Y estaba sorprendido de su falta de fe.
La reacción de Jesús no es de cólera, sino de sorpresa ante el rechazo. Es la primera vez que gente común manifiesta incredulidad, hasta ahora actitud propia de los dirigentes religiosos. Los oprimidos rechazan la libertad. No esperaba tal identificación del pueblo de la sinagoga con los dirigentes ni tal cerrazón al mensaje de Dios. En la escena no aparece ningún letrado o jefe espiritual, ni siquiera por alusión; los fieles de la sinagoga no necesitan su enseñanza o su apoyo, son uno con ellos. Por contraste con 1,22, ahora los que escuchan a Jesús representan ellos mismos al sistema.
La sorpresa de Jesús nace de que sus oyentes, después de haber conocido la salvación, la rechacen, de que renuncien a la libertad y vuelvan a la opresión, de que reaccionen tan negativamente ante una enseñanza que antes les había dado la experiencia del Espíritu en él.
Hay que notar la escasez de movimiento en esta perícopa. No se dice que Jesús entre en la sinagoga (cf. 1,21b; 3,1) o que salga de ella (cf. 1,29; 3,6-7a); tampoco el pueblo entra ni sale de la sinagoga: está en ella. La sinagoga aparece como un local cerrado, sin comunicación con el exterior: es el lugar de la incredulidad y del escándalo, impenetrable para el Espíritu de Dios. La Ley (v. 2: <<día de precepto>>) es alidada suya, obliga a estar en ella y a escuchar su doctrina. Las determinaciones locales <<aquí>> (v. 3) y <<allí>> (v. 5) parecen indicar este lugar fatídico, inexpugnable e inmóvil, que representa el anquilosamiento del sistema religioso que rechaza a Jesús.
La incredulidad se opone a la adhesión/fe, que obtiene la liberación del pecado (2,5), ha procurado la salvación de la mujer con flujos (5,34) y ha dado vida a la hija de Jairo (5,36). La falta de fe ha puesto de manifiesto la cobardía de los discípulos en el episodio de la tempestad (4,40).
El mensaje sembrado en las sinagogas de Galilea ha caído junto al camino, en tierra dura, y el diablo (el poder del sistema) lo ha arrebatado (4,15). Los adictos al sistema religioso no sienten necesidad de una enseñanza nueva (1,27), les basta con la de los letrados; no aceptan profetas portadores de nuevos mensajes divinos.
Este último episodio en una sinagoga muestra hasta su extremo los efectos en el hombre del sistema religioso judío, dominado por el legalismo fariseo. En episodios anteriores se han descrito esos efectos: el fanatismo violento (1,23), la supresión de toda libertad de acción, iniciativa y creatividad (3,1-7a: el hombre del brazo atrofiado) y la infantilización y dependencia que lleva al pueblo a la muerte (5,21-24a.35-6,1a: la hija de Jairo). Ahora se contemplan en su máxima expresión: los fieles de la sinagoga están tan acostumbrados a no pensar por sí mismos que son incapaces de afirmar con seguridad si algo es blanco o negro; no se fían de ellos mismos ni de su propia experiencia, tienen que esperar a que sus dirigentes den un juicio para atenerse a él, dispuestos además a cambiar de opinión si los dirigentes se lo imponen. La institución ha anulado su personalidad e impedido su desarrollo humano. Y ahora que el sistema ha decidido que el Espíritu de Dios que actúa en Jesús es un Espíritu inmundo, se asocian sin vacilar al insulto contra el Espíritu Santo.
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