los escandaliza que Jesús se atreva a desafiar al centro de la institución religiosa, poniendo en cuestión sus doctrinas y sus sagrados ideales. Esto los lleva a concluir que, como afirmaban los letrados, es agente de Satanás, y que de éste proceden su saber y su actividad. El escándalo manifiesta que han llegado a disipar toda posible duda; condenan decididamente.
Si se compara globalmente esta escena con la de la sinagoga de Cafarnaún (1,21b-28), aparecen analogías y diferencias. Como ya se ha visto, la enseñanza de Jesús causa en ambas una fuerte impresión, pero la reacción es opuesta. En el primer caso se reconoció la autoridad de Jesús como profeta (el Espíritu), con el consiguiente descrédito de la enseñanza oficial (letrados) (1,22). Incluso el poseído, que interrumpió a Jesús y le reprochó su oposición a la institución judía, al ser interpelado por él, acabó renunciando a su fanática adhesión al sistema religioso.
En esta ocasión, en cambio, neutralizan el impacto de la enseñanza poniendo en duda el origen del saber y de la actividad de Jesús y recordando su condición social y la familia a la que pertenece. Los que hablan no son ya, pues, sencillamente judíos adictos al sistema religioso, como lo eran los de Cafarnaún; hay ahora en ellos un obstáculo especial que los hace insensibles al Espíritu de Dios. Su situación es peor que la del poseído de Cafarnaún (1,23); éste, aunque para oponerse, se había dirigido a Jesús y había llegado a liberarse. Ahora, nadie le dirige la palabra; hay una total incomunicación. Hablan entre ellos mismos (vv. 2-3), no con él; no buscan aclarar su pretendida duda, lo que indica que ya tenían la respuesta.
En su primer encuentro con Jesús, los fieles de la sinagoga tuvieron la experiencia del Espíritu en él y, por eso, descalificaron a los letrados; más tarde, conocieron la alternativa propuesta por Jesús. Sin embargo, tras la campaña difamatoria llevada a cabo por los letrados de Jerusalén (3,22), aceptan la autoridad del centro del sistema y asumen plenamente su veredicto condenatorio, buscando incluso argumentos con que apoyarlo: es un falso profeta, un agente de Satanás. La intervención del centro ha sido decisiva: rechazan a Jesús, vuelven a someterse a los mismos que habían descalificado y niegan la verdad que han conocido antes; atacando el juicio dado por aquellos letrados, llaman espíritu inmundo al Espíritu Santo: como ellos, insultan o blasfeman contra el Espíritu, se asocial a la mala fe que no tiene perdón (3,29).
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