No le fue posible de ningún modo actuar allí con fuerza; sólo curó a unos pocos postrados aplicándoles las manos.
El desprecio deja a Jesús desarmado. Antes ha podido liberar a muchos poseídos por espíritus inmundos o demonios (<<actuar con fuerza>>), expresiones simbólicas que, en territorio judío, significan la adhesión fanática a la doctrina oficial y a su ideología de odio y violencia. Ahora le resulta imposible: cuando los hombres se muestran hostiles a su persona y a su obra, Jesús nada puede. La negativa del hombre bloquea la eficacia del amor de Dios.
El término griego para <<postrados>> (arrôstos) designa un estado de falta de fuerza o vigor físico o psíquico, incluso de enfermedad grave (2 Sm 12,15; 1 Re 14,15). Nadie ayuda a Jesús en su labor; en esta ocasión no hay ni siquiera intermediarios que le lleven los dolientes (cf. 1,32).
Jesús cura <<a unos pocos>>, pero sin ofrecer una salvación definitiva (<<cura>>, cf. 1,34; 3,2.5; <<salva>>, cf. 5,23.34); vuelve a actuar como lo hizo en Cafarnaún antes de proponer su alternativa (1,34). No se dice que haya salido de la sinagoga; las curaciones se realizan, por tanto, en su ámbito, en sentido claramente figurado, significando que los que cura están ligados a la institución religiosa y oprimidos por ella; ésa es la razón de que no <<salve>>. El reducido número (<<unos pocos>>) contrasta con los <<muchos>> o <<la mayoría>> de los miembros de la sinagoga (v. 2). Este contraste y el hecho de que Jesús pueda curarlos insinúa que se trata de los que no comparten el fanatismo de los más, pero no tienen energía para oponerse a él y sufren la opresión ideológica o la marginación.
La curación se realiza mediante el contacto físico (cf. 5,23), sin tipo alguno de rito ni usando medicina alguna. Es la primera vez que Jesús aplica las manos (5,21, pero no se lleva a cabo; 6,5; 7,32 [la mano]; 8,23.25). La mayoría de la sinagoga decía que sus acciones extraordinarias sucedían <<a través de sus manos>>, como instrumento de otro (v. 2); Jesús, por el contrario, actúa por propia iniciativa, con gesto voluntario (<<aplicándoles las manos>>).
Es decir: Jesús no es un mago, sino un profeta; no actúa como instrumento de otro, sino usando su libertad. Sus manos, sospechosas para la gente de la sinagoga, comunican vida.
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